Un colectivo de artistas de la etnia maorí, originaria de Nueva Zelanda, recibió el León de Oro en la Bienal de Venecia por una instalación de gran tamaño que se inspira en técnicas de tejido tradicionales y utiliza materiales que se usan para el transporte terrestre de carga.

La pieza, que tiene una superficie de 200 metros cuadrados, se llama Takapau y es un entretejido de cintas reflectivas usadas por los camioneros. El nombre y la técnica aluden a la costumbre tradicional maorí de hacer ese tipo de esteras en ocasiones especiales.

El colectivo Mataaho está integrado por Terri Te Tau, Bridget Reweti, Sarah Hudson y Erena Arapere-Baker. “No lo sentimos como un premio a nosotras, sino como un reconocimiento al apoyo de nuestras familias, a nuestros colegas, nuestros mentores y los futuros artistas indígenas”, declararon tras recibir el galardón.

Además de las cintas reflectivas, las artistas utilizaron ganchos y poleas empleados por el personal de transporte carretero. Con ello buscaron reconocer una doble pertenencia: al pueblo maorí y a la clase trabajadora. “Todas venimos de familias de clase obrera y los materiales que elegimos son un tribuno a ellos, que pueden no sentirse cómodos en una galería de arte. Por eso usamos materiales que ellos conocen y con los que se relacionan día a día, para que puedan apreciar algo reconocible en el mundo del arte”, dijeron las artistas.

El jurado de la edición 60 de la Bienal, cuya consigna general es Extranjeros en todas partes eligió a Takapau por su “escala impresionante” y resaltó que llevarlo a cabo “fue posible únicamente por la fuerza colectiva y la creatividad del grupo”.

“El colectivo Mataaho ha creado una estructura luminosa tejida con correas que atraviesan poéticamente el espacio de la galería. El deslumbrante patrón de sombras proyectadas en las paredes y el suelo se remonta a técnicas ancestrales y envía gestos a usos futuros de esa técnica”, dice la fundamentación del jurado, integrado por Julia Bryan-Wilson, curadora norteamericana y profesora de la Universidad de Columbia, Alia Swastika, curadora y escritora indonesia, Chika Okeke-Agulu, curador y crítico de arte nigeriano, Elena Crippa, curadora italiana, y María Inés Rodríguez, curadora franco-colombiana.

Oceanía primero

Por su parte, el León de Oro a la mejor participación nacional recayó en el pabellón de Australia. Kith and Kin (Parientes y amigos), la pieza destacada del envío australiano, también está relacionada con la ancestría: se trata de un enorme árbol genealógico, dibujado con tiza, que se remontaría a 65.000 años en la exploración de la ascendencia kamilaroi, bigambal y británica del artista Archie Moore.

“El agua fluye por los canales de Venecia hasta la laguna, luego al mar Adriático, después viaja a los océanos y al resto del mundo, envolviendo el continente de Australia, conectándonos a todos aquí en la Tierra. Los sistemas de parentesco aborígenes incluyen a todos los seres vivos del entorno en una red más amplia de parentesco; la propia tierra puede ser un mentor o un padre para un hijo. Todos somos uno y compartimos la responsabilidad de cuidar de todos los seres vivos, ahora y en el futuro”, dijo Moore.

El pabellón de Kosovo obtuvo una mención especial por The Echoing Silences of Metal and Skin (Los silencios con eco del metal y la piel), de Doruntina Kastrati, quien entrevistó a las trabajadoras de una fábrica de dulces en Turquía para denunciar la explotación laboral.

El León de Plata, reservado para artistas emergentes, fue para la británico-nigeriana Karimah Ashadu, que presentó un video, Machine Boys, y una escultura de lata, Wreath, enfocados en los mototaxistas ilegales de la capital nigeriana, que suelen ser migrantes precarizados.

Del Sur

La argentina La Chola Poblete recibió una mención y así se convirtió en la primera artista trans en ser distinguida en la Bienal de Venecia. “Espero poder abrir otras puertas para que otras personas como yo puedan conquistar espacios y liberarse de etiquetas”, dijo al recibir el galardón.

En su obra, que incluye performances, audiovisuales, fotografía y pintura, Poblete, cuya familia proviene de Bolivia, une el imaginario queer a las tradiciones ancestrales. Su obra en el pabellón argentino está compuesta por “acuarelas místicas” que, de acuerdo al jurado, constituyen “un trabajo crítico sobre las historias de la representación colonial desde una perspectiva trans-indígena”.

Hubo otra mención para la artista visual y activista palestino-estadounidense Samia Halaby, que presentó un cuadro abstracto de 1969, Black is Beautiful.