Supongo que la mayoría de los lectores, al igual que yo antes de ver esta película y leer un poco al respecto, no sabe mucho sobre el caso Mortara. Sin embargo, fue un gran escándalo internacional, confrontó opiniones encendidas y se considera que su impacto contó para la caída de los imponentes estados papales, eliminados en 1870 y restaurados recién bajo la forma del premio consuelo que es la ciudad-Estado del Vaticano, inventada por Mussolini en 1929.

Edgardo Mortara (1851-1940) nació en una familia judía en Boloña, que integraba los estados papales. Cuando tenía seis años, una mujer católica que había hecho servicio doméstico en el hogar de los Mortara relató haber realizado un bautismo de emergencia a Edgardo cuando era bebé. Nunca fue posible comprobar esa acción totalmente privada, pero, a efectos de las leyes de los estados papales, eso hizo de Edgardo un niño católico y que, por lo tanto, no podía ser criado por una familia no católica. Por orden de la Inquisición, el niño fue confiscado por las autoridades y trasladado a Roma, donde fue internado en la Casa de los Catecúmenos, que estaba llena de niños de origen judío sustraídos a sus familias debido a lo extendido de esa práctica.

Sin embargo, los padres de Edgardo se movieron mucho para llamar la atención sobre el caso, que terminó convirtiéndose en una causa célebre internacional. El papa Pío IX, cuyo legado más positivo debe ser el postre español nombrado en su honor (pionono) y que la historia recuerda como el promotor de dos dogmas especialmente ridículos (la inmaculada concepción y la infalibilidad papal), compró la pelea y adoptó a Edgardo como poco menos que un hijo.

Los testimonios del evento dieron lugar a dos relatos opuestos: por un lado, un niño de seis años súbitamente iluminado por la verdadera fe, que quería permanecer al cuidado de la iglesia y convertir a sus padres, y si fuera posible a todos los judíos, al cristianismo; por otro lado, un niño aterrorizado que lloraba por regresar a los brazos de su madre y su padre y que recitaba el Shemá Israel todas las noches a escondidas antes de dormir. Una y otra versión fueron replicadas en la prensa, según la propensión ideológica: la segunda era la de los diarios judíos, de los cristianos antipapistas y de los republicanos laicos, mientras que la primera fue ostentada por los diarios católicos y por aquellos que, católicos o no, priorizaban alentar la creciente tendencia antisemita.

La conversión, basada en un libro de Daniele Scalise, no profundiza en las repercusiones internacionales del caso Mortara, pero da cuenta de los hechos a grandes rasgos, más allá de algunas escenas fantaseadas que no hacen al fondo de la cuestión, y busca retratar los hechos de maneras que no son contradictorias con ninguno de los dos relatos.

Política y telenovela

El director Marco Bellocchio estrenó su primera y más famosa película, Las manos en los bolsillos, en 1966. Tenía 82 cuando rodó La conversión. Su estilo parece un trasplante temporal del cine italiano de trasfondo político-histórico hacia 1980. Ese estilo terminó siendo adoptado por muchas producciones europeas televisivas desde entonces, y muchos opinantes calificados lo menosprecian por telenovelesco. Puede ser. Tienen algo de eso los planos tomados con la cámara baja y gran angular, mostrando carruajes o góndolas en medio de algunas de esas magníficas construcciones italianas de hace siglos, la luz incidiendo de costado, halos de luz bajando en diagonal en los interiores de iglesias y palacios.

La producción parece más suntuosa de lo que es: las escenas de batalla están hechas con base en unos pocos extras inteligentemente filmados como para sugerir más gente. Pero el trabajo de vestuario, objetos y decorados es preciosista. Quizá desentonan un poco, en forma bizarra, las animaciones aplicadas a algunas caricaturas de diarios, y en especial la pesadilla en la que el papa es atacado por un grupo de rabinos que lo quieren circuncidar.

La música incidental de Fabio Massimo Capogrosso es, siguiendo aquella tradición, muy melodiosa y a veces de un dramatismo de tipo operístico. Ese concepto efectista se manifiesta en otros parámetros, como los montajes alternados que funcionan como tropos poéticos, oponiendo y comparando eventos distintos (una misa para los niños catecúmenos en latín y una ceremonia en hebreo en la casa de los Mortara; la confirmación de Edgardo y el juicio contra el padre Feletti). La escena inicial de los niños Mortara jugando a las escondidas y Edgardo escondiéndose en las faldas de su madre se inventó para contrastar con el cuento, histórico, de Edgardo jugando a esconderse bajo la sotana del papa. Algunos de los momentos recargados son el sufrimiento de Momolo Mortara (padre de Edgardo), solito en el tribunal vacío, la confrontación de los dos hermanos, la catarsis de Edgardo durante la ceremonia fúnebre de Pío IX y la conturbada escena final.

La película tiene la virtud de la claridad expositiva. La historia es complicada y vemos eventos que van desde 1851 hasta 1890, pero nada de eso resulta apretujado. En forma fiel a los registros históricos, abordamos asuntos complejos, como las distintas actitudes de la comunidad judía frente a la opresión, desde la sumisión casi humillante asumida por algunas autoridades, a cambio de la libertad de no quedar confinados en un gueto, hasta la postura más combativa encarnada por Momolo y su hijo Riccardo. Sólo Pío IX recibe una caracterización villanesca. Todos los demás representantes de la iglesia, incluso el encargado de abducir a Edgardo, se muestran dignos, íntegros, a veces sinceramente preocupados por el bienestar del niño, más allá de lo que podamos pensar de sus argumentos circulares.

Y no se trata sólo de una lección de historia: pasa de todo. Hay un inquisidor sometido a juicio secular, interrogatorios con flashbacks que muestran distintas versiones de lo que puede haber ocurrido, un intento de secuestro, rebeliones populares, reencuentros dramáticos, cae Roma. Nadie puede aburrirse. De hecho, Steven Spielberg pensó seriamente en filmar una versión de esta historia, con Mark Rylance haciendo de papa: cómo habría sido eso.

La conversión (Rapito). 125 minutos. En Cinemateca, Life 21, Alfabeta, Movie Montevideo.