Rosina Gil, primera bailarina del Ballet Nacional del Sodre (BNS), se despide de la compañía con dos producciones icónicas: Minus 16, del israelí Ohad Naharian, y Swan Lake (El lago de los cisnes), en versión del brasileño Juliano Nunes.
Horas antes de esas funciones conversamos con quien, en alternancia con su carrera en el BNS, fue la primera bailarina uruguaya contratada por el Cirque du Soleil, integrante del Ballet David Campos (en Barcelona), del Ballet Carmen Roche (en Madrid) y de la Companhia de Dança Deborah Colker (en Río de Janeiro).
¿Cómo te sentís con esto de dejar un lugar que ocupaste mucho tiempo?
Lo estoy viviendo en diferentes etapas, como los duelos. Pasé por el dolor, la negación y me pasó de pensar “no quiero”, porque me encanta, pero al mismo tiempo siento que tenía que tomar la decisión porque tenía otras cosas que me estaban latiendo muy fuerte dentro del cuerpo.
Para que empiecen algunas cosas tienen que terminar algunas. No se puede estar en todos lados a la vez.
Sí. Y está relacionado con lo de que es la última. Yo siento que me ha pasado en diferentes compañías porque he cambiado muchas veces. La mayoría de las veces no sabía que era la última. Cuando me fui a Río de Janeiro, que estaba acá con Julio [Bocca] recuerdo que dije: “Este es mi último ballet”. Lo pensé como mi retiro del ballet clásico en ese momento. Hicimos La bayadera y recuerdo en esa función guardar imágenes, mirar a mis compañeras, los focos, al público y pensar: “Voy a mirar a propósito”.
Para atesorar ese momento.
Sí. Después, cuando me fui al circo desde lo de Deborah, lo mismo. Todavía no le había dado la noticia a Deborah, pero yo sabía... Entonces estaba en esa función, que tampoco sabía que sería la última porque todavía no tenía el contrato, pero lo intuía, y pensaba: “Esta la voy a guardar, esta es la última”. En el circo fue todo lo de la pandemia, entonces no sabía que mi última función iba a ser la última. No tengo ese recuerdo. Yo estaba viviendo en Estados Unidos y vine acá porque me invitó Igor Yebra y me quedé, pero todas mis cosas estaban allá. Después el show no volvió a abrir. Entonces ahora tengo esa conciencia de que sí es una despedida y lo estoy viviendo así, día a día, con mucho cariño; mis compañeros están siendo divinos, todo el grupo... La verdad es que me están haciendo pasar muy bien.
Las despedidas son difíciles, a veces maravillosas, pero importantes siempre. En otras profesiones muchas veces es más claro a dónde vas, pero en tu caso es muy incierto.
Es absoluta la incertidumbre.
Lo contrario al ballet, en el que conocés cada tiempo, cada nota, cada paso, cada músculo...
Sí, sabés todo lo que tenés que hacer. Igual, por mi forma de vida, siempre he estado en la incertidumbre. Mi carrera no ha sido lineal como la mayoría de las carreras de las bailarinas clásicas. Tuve momentos en los que iba a dejar de bailar, estuve trabajando en otra cosa... Trabajé de secretaria de comercio exterior, después me fui para el baile contemporáneo, después para el circo, después quedé sin trabajo, me fui a hacer coreografía... Pero ahora siento que ya no voy a volver a hacer ballet clásico, eso lo tengo claro. Porque también no es sólo algo que cae por su propio peso, algo que en algún momento llega, sino que lo siento profundamente como un deseo: esto ya no lo quiero bailar más. Ya lo bailé.
¿Ese futuro lo ves como yendo a donde te lleve el viento o como un plan para no perder nada de tiempo?
Creo que soy muy joven. No para el ballet, pero sí para la vida. Tengo 40 años, no es que me estoy jubilando con 65. Tengo muchas inquietudes, mucho que quiero aprender, investigar, entonces tener tiempo para todos esos intereses siento que es un renacer, algo positivo.
¿Cuando fuiste secretaria de comercio exterior fue porque tenías miedo de depender íntegramente del arte, o era también una vocación?
Era necesidad. El ballet no alcanzaba y apareció el padre de una amiga bailarina que tenía una empresa y precisaba una secretaria, y yo precisaba dinero para hacer audiciones, para entrar en una compañía, para seguir haciendo clases, para pagarme los pasajes, para mantenerme. Estaba en Barcelona y no quería pedirles plata a mis padres. Fue una forma de seguir creyendo en mi sueño también.
Te subvencionaste el sueño.
Sí. Trabajé de promotora en supermercados, de camarera... Todo trabajo que llevaba poco tiempo y me daba dinero lo agarraba.
¿En esa etapa sentías fuertemente que ese sueño se iba a concretar?
Yo soy muy testaruda y creía que sí. Nunca imaginé el vuelco gigante que se dio. Siempre digo que fue la recompensa. ¿Creíste? Bueno, te ganaste esto.
No quiero llevarte a Marie Kondo, pero viste que la clave de su filosofía radica en que sólo si uno libera los estantes de ropa vieja e innecesaria habrá lugar para que entre la ropa nueva. Y de alguna manera...
