Hace 30 años se editaba Apunten... ¡fuego!, el cuarto disco de estudio de La Tabaré, que comenzaba con “Contracrisis”, una canción en la que Tabaré Rivero confesaba sentir “las desdichas de las pausas chejovianas”. Las referencias al universo teatral eran frecuentes en la banda, liderada por un actor que siempre contó con otros integrantes del medio. Las famosas “pausas chejovianas” remiten a una idea específica del autor ruso que revolucionó las formas teatrales de su tiempo: se trata de pausas que delatarían la crisis interior de los personajes.
No sabemos si Daniel Veronese sufrió alguna de esas crisis que menciona Tabaré, pero allá por 2009 llegó a Montevideo Espía a una mujer que se mata, una versión de Tío Vania (escrita por Chéjov en 1897) que despertó el interés de toda la comunidad teatral. Veronese toma la anécdota y algunos personajes, pero intenta despojarlos de envoltorios secundarios para mostrarlos en su decadente desnudez.
Recordemos que Veronese, figura clave de la escena porteña, también trabajó versionando a Henrik Ibsen, el otro gran dramaturgo del siglo XIX que, abandonando giros trágicos, melodramas y aventuras, se adentró en el interior de los hogares de la burguesía en ascenso. Con sus versiones de Ibsen y Chéjov, Veronese parece homenajear un tipo de teatro y clausurarlo a la vez.
Si nos ponemos en contexto, Chéjov desarrolla su obra literaria y teatral en el último baluarte del orden aristocrático legitimista europeo. La Rusia zarista agonizaba y eso se traduce en obras que muestran la repulsión a la aristocracia decadente o la conducta parasitaria de gran parte de los intelectuales. El análisis puertas adentro de ese universo originó un tipo de teatro que requirió de nuevas técnicas teatrales. Esas formas fueron revolucionarias a comienzos del siglo XX, pero no necesariamente lo siguen siendo ahora.
Ahora bien, si las formas necesitan adecuarse, la insatisfacción de los personajes o la sensación de estar desperdiciando la propia vida siguen siendo protagonistas de nuestro tiempo. Veronese retoma estas características de los personajes y abandona las “pausas”, intensificando, eso sí, la metateatralidad que las obras de Chéjov ya contenían (en particular, La gaviota).
Veronese entonces vuelve sobre los personajes insatisfechos de Chéjov, sobre la vida que se repite sin sentido, sobre la necesidad del amor que no se concreta, pero agiliza las acciones, recorta lo innecesario, y en el caso particular de Espía a una mujer que se mata, hace interactuar a Chéjov con el Jean Genet de Las criadas. Los “siervos” (no literalmente) se convierten en “criadas” y el juego teatral se potencia. Podríamos pensar que, apelando a Genet, Veronese nos acerca a Chéjov, pero hay más que eso: el juego teatral se hace consciente de sí mismo y la representación se torna en tema de la obra sin que nadie lo enuncie explícitamente.
Fernando Amaral vio Espía a una mujer que se mata en 2009 y, ya afianzado en su rol de director luego de Vitalicios (de Sanchis Sinisterra, en 2021) y Doña Ramona (de Víctor Manuel Leites, en 2022), se decidió por trabajar en una versión personal de la obra de Veronese. Para eso, adecuó el espacio de La Cretina (donde también transcurría Doña Ramona) y lo convirtió en el espacio clave de la estancia en donde transcurre la historia.
Vodka con el público
Vania es el cuñado de Serebriakov, un “crítico” literario que deslumbró inicialmente, pero que ha devenido en un triste profesor universitario. La situación es clave porque tanto Vania como Sonia (hija de Serebriakov y de la hermana fallecida de Vania) han trabajado en la estancia para sostener la vida lujosa del “intelectual” de la familia. Elena es la joven segunda esposa de Serebriakov, que dispara el deseo tanto de Vania como del médico rural Astrov. El aburrimiento y la frustración se destilan con vodka y los personajes se emborrachan frecuentemente. La hipocresía se refuerza con la sensación constante de que todos pueden estar escuchando lo que se habla en privado.
La Cretina se transforma pero también se mantiene merced a una barra que atiende Adrián Prego, quien siempre está dispuesto a servir el vodka que se reclame. La decisión no sólo es feliz porque dialoga con el propio espacio, sino porque habilita un ámbito en que los personajes se emborrachan y olvidan reprimir lo que piensan de los demás. El público también toma y también “espía” la decadencia de los personajes.
Lucio Hernández es el Vania, que apenas puede contener la sensación de desprecio hacia su cuñado, al que dedicó, cual criada, gran parte de su vida. Otro trabajo excelente es el de Álvaro Lamas, que encarna al cínico médico “ecologista” Astrov, también un exidealista quebrado por los años. Astrov es otro personaje servil, pero no hacia Serebriakov, sino hacia su joven nueva esposa, a quien corteja apenas disimuladamente.
Si bien todo el elenco realiza un gran trabajo para que podamos “espiar” la decadencia de este puñado de personajes cada lunes en La Cretina, no podemos dejar de señalar que este espectáculo es una nueva oportunidad para apreciar la actuación de Myriam Gleijer, una de esas grandes personalidades de nuestro teatro que no hay que dejar de ver.
Espía a una mujer que se mata. Los lunes a las 20.30 en La Cretina (Soriano 1236). Entradas $ 600 por Acceso Fácil, 2x1 para comunidad la diaria.