Que Volver a la luz sea una película que puede disfrutarse con los ojos cerrados obliga a dudar entre sus méritos y sus fallos, sin poder resolver el asunto definitivamente. Pelota para el espectador.
“Al quedar ciega, Noelia debe enfrentar el miedo a ser mamá sin ver, a olvidarse de los rostros de sus seres queridos y a comprender el mundo sin verlo. Su pulsión vital la impulsa a rehabilitarse y allí conoce el amor. Fortalecida, decide reparar las heridas del pasado con su hija, sabiendo que sólo así podrá volver a la luz”, se destaca en la sinopsis de esta ópera prima de los uruguayos Alejandro Rocchi y Marco Bentancor.
El film es una pieza documental de poco más de una hora y 15 minutos de hondo contenido dramático. Con su voz en off, y a partir de fragmentos de entrevistas, Noelia, la absoluta protagonista de la película, cuenta su historia de vida en un tono extrañamente cercano. Su calidez, su forma de hilar palabras y de desenvolver sus propios pensamientos se parecen más a una confesión casera, dicha en la intimidad de una sobremesa con cigarros, que a los de un testimonio para uso profesional. “Si me tengo que definir, lo que digo es que soy una persona muy pasional; cuando estoy feliz, estoy muy feliz, cuando estoy mal, llego al fondo del pozo, pero también tengo una característica: me es fácil resurgir”, dice al comienzo de la película.
El punto de partida de su historia tiene el paisaje de la sala de un hospital, en la que descubre su ceguera, causada por una diabetes. El espectador podrá acceder a las ventanas del lugar, los rostros y la tensión del personal de la salud, las formas de su angustia, y hasta sentir el pánico de otra persona muy lejana recién conocida. Las imágenes en la pantalla son otras: se ve el mar de una playa, las ramas y las flores de un árbol, o a la propia Noelia, inserta en paisajes al aire libre en otro momento, en otro lugar.
Por momentos el film es un simulacro. ¿Cómo sería perder la vista? ¿Cómo sería perderse en un lugar? ¿Se trata acaso de un sueño?
Casi todas estas preguntas quedan respondidas. No demora en aparecer Sebastián, un músico de una orquesta tropical, no vidente de nacimiento, que resulta otro narrador brillante y didáctico, que funciona como un pivot esencial del relato.
Volver a la luz es una historia de amor, pero es también un excelente ensayo sobre la ceguera. Es más una historia sobre el carácter que sobre la resiliencia. En uno de los mejores momentos del film, Sebastián, que antes explicó qué cosas puede imaginar y cuáles no, dibuja el paisaje a su alrededor con maestría, en una escena nocturna y campera.
Por su parte, Noelia transforma lo que le va pasando con la fuerza de un optimismo que algunos podrían hallar desmedido, y hasta loco. Atraviesa momentos durísimos, pero su cabeza la ubica en un lugar de mayor trascendencia, y vuelve a salvarse, cada vez.
En esas dos dimensiones recae todo el peso narrativo del film, y allí encuentra su gran mérito. Los directores enlazan con sobriedad y buen tino los relatos de Noelia, su hija, su madre y Sebastián, para construir un relato sonoro que fluye con serenidad, eliminando golpes bajos y sensiblerías.
Después están las imágenes elegidas: un asunto algo más complicado, nuevamente, una desafiante invitación para el espectador y para el gusto de cada uno. De repente, el rostro de Sebastián, en lentes negros, surge abruptamente en plano, y sugiere una narrativa de tono surrealista, con tintes humorísticos; en otro momento, su orquesta tropical da un concierto en el medio del campo, y cuando Noelia y Sebastián se enamoran, los rostros de dos personas están envueltos en paños blancos.
La secuencia visual del film avanza en un corte y pegue de piezas que podría ubicarse en la categoría de videoarte o cine experimental, con una narración visual paralela que, de alguna forma, sigue el relato sonoro de personajes. La forma puede resultar rara, discordante, antojadiza y hasta fuera de lugar. Las elecciones podrían justificarse con el clima buscado, o sugerido, el de una sensación similar a la de aquella persona que comienza a perder la vista, o que imagina paisajes en su condición de no vidente.
En el camino en el que se entrecruzan el intenso relato y las arriesgadas imágenes, hay momentos felices: una toma cenital de la ciudad, con autos en movimientos y techos de casas y edificios, coincide con las elucubraciones de Noelia y Sebastián, mientras los dos piensan cómo resolver su relación; Noelia, con cámara en mano, filma el rostro de hija, la persona más importante de su vida, Sebastián camina entre espejos, colocados en un paraje abierto. La inclusión de la boda, recuperada e insertada en el film con simpleza y contundencia, también resulta un acierto.
“Lo que me diría es que, en este camino que hice, lo más importante fue encontrar un pilar para sostenerme. En el momento en que estás tocando fondo, nadie se deja hundir, es como de instinto, a veces lo difícil es encontrar algo que te sostenga, para agarrarte e ir para adelante”, dice la protagonista del film, en una de sus muchas reflexiones, para parar de pecho.
Volver a la luz. 78 minutos. En Cinemateca. Las funciones cuentan con audio descriptivo para quienes lo soliciten.