Un grupo de mujeres charla y borda en una mesa de lienzo larga y angosta. Conversan sobre las alternativas de vivienda, las distintas edades en la vida, el agua, el extractivismo. Discuten sobre las huertas urbanas, reflexionan sobre el manejo colectivo de la frustración ya que no todo crece como quisieran, de la importancia de las estaciones, de los pueblos originarios, y mientras hablan, aguja en mano, crean. Emana de todas ellas tranquilidad. Están haciendo política en paz: la cadencia de la charla, el tono, el respeto queda dibujado sobre un lienzo con flores, estrellas, palabras, redes de hilos de algodón en todos los colores y direcciones.
La escena ocurre en la gran sala del Centro Cultural de España durante una activación de la artista Virginia Sosa Santos, La micropolítica del bordado colectivo, que forma parte de la muestra en la que se exponen 11 propuestas artísticas ecofeministas uruguayas seleccionadas por las curadoras Lilián Celiberti y Florencia Durán Itzaina. La exposición nació de un llamado abierto por la Red de Centros Culturales de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo en el marco del proyecto “Derecho de vida. Miradas ecofeministas en el arte en Iberoamérica y Guinea Ecuatorial”, que se desarrolla a nivel regional y articula dos ejes de acción: medioambiente y feminismo.
Al llamado ecofeminista se presentaron 65 propuestas. Es una muy buena respuesta por parte del arte uruguayo y una prueba más de que las mujeres artistas producen, teorizan, crean en muy buen nivel. En un principio podría pensarse que la convocatoria era muy específica, pero el resultado indica lo contrario: el ecofeminismo interpela a las artistas desde muchas aristas. Así como es tratada –o maltratada– la Madre Tierra, así somos tratadas todas. Nuestro planeta, como nuestros cuerpos, es explotado como recurso capitalista.
Las dinámicas de explotación e individualización del sistema en el que vivimos hoy niegan la naturaleza como cuerpo único, al cual todos nosotros pertenecemos. Si se daña una parte del bosque, se daña todo el ecosistema; si dañan a una, dañan a todas. Como concepto teórico, el ecofeminismo está enraizado en las luchas desde hace cinco décadas, pero como forma de vida lo está desde épocas precoloniales.
El proyecto regional busca “profundizar el debate sobre los impactos, implicaciones y alternativas resilientes a las jerarquías de poder desde los roles impuestos al género, trazar nuevas cartografías sobre las relaciones simbólicas y epistemológicas entre feminismos, patriarcado y naturaleza y, sobre todo, aportar un nuevo camino en favor de atender la necesidad urgente de revertir los controversiales paradigmas que sostienen el mundo contemporáneo y que ponen en permanente riesgo la vida sobre el planeta”, y se propone finalizar con una publicación que recoja las exposiciones de los diferentes países.
Lilián Celiberti, una de las curadoras, cuenta que “fue muy interesante el vínculo con las artistas porque fuimos descubriendo fundamentaciones teóricas muy interesantes y muy ricas, el tema del tiempo, el tema del ecofeminismo como parte de la construcción de la vida, lo del bordado colectivo como la micropolítica. Recuperar la dimensión micro como una dimensión política es importante, no quedarnos sólo con lo macro, sino atender a lo que está a nuestro alcance y lo que podemos hacer”.
Red de redes
La sequía, las tinturas naturales, el pasar del tiempo, los círculos familiares de mujeres, la ancestralidad, nuestros bosques nativos son algunas de las materias primas de las 23 artistas que, tal vez sin intención, crearon una red artística tejida por Celiberti y Durán, que en su diversidad se fortalece. Una red que nos refugia y desafía hacia nuevas cosmogonías de cuidado de las personas y de nuestro planeta respetando la diversidad en todas sus formas de vida.
Virginia Sosa Santos comenzó con su mesa colectiva hace cinco años; es una obra procesual colaborativa, de 50 centímetros de ancho, lo que hace que las personas estén muy cerca. “Bordamos colectivamente con la idea de entramar pensamientos, mediadas por el textil”, explica la artista. “Tengo la convicción de que el textil posibilita el pensamiento horizontal, permite un diálogo amoroso, que a su vez permite las diferencias de una manera cercana”, agrega.
Las 26 serigrafías y el grabado linográfico de Cecilia Rodríguez Oddone, ilustradora y artista gráfica, plantean el ecofeminismo como una corriente que da respuestas acertadas ante la crisis ecológica, social y económica, al plantear la necesidad de un cambio de paradigma en el que el cuidado del medioambiente genere una estrecha relación entre el universo de las mujeres y el cuidado de los recursos naturales. Sus obras ponen la presencia femenina en un lugar central y en estrecho contacto con la naturaleza, sea observándola, abrazándola, fundiéndose en ella (la mujer en la naturaleza y la naturaleza en la mujer).
