Al comienzo de su reveladora y nada indulgente autobiografía Incierto y sinuoso –que acaba de publicar la editorial Caja Negra y que firma junto al crítico literario y periodista cultural Mariano Vespa–, Daniel Melero precisa que el primer tema de rock que escuchó fue “Surfin’ U.S.A.”, de The Beach Boys. Lo descubrió de casualidad, al final del lado B de una antología de éxitos de autores varios que había en la discoteca de su hogar. Tiene entonces apenas nueve años y cuenta que la primera vez que suena comienza a correr alrededor de la mesa. “Ese ritual demencial se repite cada vez que vuelvo a escucharlo”, escribe.

“Todavía no sé qué son las drogas ni los estados mentales alterados, pero algo en mí ya busca marearse para escuchar música. Más tarde comprenderé esa reacción como un signo: sin darme cuenta ya necesito inducirme a cambiar la forma en que funciona mi organismo”.

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La misma desquiciada carrera es la que invita a realizar con cada play el tema “I Am the Occupation”, de una tal Mary Ocher. Ritmo mecánico y voz con eco: el espíritu de Joy Division planea sobre una canción que plantea un enigma y que invita a imaginar sótanos, a entregarse a un baile espasmódico a lo Curtis, y a dejarla sonar una y otra vez, hasta resolver su deliciosa trampa. Ocher es una anarquista que nació en Moscú, pero a los cuatro años se mudó con su familia en plena primera Guerra del Golfo a Tel Aviv, donde, según se puede leer en la biografía en su web, fue expuesta de manera cruda a la xenofobia y el nacionalismo, y del que se escapó apenas pudo para residir en Berlín desde entonces.

“Tengo dos pasaportes de países que detesto”, confiesa la militante Ocher, que no tiene dudas de que el fin del mundo está cerca si seguimos así, y hace música para intentar evitar que suceda o al menos ponerle una adecuada banda de sonido. Su flamante disco Your Guide to Revolution es un inquietante descubrimiento.

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Así como el álbum de Ocher parece aparecer desde la nada, el nuevo libro de la crítica de arte devenida escritora María Gainza tenía un lugar reservado, pero no llegaba. “Siglos atrás, cuando el mundo aún me parecía un lugar excitante, escribí un libro sobre museos”, escribe Gainza en su epílogo. Recuerda haberlo escrito en un estado ideal, sin esperar ni aprobación ni crítica, y estuvo a punto de archivarlo cuando le ofrecieron publicarlo, con la condición de que ella pusiese el dinero para hacerlo.

Utilizó unos ahorros destinados a pintar el cuarto de su hija, y a partir de entonces su vida cambió. Porque el inesperado y maravilloso El nervio óptico, publicado originalmente hace una década por Mansalva, fue pasando de boca en boca y de mano en mano hasta terminar cuatro años después primero en la editorial española Anagrama, y luego traducido a una quincena de idiomas. Gainza dice haberse vendido al capitalismo, como le dijo para provocarla aquel editor inicial, tentada por la posibilidad de convertir en profesión la manía de contar cuentos que tenía desde chica. “Pronto descubriría que, para una personalidad que históricamente se bloquea ante la presión, convertir la escritura en trabajo era mala idea”.

El título de su nuevo libro, Un puñado de flechas, nace de una conversación que tuvo con Francis Ford Coppola en Buenos Aires, muchos años atrás, cuando no era la escritora premiada que es hoy, sino apenas una madre primeriza. Corría 2008, el director estaba en Buenos Aires para filmar Tetro, y alguien le dijo que conocía a la reencarnación del protagonista bohemio y maldito de su película. “Que era, casualmente, mi marido”, escribe Gainza, que, hacia el final de un trasnochado periplo porteño entre varones al que se ve arrastrada y que le resulta totalmente ajeno, queda sola junto a Coppola. Fue el momento de la frase del título, la del puñado de flechas con la que, según le dijo entonces el director, cada artista viene a este mundo. Flechas que se pueden lanzar todas de joven, de adulto o ya viejo. Lo ideal es irlas lanzando de manera espaciada, a lo largo de los años. Pero, se sabe, agregó el bueno de Francis: lo ideal es enemigo de lo bueno. Gainza recuerda haberle preguntado si, entonces, el artista no tenía dominio sobre esas flechas, y que Coppola respondió que no mucho. “It just happens”, resumió.

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Por estos días en que comienza la cuenta regresiva de un nuevo disco de Charly García es imposible no pensar en esas flechas. Y en los artistas. Gainza dice que cuando le regaló aquella reflexión, Coppola quizá estaba viendo en ella alguien que ni siquiera ella era capaz de ver entonces. ¿Qué Charly es el que vemos cuando hablamos de Charly? Su nuevo disco lleva el nombre de La lógica del escorpión, y se venía anunciando desde hace tiempo, pero ahora tiene fecha: 11 de setiembre. La lista de temas anticipa versiones de Sui Generis, de Lennon –se supone que la traducción de “Watching the Wheels” fue responsable de sus recurrentes retrasos– y también de aquella fallida colaboración con Spinetta.

Estoy a punto de preguntarme si a Charly le quedarán flechas que lanzar, pero de pronto me doy cuenta de que deberíamos preguntarnos cuántas son las que nos quedan. Porque García ha demostrado que sigue y sigue, pero a esta altura es el mundo el que debería preguntarse (o al menos Argentina) si tiene cuerda para un mes más. Porque ya deberíamos tener muy en claro que este escorpión va a estar siempre ahí, flecha en mano.