Hasta donde se apoye la raíz se presenta como “una comedia en la que dos solitarios e inadaptados se cruzan y, sin quererlo, terminan atrapados en una accidentada conversación en la que las palabras se convierten en trampas”. Todos fuimos parte alguna vez de una conversación así, ya sea verbal o mentalmente: en esta charla parece mezclarse lo que se dice, lo que no se dice y lo que querríamos decir. Me animaría a decir que nadie debería morir sin haber conocido a un “otro” que nos entienda tanto como nosotros mismos, que se ría con nuestra misma intensidad y franqueza, más allá del vínculo y de toda etiqueta.
Franco Balestrino Centeno se formó como actor en el Instituto de Actuación de Montevideo y como dramaturgo en la Tecnicatura Universitaria de Dramaturgia de la Universidad de la República y en la Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático. Este año ganó el premio Florencio a Mejor Actor en obra para niños y adolescentes por Cyrano de más acá, de La Gringa Teatro, donde también formó parte de los elencos de Azul y la Navidad y de El juego. Con él conversamos sobre esta obra que interpretan Nicolás Pereyra Aristimuño y Elena Delfino.
¿Cómo surge la idea de escribir este texto? ¿Durante tu formación como dramaturgo? ¿A partir de tu experiencia personal? ¿O tal vez espiando las conversaciones de otros?
Surge directamente de la lectura de las obras de Arístides Vargas, un dramaturgo argentino exiliado en Ecuador. Hace unos años hice un taller de improvisación con Omar Argentino, y en uno de los ejercicios planteó un código de actuación y diálogo que me pareció súper interesante. Puso como ejemplo la obra Nuestra señora de las nubes de este dramaturgo. Quedé tan interesado que busqué la obra en internet y en librerías, pero no estaba en ningún lugar, hasta que la encontré en un viaje a Buenos Aires. Tiene un humor muy particular, tierno y profundo, y toda la obra está enmarcada en un absurdo poético muy atractivo. Con el tiempo, como no tiene nada que ver con mi manera de escribir, me pareció un lindo desafío. Permitía explorar un lugar de la escritura más personal, artístico y menos estructurado y le da a la obra una personalidad única.
Sos actor, director y dramaturgo, pero en esta obra el texto es sin duda el elemento imprescindible. ¿Cuánto trabajo hay puesto en él y qué nivel de exigencia manejaste para llegar a un producto matemáticamente perfecto?
Con este texto hice algo que no se debe hacer, que es trabajar sin estructura previa. Como no tenía intenciones de dirigirla o realizarla y empezó como un ejercicio dramatúrgico, no fui ni muy exigente ni obsesivo. La fui escribiendo de a partes, sin saber muy bien qué era lo que iba a contar. Empezó siendo un collage de momentos y diálogos particulares que fui puliendo y organizando hasta dar con la versión final. Todo se dio de manera muy intuitiva. Traté de no censurarme en nada y de que fluyera, pensando que iba a acumularse con mis otras obras sin estrenar. Pero cuando los actores le pusieron cuerpo y voz y empezamos a trabajar, vi que funcionaba y que podíamos narrar una historia sencilla, sin grandes pretensiones, y aun así lograr construir algo potente y teatral.
¿Cuál fue la directiva central para los actores, en pos del respeto a ese texto y el juego que quisiste lograr a partir de él?
Desde el primer día hasta ahora, la clave está en respetar la letra lo más posible. Como actor suelo salirme un poco del libreto y muevo algunas palabras para que me queden más cómodas, pero con este texto, que tiene tantas frases compuestas por una cuidadosa selección de palabras, fue primordial respetar la manera en que las cosas estaban dichas. Porque los cambios, aun sutiles, o usar sinónimos puede hacer perder musicalidad, ritmo y la poesía, que es la base de la obra. Se generó una sinergia muy linda y cuando había que entrar en lo técnico y rígido de la dirección, lo sensible y lo delicado surgía naturalmente.
¿Qué teatro es el que te interesa más?
Me gusta pensar en las obras de teatro como trucos de magia. Me refiero a que uno ahí se entrega completamente a ser llevado por el camino que marca el ilusionista. Un camino trazado metódicamente para llegar a la sorpresa, al asombro o a la conmoción. Si vamos a lo que es el texto, me seduce cuando está trabajado y es inteligente; cuando veo que la obra va diez pasos delante de mí. [Arthur] Miller y [Henrik] Ibsen me gustan mucho. Son autores que construyen sus obras con gran maestría. Neil Simon es mi preferido porque logra balancear un humor descomunal, brillante, con buenas historias. Y Shakespeare y [Anton] Chéjov me encantan, pero disfruto más leyéndolos que viéndolos.
¿Cuál será tu próximo paso como autor?
No lo sé. Tengo muchos textos guardados. Algunos están terminados y esperan ser realizados, otros esperan ser corregidos y otros ―muchos― esperan ser terminados. Depende de mucho más que de mis planes. A veces es una charla con alguien, a veces una convocatoria o un premio puede estimular la salida de un texto olvidado. Pero, mientras tanto, escribo lo que me surge, lo que me divierte. Balanceo entre teatro, audiovisual y narrativa. Lo que sí pretendo, tanto en el siguiente paso como en todos los que siguen, es que lo que escriba resuene de alguna manera en mí y me despierte un interés genuino. Sólo así puedo disfrutar de la escritura. Y creo que sólo así vale la pena escribir.
Hasta donde se apoye la raíz. Miércoles de noviembre a las 20.30. 70 minutos. En el teatro Stella D’Italia, La Gaviota (Mercedes 1805). Entradas a $ 500 en Redtickets.