La entrega de un premio por parte del Ministerio de Educación y Cultura fue la excusa para acercarnos a una creadora que a lo largo de su trayecto profesional conjugó la expresión, la lucha y la reflexión. Las artes visuales, el feminismo y la crítica han acusado el impacto de su inagotable labor.
El 17 de diciembre la fotógrafa, docente y curadora Diana Mines fue galardonada, junto con la actriz Ana Rosa y el músico Fernando Lobo Núñez, con la Medalla Delmira Agustini, otorgada por el Ministerio de Educación y Cultura, por su contribución al campo de las artes visuales.
Referente internacional de la fotografía uruguaya, egresada en 1979 del San Francisco Art Institute de California (la primera universidad con un departamento específico para fotografía), Diana Mines nació en Paraguay en 1948 y reside en Uruguay desde 1951.
“Es una de nuestras guías y nuestros faros, alguien que está siempre tratando de no dar por sentadas las cosas, sino pensarlas. Es la maestra de muchas y muchos”, dice Daniel Sosa, director del Centro de Fotografía (CdF). “Es una referente para la fotografía, una de las máximas exponentes uruguayas”, agrega, mientras mira hacia el gran ventanal del tercer piso en el edificio donde funcionó el bazar Mitre y que desde hace años es uno de los espacios de fotografía más importantes de América Latina.
Mines ha colaborado numerosas veces con el CdF: realizó talleres, participó como jurado y fue la conductora del programa f/22, que emitió TV Ciudad desde 2007 a 2010. Ese año Mines recibió el Premio Figari, “atendiendo a la calidad y creatividad de su obra fotográfica, así como a su relevante carrera docente en el Foto Club Uruguayo y otras instituciones”.
Fue en el Foto Club donde comenzó su formación fotográfica y donde, tras su regreso de Estados Unidos en 1980, activó una verdadera revolución. En una institución en la que lo que prevalecía era la técnica y las exposiciones tenían como principal objetivo ganar concursos, Mines y Dina Pintos instalaron en el debate fotográfico la importancia de los contenidos, de eso que va más allá de lo que se ve directamente en la imagen.
Así, dejaron de lado la competencia por ser “el mejor”, explica Álvaro Percovich, coordinador actual del Foto Club Uruguayo y editor de Materia sensible, la revista sobre fotografía en la que Mines escribió durante mucho tiempo. “Diana no tiene márgenes y esa amplitud la hace ver las cosas desde muchísimos lugares. No tiene límites, eso la dejó actuar en libertad y proyectarla a los demás, y la hizo aún más libre”, afirma Percovich.
La aventura del color
Con sus ojos celestes que parecen tocar el cielo, Mines explica que en la fotografía siente que puede expresarse, que se suelta, que deja aflorar cosas personales, sus angustias, sus logros, las formas en que se siente satisfecha. “No pienso en el momento de sacar la foto, algo me pega fuerte, me conecto con eso y dejo salir el chorro visual”, asegura.
Habla de la fotografía a color y su riqueza, de su profundidad más allá del uso en la publicidad, que la vuelve superficial. Considera que por sí misma es una fotografía tan válida como la de las imágenes en blanco y negro. Mines revelaba e imprimía fotografías a color de forma artesanal, en papeles de gran tamaño. Así lo hizo en 1989 para la muestra Teatro de cámara, en la que reunió parte de su trabajo en obras de teatro.
“Al igual que la fotografía, el teatro juega con las apariencias de realidades. Tú vas a un teatro y vas a vivir una época, un lugar, una historia que es ficticia, y eso también lo hacemos en la fotografía, jugamos al realismo y deslizamos esas cosas que trascienden la apariencia real”, dice. Quizás por eso, para Teatro de cámara Mines seleccionó fotos que en ciertos casos no tenían relación obvia con la obra teatral y que partían de sus propias vivencias, recuerda: “Eran cosas que yo sentía y que tenían algo que ver con mi historia personal. Las amplié en mi propio laboratorio color a tamaño casi real. Me dieron un trabajo de locos, cortando papel en bobinas de 60 centímetros de ancho por un metro y medio de largo, en la oscuridad, con una guillotina. Totalmente casero. Revelaba haciendo un rollo y moviéndolo en la cubeta calentada a baño maría. Fue una aventura”.
