El domingo falleció la grabadora, pintora y poeta Gladys Afamado, a los 99 años. Siempre preocupada por formarse en distintas áreas artísticas, ingresó al Círculo de Bellas Artes y a la Escuela Nacional de Bellas Artes a los 15 años. Estudió dibujo y pintura, además de hacer cursos de cerámica, serigrafía, grabado en linóleo y metal, y tomar clases de violín, literatura y semiótica.
En 2022, la edición 60 del Premio Nacional de Artes Visuales había llevado su nombre, en reconocimiento a su aporte a la cultura nacional. “Creadora nata y luego consolidada como artista profesional, para ella la vida es generar cosas. Por tal motivo, sus obras se basan en la exploración de su mirada subjetiva y en la experimentación visual y técnica”, escribió la investigadora y curadora Elisa Pérez Buchelli en la publicación en homenaje a Afamado en esa oportunidad.
“A lo largo de su carrera, a través de una amplia formación integral y abarcadora, investigó incansablemente en muy variados lenguajes artísticos. Su obra impacta por la diversidad de sus medios expresivos. A pesar de eso, en esa heterogeneidad investigativa se encuentran sustratos comunes en temas, preocupaciones y visualidades que se reiteran a lo largo de las distintas temporalidades que atraviesa su peripecia artística, en un diálogo constante con el grabado, que es convocado en sus obras desde los años 60”.
En sus más de siete décadas de trayectoria exploró lenguajes artísticos demostrando su versatilidad y de esta manera contribuyó en gran modo al arte de nuestro país. Su producción incluye afiches, ilustraciones, pinturas, grabados, cerámicas, textiles, poesías y hasta piezas digitales. Su inspiración nacía de sus inquietudes creativas y de las coyunturas de cada momento de su vida.
Durante la década de 1950 se concentró en la pintura, el grabado y la ilustración, por los que fue galardonada en Salones Nacionales y Municipales de Artes Plásticas. En los años siguientes se consolidó como artista con sus piezas de grabado en linóleo y pasó a formar parte del Club de Grabado de Montevideo.
Su carrera se consolidó en 1966 cuando su obra “Dulcinea, mi amor” recibió la medalla de oro al Premio al Grabado en el Salón Nacional de Artes Plásticas. Poco después recibiría una mención de honor en La Habana y participaría en muestras en el continente y en Europa. Su figura se hizo conocida y sus obras cobraron relevancia internacional.
No dejó de experimentar con nuevos materiales, como piedras y libros, al tiempo que publicaba sus poesías en libros como Signos vitales (1978) y No espero respuesta (1989). Estableció vínculos entre la literatura y el arte plástico, con obras literarias que eran acompañadas por piezas plásticas.
Afamado ahondó en temáticas como el sentir de las mujeres, en un constante diálogo con la corporalidad femenina y sus expresiones. También dedicó trabajos a los paisajes naturales, las memorias familiares y los contextos políticos y sociales. Obras como la serie Máquinas, en linóleo y técnicas mixtas, representaban soluciones a problemas. Piezas como “Máquina para aguantar” o “Máquina para envolver prohibiciones” aludían a su postura en contra de la dictadura civil-militar en nuestro país.
Sobre el cambio de siglo, comenzó a usar herramientas contemporáneas, como el arte digital y el arte multimedia, que utilizó para dialogar con sus obras anteriores.
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