Hay una puerta ahí compila y resume las conversaciones virtuales entre el uruguayo Fernando Sureda y el médico español Enric Benito, entre 2019 y 2020. Dos años antes del inicio de las conversaciones, Sureda fue diagnosticado con esclerosis lateral amiotrófica (ELA). En 2019 ya estaba confinado a su cama, con las piernas inmovilizadas, empezando a perder la fuerza de los brazos y manos. Frente a la previsión de que pronto perdería la capacidad de respirar, su expectativa de vida era de unos seis meses.

Con un discurso muy articulado, Sureda había estado recurriendo algunos medios de prensa para defender su derecho a la eutanasia y militaba por una ley al respecto, en forma análoga a la de Ramón Sampedro (cuya historia fue difundida en la película ficcionalizada Mar adentro, 2004, de Alejandro Amenábar). Me pregunto si la demanda de Sureda influenció el proyecto de ley de regulación de la eutanasia, presentado en agosto de 2022 por el diputado Ope Pasquet, actualmente pendiente de votación en el legislativo.

La doctora que atendía a Sureda lo puso en contacto con Benito, especialista en cuidados paliativos, quien, por el contrario, milita en contra de que las personas recurran a la eutanasia. Los dos empezaron una conversación virtual que se extendió por nueve meses, hasta el fallecimiento de Sureda en 2020.

La película consiste casi totalmente en material preexistente. Escuchamos mensajes de audio, visualizados en forma análoga a los de WhatsApp y reproductores similares. Los mensajes de texto escrito aparecen en pantalla con la clásica animación en que las letras se van desplegando en el orden de lectura. Y luego vemos las grabaciones de los intercambios vía Zoom. La intervención autoral está sobre todo en la edición —que selecciona el material y construye el relato— y en algunos intermedios que funcionan como flashbacks (apariciones de Sureda en televisión, un montaje de fotos familiares), algunos de los cuales están adornados con una música ambiental entre tierna y enaltecedora.

Sureda es una persona pintoresca, habla con franqueza y contundencia, le gusta el humor y evita sentimentalizar. Benito es como un predicador con excelentes herramientas de persuasión. Posee simpatía aunada con seriedad, sabe escuchar, sabe medir muy bien cuándo conceder, cómo hacer preguntas para inducir una vuelta conceptual (si Sureda habla del coraje de asumir el control sobre el fin de la propia vida, Benito replica con “tener los cojones de soltar el mando”), cuándo hablar fuerte y rezongar, cuándo fortalecer el vínculo afectivo relajando y contando chistes. En esencia lo que dice es que esos tramos finales de la vida, en vez de contemplarse con un énfasis en el sufrimiento y la indignidad, pueden verse como la oportunidad de reflexionar, de compartir, de disfrutar el cariño y la atención de los prójimos, de saldar cuentas pendientes.

En un momento, el médico habla mal de Bolsonaro y de Trump, como para diferenciarse de la extrema derecha que suele alinearse con la posición “provida”. Plantea alguna crítica a algún detalle de la Iglesia Católica y nunca confina sus opiniones a algún marco religioso específico. No habla ni de alma ni de espíritu, sino de consciencia, “cientificizada” por las teorías de David Bohm, y cuando el agnóstico Sureda le concede una apertura, deja percibir su creencia en un más allá luminoso. Argumenta que es una crueldad imponer a alguien (pariente o médico) cargar con el remordimiento de terminar una vida (como si ello implicara, necesariamente y en cualquier circunstancia, una culpa). También sostiene la idea, tan cómoda y reconfortante, de que una vida pueda tener un “sentido”.

Pese a la determinación del inicio, Sureda y su familia muestran una gran propensión a dejarse convencer por Benito. La conexión está alimentada por diversas coincidencias: ambos nacieron en 1949, ambos llevaban en ese entonces 46 años de casamiento feliz. Sureda genera una casi dependencia de las conversaciones semanales con el español. Benito da muestras de un afecto correspondiente. Es él quien habla de convertir ese material en un futuro documental, y es entendible que esa idea lo entusiasmara, ya que el caso Sureda terminó siendo ejemplar de su posición y de la acción reconfortante de sus palabras.

Benito soñaba con viajar a Uruguay y que hubiera cámaras registrando el encuentro presencial, pero se lo impidió la pandemia de covid-19. Vino en 2022, abrazó a la viuda, hijos y amigos de Sureda, hicieron un asado, y esos momentos alegres (contados con una sucesión de fotos fijas sobre música folclorista alegre) construyen el final positivo del film.

El coraje de morir

La película asume la posición de Benito de distintas maneras. La más elemental es la mera elección de contar esa historia en particular. En los últimos tramos, cuando Sureda ya no tiene autonomía para fumar sus cigarros y tomar su whisky y su voz empieza a debilitarse, tenemos un lentísimo fundido a blanco que sugiere pasaje a un estado de trascendencia. No llegamos a ver su probable sufrimiento cuando se le empieza a complicar comunicarse y respirar.

El título refiere a una alucinación de Sureda, que Benito dice que le contó el hijo de Sureda, de que veía una puerta abriéndose sobre su cabeza. “Quién sabe”, dice Benito. (Es esa idea absurda de que el más allá estaría constituido con las características arquitectónicas de la civilización, con muros y puertas.) El hecho es que ese delirio de Sureda se convierte, en forma afirmativa, en el título de la película: Hay una puerta ahí, implicando un más allá.

En el momento que se corresponde a la muerte de Sureda vemos las que son, quizás, las únicas imágenes producidas especialmente para la película: tomas subacuáticas de Benito nadando, que además de dar una imagen bonita y saludable del médico y connotar paz y liviandad, evocan poéticamente el alma del difunto flotando en un espacio etéreo.

En este momento en que, en contra de la voluntad del presidente y de la casi totalidad del Partido Nacional, algunos legisladores insisten en votar el proyecto de eutanasia, esta película funciona, quizá no en forma directamente en contra de la eutanasia, pero sí como un argumento diluyente, en el sentido de “¿vieron?, no hay por qué, las cosas pueden ir perfectamente bien sin eso” y, de esa manera, puede contribuir a mantener restringida la libertad de elección de los ciudadanos para cumplir con la postura de grupos religiosos cuyo poderío depende de la infelicidad de la gente.

Hay una puerta ahí, dirigida por Facundo y Juan Ponce de León. 79 minutos. En Cinemateca, Torre de los Profesionales, Life 21, Grupocine Punta Carretas, Alfabeta, Movie Montevideo, Grupocine Punta del Este, Siñeriz (Rivera).