Se trata de ordenar prioridades, sí. ¿Sabés en qué otra cosa me gusta pensar? En la coordinación entre mente, cuerpo, espíritu y la voluntad. Que lo que vayas a hacer tenga sentido con lo que estás sintiendo. Yo estaba sintiendo una incomodidad en el cuerpo: necesitaba tomar una decisión, hacer algo y aprovechar esa fuerza que tengo, que eso no se apagara, usarlo en lo nuevo y confiar en eso. Pero sí, es un saltar. Yo tengo una amiga dominicana, Jennifer, que fue bailarina acá y ahora está en Nueva Zelanda. Ella me dijo: “Tírate, amiga, y cuando te tires va a aparecer la red”.
El miedo es “¿y si me tiro y no aparece?”.
Lo que pasa acá en Uruguay es que a nivel de estabilidad para una bailarina lo que hay es el Sodre. Ahora se viene todo el mundo freelance, donde yo ya estuve esos nueve meses sin trabajo, con mi obra Varada. Lo conozco y es un trabajo aparte: los Fondos Concursables, investigar, gestionar. Estoy estudiando gestión cultural; termino en octubre.
¿Qué es eso tan loco como el Cirque du Soleil que podría venirse?
Quiero ver cuál va a ser mi próxima obra, de qué quiero hablar. Yo tengo en mente trabajar como creadora, y uno de mis sueños es presentarle una obra al Cirque du Soleil. Cuando estuve trabajando con ellos fueron dos años y a los diez meses me dieron el cargo de artistic dance coach: la persona que ayuda con todas las coreografías, que ve de afuera qué se puede mejorar, a qué atleta le faltaría más delicadeza... A mí eso me re gusta.
¿Cómo es depender enteramente del cuerpo? ¿Se siente miedo todo el tiempo, de una fractura o de algo que pueda ser una traba importante para el desarrollo?
Nosotros todo el tiempo lidiamos con esguinces, fracturas, hernias... Y te vendás y seguís, o tomás algún antiinflamatorio, analgésico, hacés fisioterapia, descansás dentro de lo posible. Pero tenemos una tolerancia al dolor que creo que ni un boxeador tiene.
No es el fin del mundo, entonces.
O sea, lo sentís cuando te pasa, te abrumás cuando no podés hacer la temporada. Me ha pasado de lesionarme un día antes y llorar a mares y no poder creer, pero es cierto que a veces, aunque te mueras de dolor, te empujás para hacerlo.
También he escuchado muchas veces a las gimnastas olímpicas decir que es muy poco probable que uno salga a competir en perfectas condiciones.
Sí, ¡obvio!
Uno vive y baila, y después volverá a bailar con la rodilla que tiene y con el tobillo como quedó. Es una forma de ver y vivir la vida.
En octubre voy a lanzar un libro que cuenta mi vida. Uno de los relatos finales es como una oración y en una parte dice: “Que cada dolor sea la cicatriz de una batalla ganada”. Podrá haberme quedado una parte más corta que la otra, pero no me impide seguir bailando. Y hay que confiar en la recuperación del cuerpo, que es muy sabio también, y también es muy sabio ver por qué te pasó lo que te pasó.
¿Dónde está el límite del dolor? ¿Cuándo es una imprudencia salir a bailar con él y cuándo se trata de nuestra fuerza de voluntad y es lo que tenemos que hacer?
Es muy delgada esa línea. En Don Quijote quedé trabada una mañana en el supermercado y tanto la dirección del Ballet como los fisioterapeutas me decían que no bailara, que era una locura. Y yo dije: “Quiero bailar igual, puedo sostener este dolor, me conozco”.
¿Cómo se baila en esos casos? ¿Con un analgésico muy fuerte que no te deje sentir el dolor, o se siente el dolor todo el tiempo y se baila igual?
Yo creo que está bueno sentir un poco el dolor para escuchar a tu cuerpo. Pero en una función es tanto el placer, tanta la adrenalina cuando te metés en el personaje, que de repente estás ahí con tremenda lesión y te olvidaste. La mente es un viaje en el dolor... Es muy interesante.
¿Te gustaría explorar ese camino?
Sí, me interesa la biodescodificación, lo he hecho. Porque creo mucho en el cuerpo. Me dediqué a esto desde los ocho años. Si me duele el hombro tiene que ver con la humillación, por ejemplo. Es ahí donde van las medallas. Sé que hay mucha gente que no cree, pero yo sí creo.
¿Con qué personas que no bailan usualmente te gustaría bailar o enseñar a bailar?
Me interesaría mucho trabajar con personas mayores de 65 años. Hace muchos años en Barcelona vi Kontakthof, la obra de Pina Bausch, y me fascinó; me fascinó ver gente mayor bailando. Me pareció maravilloso y que quiebra muchos tabúes. Me pasó una vez que fui a un residencial de ancianos a bailar y estaba mi abuela paterna, en Carmelo, y nos pusimos a bailar. Todos los abuelos y abuelas se pusieron alrededor y ver esa alegría de ellos, ver cómo movían sus cuerpos me abrió mucho la cabeza; me gustaría tener también esa experiencia de la liberación que produce el cuerpo en edades más grandes. También me gusta mucho el teatro y la actuación. Me gustaría tener tiempo para formarme. Entonces, también quisiera trabajar con actores. Lo he hecho; lo que expresan con las palabras, la historia que se cuenta, que repercuta genuinamente en sus cuerpos como nos pasa a todos. Siempre digo eso: no hay nada más honesto que el cuerpo.
Minus 16 y El lago de los cisnes. Desde el miércoles 21 de agosto al domingo 1º de setiembre. Funciones a las 20.00, excepto el último día (a las 17.00). No hay funciones los días 25 y 26. Entradas en Tickantel desde 150 pesos.