Natalia Valenti presenta cuatro obras cuyo eje principal es el paso del tiempo y la necesidad de pausas en un mundo donde la carrera es permanente y el consumo, desenfrenado. Rizoma, una de las obras, es un mosaico de papeles de algodón intervenidos. Fue realizada durante la pandemia, en 2020, a partir de reuniones por Zoom de mujeres en las que fue “sacando apuntes, frases, generando un discurso coral de mujeres que estábamos intentando pensar un mundo mejor, cada una desde su lugar”. La artista decidió escribir las frases en espiral, luego agujereó los espacios y entonces comenzó a bordarlos. “Así descubrí que cada texto generaba un bordado diferente, se podían unir y convertirse en algo rizomático, con nodos que se unen”, afirma. “Rizoma”, explica Valenti, “es la manera como se unen las raíces que se alimentan en diferentes puntos debajo de la tierra, sin una parte central, ya que los nodos se distribuyen, se conectan, como las cañas tacuara: no dejan a ninguna morirse de sed”.
El taller Pezzolano, de La Paloma, y el Centro Universitario Regional Este (CURE) de la Udelar, realizaron “acciones estéticas” en el bosque nativo próximo a Cabo Polonio. La instalación Late savia, km 259. Prácticas artísticas en el bosque nativo: hacia un arte ecológico ambiental contiene un herbario que se puede desordenar y rearmar, un video con la recopilación de registros fotográficos realizados por Lucía Méndez y un telón teñido con tintas vegetales bordado con fibras.
Un mural habita y atraviesa la sala. Allí se ven mujeres danzando, aves, agua, y a lo lejos una ciudad. Encantamiento se titula la obra y su autora se llama Aiara Camacho. Está inspirada en “Encanto del arroyo”, un proyecto de mujeres integrantes de la comunidad charrúa Basquadé Inchalá que luchan por la recuperación del arroyo Pantanoso. Camacho manifiesta su interés por “retomar saberes de pueblos originarios, que pueden ser cuestionadores de las formas capitalistas y colonialistas”.
El vínculo intrínseco entre la naturaleza y las mujeres está presente en la trenza de la instalación fotográfica Volver, de Elaiza Pozzi, quien junto al tríptico presenta un tronco autóctono de monte nativo de Laguna Garzón y un cuaderno de anotaciones. Al ver esta obra da la sensación de que algo está fuera de lugar, aunque es orgánica, como la vida misma. Propone diferentes formas de ver las cosas, de vivir los recursos, de mirarse entre todas.
La hora del té, de Cecilia Rivero, es una obra que tiene como eje el tiempo, su cadencia, su paso. Fotografías y un relato familiar nos recuerdan, desde el caso particular, los espacios que fortalecen la identidad, resuelven (o dan) problemas, nos preparan para los cambios de la vida y sus arrugas.
En paralelo
Durante la exposición se realizan actividades como las dos activaciones de Micropolítica del bordado, de Virginia Sosa, el curso sobre ecofeminismo que lleva adelante Lilián Celiberti y Alquimias en diálogo, una acción poética de Lucía Kelmanzon y Fer Piñeirúa.
“Los colores se conectan, se trenzan, forman collares, los vestimos, los movemos. Colgamos etiquetas en cada color con la información sobre su tinte natural y conceptualización simbólica. Etiquetamos las uniones y cruces, colores nuevos, mezclas, percepciones e ideas. Generamos un mecanismo visual y táctil para dialogar”, dicen las artistas.
Derecho de vida es un proyecto ambicioso, probablemente porque el mismo ecofeminismo lo es. Cada artista puso su semilla, que sembró, cuidó y floreció en la sala. Ojalá quien vaya a ver la exposición se lleve un brote de esperanza, de confianza, de compromiso, de reflexión. Porque el arte es eso, un espacio de crecimiento y transformación.
Derecho de vida. Miradas ecofeministas en el arte uruguayo. Artistas: Aiara Camacho, Cecilia Rivero, Cecilia Rodríguez, Elaiza Pozzi, Laura Amaya, Lucía Kelmanzon y Fer Piñeirúa, María Noelia Gallardo, María Paz Romero, Natalia Valenti, Taller Pezzolano, Virginia Sosa Santos. De lunes a sábados hasta el 5 de octubre en el Centro Cultural de España (Rincón 635).