Bajo perfil
Mines es una intelectual que desde la sociedad civil ha tejido redes internacionales, de forma silenciosa, casi anónima. En 1992, invitada al FotoFest de Houston, Estados Unidos, disertó sobre fotografía uruguaya e integró el panel de revisores de portafolios, o Meeting Place, dedicado ese año a Europa y América Latina.
Otro ejemplo de su actuar sosegado que pone en contacto instituciones y personas de diferentes lugares es la conservación de la colección de las fotografías uruguayas de la Guerra del Paraguay. Librado entre 1865 y 1870, fue el tercer conflicto bélico registrado por la fotografía y el primero de América del Sur. Mines recibió en Uruguay a Wendy Watriss, cofundadora del FotoFest de Houston y ganadora del premio Leica 1982, la llevó a la Biblioteca Nacional e inició una serie de acciones que permitieron la conservación y difusión de los originales. Estos hoy se encuentran conservados en adecuadas condiciones de guarda, temperatura y humedad en las instalaciones de la biblioteca.
Claramente, Diana Mines forma parte de la élite de la fotografía latinoamericana más destacada. Participó en los Coloquios Latinoamericanos en México y en la Semana de la Fotografía en Brasil, y así generó lazos que siempre ha direccionado hacia nuevas formas de amplitud conceptual, tanto a nivel documental como puramente semiótico.
El camino interior
La ahora galardonada con la Medalla Delmira Agustini ha sido una docente entrañable, muy querida en sus talleres, aunque exigente. Docente del Foto Club Uruguayo y de la carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Católica, ha formado a varias generaciones de fotógrafos y fotógrafas. Habla con entrega y dedicación, con sinceridad, “desde las tripas”, aclara.
Emocionado, el director del CdF, que conoció a Mines en la década de 1990, durante un taller de ensayo en la fermental escuela de fotografía Dimensión Visual, lanza sin vueltas: “Ella es un poco madre nuestra. Es muy profundo el afecto que tiene con todo el mundo”.
“Hay gente que casi de inmediato se borra. Hurgar en lo que tenemos adentro a veces da miedo, porque no sabemos lo que va a salir, y a veces son cosas que hemos reprimido y no sabíamos cómo expresar”, confiesa Mines sobre su tarea como docente. “Siempre digo que no propongo hacerlo de manera terapéutica porque no soy terapeuta; en todo caso, si aflora algo que a la gente le conflictúa, puede ser la oportunidad de buscar una terapia personal. Yo simplemente trato de que a la persona le sea posible expresar lo que siente. Trato de que conozca su mirada, que reconozca su interioridad, que la pueda trasladar a algo visible, a algo compartible, que quizás coincida o no con lo que puede llegar a sentir quien observe la obra, que lo tomará desde su interioridad. Ser capaz de expresar algo que nos sale bien desde adentro creo que es sanador en sí mismo y es muy placentero, porque una vez que lo vemos realizado, nos damos cuenta de que valió la pena”, explica Mines.
Reivindicaciones
Su militancia en la fotografía fue su camino central y la acompañó en muchas luchas. La coleccionista de arte Clara Ost, quien presentó a la fotógrafa durante la ceremonia de premiación, dijo: “Valoramos a Diana por su excelencia y su coraje intelectual, demostrados a lo largo de su vida en su trabajo, pero también por las acciones que gesta y que promueve”.
Para Mines, recibir el reconocimiento del MEC es una reivindicación, antes que nada, de la fotografía, una disciplina “que siempre fue la hermanita menor de las artes”, afirma. Y además, están sus batallas: “También es una reivindicación de esas luchas en las que me fui embarcando y que tienen en común que eran causas escondidas, mal vistas. Entonces también es una apuesta a muchas otras causas que siguen ninguneadas”.
