No estoy muy de acuerdo con esa figura de los "placeres culpables", porque no tiene sentido pasar mal mientras estamos bien, pero el bicho humano es extraño. Distinto es el concepto de "consumo irónico", en el sentido de disfrutar de una obra por motivos diferentes para los que fue creada, aunque su abuso puede ser peligroso. Hay una tercera categoría, al menos en lo que refiere al séptimo arte, llamada "películas de Venom".

Antes de volver a este punto, repasemos brevemente la historia del personaje. Venom es un simbionte, un organismo extraterrestre que al juntarse con una persona forma un ser poderoso que por lo general se corrompe ante la maldad llegada de otro mundo. Fue pensado para ser antagonista de Spider-Man, pero durante los extremos años 90 se volvió tan popular que hubo que hacerlo antihéroe y darle sus propias historietas.

Llegó al cine en 2007, en la última entrega de la trilogía de Sam Raimi, que muchos quieren olvidar. Para cuando volvió a la gran pantalla, en 2018, la compleja relación entre Disney y Sony le complicó la existencia. Disney tiene los derechos cinematográficos de casi todos los personajes de Marvel, pero Sony se aferra a Spider-Man y sus secundarios con uñas y dientes, así que llegaron a un acuerdo: las películas de Spider-Man transcurren en el mismo universo que las de Disney, pero sus secundarios se las tienen que arreglar como puedan.

Por eso las películas de Venom ya arrancan varios puntos abajo, en esa necesidad (contractual) de desmarcarse del personaje que literalmente le dio la vida, ya que en las historietas es Peter Parker (Spider-Man) el primero en unirse al simbionte y traerlo a la Tierra. De hecho, Venom tiene su propia versión del logo arácnido en el pecho, en blanco sobre negro, que aquí brilla por su ausencia. Quedó confirmado que estas aventuras son en otro universo, así que las chances de cruzarse con Parker (al menos ese que interpreta Tom Holland) son bajísimas.

Esta es la primera característica de las películas de Venom, que marca la cancha desde el comienzo, pero no es la que las hace únicas (Morbius y Madame Web luchan contra los mismos vericuetos letales). En tres ocasiones Tom Hardy ha interpretado a Eddie Brock, el más conocido y estable de los humanos que se unieron al simbionte en los cómics, y la experiencia ha sido, por momentos, desconcertante.

La suma de sus tres aventuras cinematográficas aporta elementos para encontrar una definición de las películas de Venom, que podría ser comedias de horror, pero con un horror moderado, apto para todos los públicos. El Eddie Brock de Hardy está en constante conversación con la voz del simbionte en su cabeza (también realizada por el actor británico), como cuando dos personajes bien distintos son esposados entre ellos y se ven obligados a hacer a un lado sus diferencias y trabajar juntos. La principal diferencia es que el simbionte quiere comerse a las personas; Eddie negocia que solamente se coma a los malos.

Su primera aventura fue un éxito de público, aunque no de crítica, que jamás terminó de entender de qué van las películas de Venom. Se les criticó, con bastante razón, que no se animaran a subir un poquito la perilla de la violencia, más cuando la segunda entrega tenía como antagonista al Venom de Venom, es decir, un simbionte todavía más jodido, que se unía a un asesino en serie interpretado por Woody Harrelson.

Después quedará la duda de si cierto efecto de comedia fue buscado, o si apareció en el piso de la sala de edición, fue aceptado por la audiencia y se apostó a ello en el resto de las aventuras. Como cuando alguien dice una barrabasada, se escuda en que "era un chiste" y su barra de amigos le cree. Hasta han abrazado cierto costado queer detectado por algunos espectadores, pero nunca a un nivel que les haga perder medio dólar.

Superantihéroe

Venom: el último baile, escrita y dirigida por la debutante Kelly Marcel, es otro intento fallido de hacer una buena película de superhéroes... o de superantihéroes. Comienza con un gran villano cósmico, presentado con una pompa y circunstancia como Thanos en su momento, con un plan que indefectiblemente lo hará prestar atención a nuestro planeta, y una resolución anticlimática (pero no porque haya un antihéroe, sino porque no llega a mucho).

En medio de todo eso, Eddie/Venom irá/n desde México hasta la famosa Área 51, porque en las películas de Venom siempre tienen que aparecer otros simbiontes, quitándole todo eso que hace único al protagonista. Varios personajes serán introducidos sin pena ni gloria para hacer avanzar las escenas de acción, que involucran a monstruos espaciales enviados por el villanazo que sufren de ser demasiado poderosos hasta que se terminan los minutos y es necesario eliminarlos a todos.

Hay momentos simpáticos, como cuando el simbionte titular posee temporalmente a distintos animales, que me recordaron al perro Milo de La máscara, o cuando se olvidan de cierta lógica y se ponen a bobear durante algunos minutos. Pero no funcionan ni la familia hippie ni la subtrama del mellizo partido por un rayo ni los needle drops (el uso de canciones conocidas) ni la lógica que trata de explicar que Eddie/Venom es algo tan único en el universo.

No aburre, tiene suficiente acción y se atreve a durar menos de dos horas. Pero vayan preparados para ver una película que pertenece a su propia categoría. Ya saben cuál.

Venom: el último baile, dirigida por Kelly Marcel, con Tom Hardy. 109 minutos. En cines.