Cuerpo, tierra e identidad: decir que fueron el centro de la mejor programación del festival parece una trampa, porque son términos que podrían calzar con un sinfín de obras. Sin embargo, en la categoría Nuevos Realizadores (y otras secciones, como Largometraje Internacional) este juego de escalas, de los cuerpos en su límite de lo biológico, de la tierra en los bordes de lo nacional y de las identidades en la fragmentación de la virtualidad, pareció conformar un nudo fuertemente apretado.

Tierra

La concepción del cine como ventana al mundo hace tiempo que ha traspasado los límites del cliché, pero es justo decir que el festival supo presentar un colorido crisol de realidades no conocidas por aquí, no tanto desde la radicalidad exotista, sino desde la extrañeza de las ligeras similitudes: juntadas de freestyle en idioma mongol en If Only I Could Hibernate (Zoljargal Purevdash, 2023), manadas de cabras “pastando” en edificios abandonados a su suerte en Absence (Wu Lang, 2023), groenlandeses bailando tribal house noventero en boliches-container en Kalak (Isabella Eklöf, 2023), o la escala de grises entre la justicia estadounidense y la justicia nativa en Eureka (Lisandro Alonso, 2023).

Sin embargo, uno de los temas más insistentes con respecto a estas diferencias geográficas entremezcladas con la brocha homogeneizadora de la globalización fue la tensa concordia entre varias Europas. La película que de forma más sistemática se lanzó a explorar este terreno fue No esperes demasiado del fin del mundo, una nueva “obra total” de Radu Jude (que compitió y ganó en la sección Internacional). A partir del periplo hipercansador de una asistente de producción que tiene que filmar a diversas víctimas de accidentes fabriles para una campaña de concientización, Jude desglosa temas como la dinamitación de las garantías laborales, el fin de la especificidad fotográfica del cine en tiempos de crecimiento de otros formatos, y el ida y vuelta del revisionismo del pasado comunista rumano. Sin embargo, el punto más brillante de No esperes... es cómo el director logra que Ángela, su protagonista, se convierta en una versión alegórica de Rumania. Así, el film resulta una parábola de cómo en la Unión Europea sigue habiendo países clase A y clase B.

Una película que, sin el humor y la pletórica intertextualidad de Jude, se abalanza a hablar sobre algo similar es Animal, de Sofía Exarhou (ganadora de una mención en la categoría Nuevos Realizadores). En ella, un centro hotelero griego se convierte en una suerte de sinécdoque continental, también en una subdivisión entre europeos A (principalmente de Occidente) y B (que entretienen a los A, provenientes de los países más pobres). Así, los trabajadores del complejo parecerían comunicarse entre sí y con sus potenciales clientes en una suerte de exigencia de goce perpetuo que los lleva al olvido de sí mismos.

La imagen permanente (Laura Ferrés, 2023), ganadora del premio de Nuevos Realizadores, se presenta en base a viñetas, en las que parece revolotear el espíritu juguetón de un Roy Andersson, o incluso de la más seca Angela Schanelec. Partimos de una España rural, filmada en composiciones impecables, con visos de tableaux vivants en los que nada está librado al azar. Lejos de parecer asfixiante, su hiperestilización se ofrece como un mundo de chistes en constante diálogo de fondo y figura. Luego tenemos a una mujer contratada por el PSOE para buscar gente “auténtica” (pobre, digna y vivaz, digamos) para un spot publicitario, pero esta búsqueda también sirve para aventurarse en los juegos de tipificación de caras y las nuevas posibilidades de crear rostros ex nihilo con inteligencia artificial. Todo esto termina anudando de una forma sorpresiva con el drama inicial, aparentemente abandonado, que de alguna manera habla de una amnesia generacional entre dos Españas, similar a la metáfora reptante de Cerrar los ojos, de Víctor Erice, también exhibida en el festival.

Esta especie de olvido, pero ya trasplantado de lo europeo hacia lo asiático, parece dominar también en Absence, que, en una tradición quizá demasiado deudora del cine de Jia Zhangke, nos presenta a un tipo que vuelve de la cárcel para descubrir que el gobierno y los especuladores inmobiliarios han transformado su pueblo. Él y su mujer reencontrada deambulan por espacios liminales, donde tanto ellos como el terreno parecen haberse olvidado de crecer. Habitan las entrañas vacías de un edificio a medio terminar y se pasean en sus recintos con esa sonambulez que una vez tuvo Monica Vitti en Desierto rojo y creó, casi de la nada, todo un género de flaneurismo urbano-apocalíptico.

Los cuerpos

Uno de los títulos más discutidos dentro de la sección Nuevos Realizadores fue Kalak, de Isabella Eklöf. La película sigue los pasos de Jan, un enfermero danés que reside en Groenlandia junto a su familia, pero que sale por las noches a levantar chicas naturales de la isla. Jan no es un héroe picaresco pero tampoco una persona unívocamente asociada a la pulsión más thanática de la obsesión sexual. A diferencia de películas como Shame (Steve McQueen, 2012), donde la adicción al sexo era presentada desde su costado más físico y dramático, uno le cree a Jan en eso de que “le gustan todas”, pero en ese proceso, más que una mera hambre de posesión, rige un ofrecimiento también de él a las mujeres, que hunde sus raíces en un abuso sexual perpetrado por su padre. Eklöf retrata algo sobre la adicción sexual que casi ningún otro director ha logrado: la pulsión desde su costado más melancólico y la idea del sexo no como un grito, sino como un murmullo constante y desesperado por ser amado, visto, por existir. Coger para existir, pero coger para escapar al yugo fantasmal de ese antiguo abuso. Esta pulsión, sin embargo, va más allá del cuerpo del protagonista para tomar tintes políticos. Así como kalak es un término groenlandés referido a los daneses que puede significar tanto “sucio extranjero” como un extranjero que deviene en auténtico lugareño (según el tono que se le dé), el periplo sexual del personaje parece escenificar las condiciones del colonialismo europeo, donde “conquistar” mujeres locales coincide con una búsqueda asintótica de ser asimilado por el entorno.

Este tránsito entre lo político y lo corporal aparece también en el friso europeo de Animal, con la prestancia del constante baile y sexualidad como algo que en el mismo film coloca a la protagonista al borde, en donde la vemos deteriorarse cuanto más baila, con una herida literal que se abre y se abre hasta adquirir tintes de body horror.

La politización del cuerpo adquiere una discusión más directa y menos alegórica en dos películas que estaban en la misma terna y que además de compartir temática apuestan a una suerte de hipertrofia visual y sensorial. Tanto Levante (Lilla Halla, 2023) como Las demás (Alexandra Hyland, 2023) son películas sobre las dificultades de abortar en países sin una adecuada ley de salud reproductiva. La brasileña toma sus licencias expresivas centrándose en un grupo hiperdiverso de jugadoras de vóleibol adictas al funk. Tiene una cosa un poco fallida en el tono y en el desenlace, como si no conjugara del todo bien esa cuestión festiva de sus personajes con la trama. La chilena va mucho más al desparpajo, pero hay algo en su sistematicidad indie, colorinche, hiperkitsch e irónica que la vuelve más sólida, en un Santiago de Chile imaginado como una especie de gigantesca casa de muñecas en donde las dos protagonistas deambulan con la rebeldía y humor del dúo femenino de Las margaritas de Věra Chytilová.