Mines es una fotógrafa feminista que no busca expresar su militancia de género en sus imágenes. “Me considero una mujer feminista. Dentro de las variantes del feminismo, que es un abanico de posturas, ocupo la de defender la identidad de la mujer, la capacidad de la mujer, la especificidad de la mirada de la mujer, y creo que esa mirada tiene que tener acceso a los lugares en donde pueda expresar esas capacidades y por supuesto ser remunerada”, dice, sin dejar de recordar que Delmira Agustini, emblema del premio que acaba de recibir, fue la víctima de femicidio más ilustre en la historia de nuestro país.
Diana es una intelectual que siempre está un paso más allá y su análisis sobre la actualidad nunca nos deja tranquilos, siempre exige un poco más. Respecto de las cuotas rosas en la política y en los medios de comunicación, comenta: “No lo llamaría rosa porque me rechina como color adjudicado a las mujeres. Creo que las cuotas tienen que ser a partir de un mínimo para que las niñas y las adolescentes vean que deben y que pueden estar en lugares según sus capacidades. La cuota no es un tope, al contrario, es un punto de partida”.
“Desde hace siglos hubo muchas mujeres capaces que no llegaron a nada porque hay maneras brutales y maneras sutiles de mantener a la mujer lejos, entonces fue necesario que exigieran lugares mínimos para estar presentes y que a partir de ahí podamos realmente expresar nuestras capacidades”, agrega. Para ella, no es sólo una cuestión de número, también es necesario repensar las formas de ejercer el poder sin abusar, sin desmerecer, “para que no solamente empecemos a insertarnos en lugares de decisión, sino que además lo hagamos de una manera cualitativamente mejor”.
Tarea conceptual
“Aun el arte menos figurativo encierra claves para la comprensión de una época, porque el motor del acto creativo reside en la sensibilidad y esta -aunque individual en su materia prima- no escapa al moldeado de las coyunturas históricas”, escribió Diana Mines en su crítica fotográfica a la exposición de Luis Alonso en la galería del Notariado, en 1994.
Sus columnas sobre fotografía fueron publicadas en Jaque, La Hora Cultural y luego en Brecha. Para ella la crítica es una herramienta para acercar al autor o autora al público, para brindar herramientas y al mismo tiempo interpretar las obras, dejando siempre en claro que cada foto es un disparador para cada persona. El espacio de crítica era una oportunidad para demostrar la diversidad de miradas que contiene cada imagen, no un espacio donde existe una única verdad, dice hoy.
Para ella, la fotografía parte de una materia prima completamente diferente a la de las artes visuales clásicas como la pintura o el grabado, ya que mientras en ellas el comienzo de la obra es en un lienzo vacío o un material a moldear, en la fotografía el ejercicio es de abstracción: hay que seleccionar qué se incluye en la imagen a partir de lo que ya existe.
Una activista
Si bien sus aportes han sido y son inmensos para la lucha LGBTQ+ –desde el residencial donde se encuentra ahora continúa con su apoyo y actividad–, el aporte de Mines, punto de inflexión para la fotografía uruguaya y especialmente para los derechos fotográficos de las mujeres, fue la organización de la primera muestra colectiva de mujeres en Uruguay, en 1988. La muestra se tituló Campo minado. Expusieron 11 fotógrafas, abrió espacios y generó grupos de mujeres en torno a la fotografía. “No hago bandera con mis fotos, he hecho trabajo documental en los grupos de lesbianas y en general de diversidad sexual. He documentado, pero ahí había un interés para documentar”, dice Diana Mines, y aclara: “Soy activista de la fotografía, milité para que la fotografía sea reconocida. Mis fotos me retratan a mí, muestran cómo yo veo el mundo y a partir de ahí otros las mirarán y sacarán sus conclusiones. Soy feminista a partir de ahí y a partir de ahí actúo, vivo, amo, me relaciono, a mi manera”.