Desde fines de noviembre se encuentra en nuestro país la directora y dramaturga rusa Elina Kulikova para dictar el taller Autoficción: entre el trauma histórico y la experiencia íntima en la Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático (EMAD) y también para trabajar con la Comedia Nacional. Su presencia en Montevideo es parte del programa de intercambio que la EMAD mantiene con La Manufacture, Alta Escuela de las Artes de Lausanne, Suiza.

Cuesta entender al conversar que, a sus 27 años, Kilikova ya haya transitado tanto en la escena teatral internacional. Nacida en San Petersburgo, es directora de teatro, artista de performance y escritora en exilio, actualmente radicada en Suiza. Trabaja principalmente con la autoficción y el teatro documental, escribe, dirige e interpreta sus propias obras. Nominada a premios en distintos países, ha dirigido más de 15 espectáculos en Rusia, Estados Unidos, Francia, Estonia y Suiza.

Hasta 2022, su objetivo fue desarrollar un teatro contemporáneo y políticamente comprometido en su país, en contra de lo que ella considera la narrativa patriarcal e imperialista que amenaza la libertad y los derechos humanos. En febrero de ese año, tras la invasión rusa a Ucrania, Kulikova abandonó Rusia debido a la intensificación de la propaganda del gobierno, para continuar su labor artística y en pro de los derechos humanos en el extranjero. Desde entonces, ha creado varios proyectos contra la invasión a Ucrania y continúa trabajando en temas a menudo desgarradores como crímenes de guerra, represión estatal y violencia de género ejercida por el Estado.

Muchos de tus amigos y colegas están en prisión por desempeñar las mismas tareas que tú en la escena de tu país. ¿Cómo escapaste?

Contarlo es mi responsabilidad como artista y como ser humano. Me fui poco tiempo después de la invasión a Ucrania. Yo estaba trabajando en teatro político con textos escritos por mujeres; incluso esto en Rusia se ha convertido en un tema político. Tenemos presos políticos desde antes de la guerra con Ucrania, pero luego de ese 24 de febrero muchos artistas, periodistas y activistas supieron que implicaría el cierre de fronteras. Es muy importante que la gente sepa sobre la situación que estamos viviendo, incluso estando en el lugar de los agresores. Esto empezó para mí el 22 de marzo, estando ya en Georgia. Los que tenemos nacionalidad rusa necesitamos visa para entrar a casi cualquier país, pero los ex países soviéticos como Georgia, Armenia, Kazajistán se han convertido en los principales destinos para los que emigramos de esta manera, porque allí podemos vivir legalmente sin documentos. Una vez allí procuré dar la mayor cantidad de entrevistas para medios fuera del control del régimen de mi país. Hablé con The New York Times, Le Monde. También estuve en un programa de televisión muy visto, mis 15 minutos de fama, pero como ejemplo de artista a la que Occidente le lavó el cerebro con valores como el feminismo, lo LGBTIQ+ y de cómo mi generación es horrible y debería mostrar respeto hacia nuestro presidente y su decisión de comenzar esta guerra.

Cuesta entender desde acá es que antes de la guerra, pero con el mismo Vladimir Putin en el poder, hayas podido desarrollarte artísticamente en el ámbito político y en pro de la diversidad sexual.

No fue fácil. Yo asistí a la única escuela independiente de Rusia, que otorga dos títulos: uno ruso y otro norteamericano, con un intercambio con una escuela de arte en Nueva York. Eso ocurría con mucha resistencia de las autoridades, bajo mucha presión y, honestamente, quiero decir que fue un gran error romantizar este régimen como lo hicimos. Pensábamos que nada catastrófico iba a pasar. Y cuando vivís en Moscú, todo es muy distinto: hay una gran actividad cultural, la gente tiene plata y ciertos privilegios que el 95% de la gente en el resto del país no tiene. Allí vive lo que llamamos la intelligentsia y yo me siento avergonzada de que toda esta gente que es supuestamente cultural y políticamente evolucionada no haya hecho nada. El mundo entero vio lo que este régimen hace. No es raro que esto atraviese toda mi actividad artística. Todos tenemos nuestra responsabilidad, pero, en este caso, la mayor parte de la responsabilidad la tiene la generación inmediatamente anterior a la mía.

¿Tus padres, por ejemplo? ¿Qué piensan de tu trabajo?

Me han apoyado mucho. Ambos son psicoanalistas. Mi madre incluso trata de hacer su activismo a nivel local porque hay muchos psicólogos en Rusia que dicen a sus pacientes que apoyar la guerra es bueno. Incluso es peligroso leer sobre la guerra. Si vas en subte y lo hacés desde tu teléfono, cualquiera que te vea puede denunciarte a la policía. Si usás Instagram, que está oficialmente prohibido en Rusia, lo mismo.

¿Qué esperás de tu trabajo en Uruguay?

Hace tres años que trabajo en Europa y es muy difícil cuando trabajás ahí porque tenés la sensación de estar tratando de explicar algo a gente que está cerrada. No quieren ver a mi país como el país fascista y terrorista que es. Creo que es una forma de protegerse: sienten vergüenza por no haber visto a este demonio crecer frente a sus ojos. En Uruguay es al revés. Me siento tan aliviada... porque siento que me entienden. ¡Y esa es la mejor psicoterapia que pude hacer en estos tres años! El domingo de las elecciones estuve en el festejo de la rambla y nunca había visto algo así. De alguna manera me sentí celosa de lo que vi.

Parejas gay abrazadas con las dos banderas: la de su vida política y la de su vida sexual, sin policías controlando el festejo.

La bandera del arcoíris está prohibida en Rusia. Yo me he vuelto muy pesimista en este tiempo pero lo que vi ese domingo me da esperanza. Y la gente con la que estoy trabajando en la EMAD y la Comedia Nacional, me da esperanzas.