Sobre la calle Aquiles Lanza, papeles de estudio subrayados con colores fluo y las hojas de un recetario vencido del Casmu arden en llamas sobre el cordón de la vereda para que caliente la lonja de un tambor. Si fuera posible apostar, que vaya todo a la cuerda de La Malunga, una comparsa de Brazo Oriental que suena ajustadísima en la combinación de tres ritmos, dos de ellos atrevidos –uno casi brasileño– y el del fondo tradicional, con tambores que llevan la escrito “Resiliencia” y el dibujo de un ave Fénix.

¿En qué se han convertido las Llamadas de San Baltasar? Hay quienes dicen que son las mejores, en detrimento de las muy turísticas de febrero.

Con nada que envidiarle en cuanto a concurrencia, y organizadas como cada año por la Asociación Uruguaya de Candombes, las de este lunes 6 de enero se vieron mínimamente afectadas por las temperaturas casi otoñales del verano 2025, pero solo en las inmediaciones del Cementerio Central.

Foto del artículo 'Crónica: viejas y nuevas medicinas de las Llamadas de San Baltasar'

Foto: Rodrigo Viera Amaral

En la placita de un edificio moderno, un grupo de ancianos vestidos de ancianos del Montevideo colonial se quejan del frío y de la espera, y tal vez de algo más: “Que respeten el orden, ché”, se escucha decir a una mamavieja de prendas blancas, que se dirige al resto de los menos animados, afectados por el viento que corre en ese pasaje que va a parar a la avenida Gonzalo Ramírez, donde debe aguardar la mitad de las comparsas antes de arrancar su desfile de Reyes Magos por la tradicional Isla de Flores.

Milton, que tendrá que esperar otras dos horas para que le toque su turno, no recuerda el nombre de su comparsa –es una de las 34 que participarán esta tarde– y podría pasar tranquilamente por uno más de los muchos disfrazados independientes, en una jornada especialmente oportuna para desfilar sin permiso, o con los antojos de una vacación, como el del local Fernando Lobo Núñez, que esta tarde se pasea por sus cuadras con cómodas crocs de color rojo.

“Uno quiere hacer bien el personaje y se interesa por su historia”, me explica Milton, vestido con un smoking con accesorios llamativos. De su maletín de gramillero sobresalen hojas verdes y una ristra de ajo. Sobre el personaje ancestral recuerda un barco de marineros, los engaños de los brujos y los primeros doctores de medicina y la historia de las vitaminas.

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Foto: Rodrigo Viera Amaral

Con los tambores cruzados de dos comparsas, el sudor de la multitud festiva, el humo de los choripanes y el activo saltarín de los churros, pasteles y tortafritas de fondo, Milton podrá disertar con serenidad sobre el cirujano Takaki Kanehiro, estudioso de las debilidades de los ejércitos británico y japonés a finales del siglo XIX, y el fisiólogo neerlandés Christiaan Eijkman, quien experimentó con gallinas y arroz hasta identificar la vitamina B1.

“Cuanto mejor eran las pilchas, más atención la gente les prestaba a estos curanderos, que eran una mezcla de magia y de ciencia”, dice Milton, sin ocultar el orgullo de sus brillos para esta tarde noche.

“Esto es un milagro”, agrega, y habla en particular de estas llamadas, del santo negro San Benito de Palermo y también del rey Baltasar. “El secreto está en el ritmo del tambor, que está en todas las etnias, y que se asimila al ritmo del corazón. Uno se sincroniza y te da sensaciones. Cuando tú desfilás es un ida y vuelta de felicidad, ves que la gente se desborda y vos también te desbordás”, confiesa y sonríe.

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En cada esquina, repositorios de bebidas refrescantes llaman la atención al insistente pasaje que va y viene desde Aquiles Lanza hasta Minas. Son en su mayoría jóvenes, aunque no faltan adultos y personas mayores, los que se pasean o se instalan en su lugar con vasos de gran tamaño para el consumo de vinos y cervezas, en artefactos de una variedad que va de lo más rústico, como una botella de litro y medio cortada a la mitad, hasta elaboradas botellas térmicas con cierre hermético para prevenir salpicones.

Se irá tempranísimo Juan Carlos, gramillero de Uganda –comparsa del Cerrito de la Victoria-, pero deberá esperar un montón el 149, sin abandonar su disfraz de galera amarilla y negra. “Trabajé en un molino de harina y me tuve que jubilar por enfermedad. Salgo en escuelas de samba y en comparsas, que es lo que más disfruto hacer en la vida”, dice. “Con este mismo laurel -las hojas curativas de su curandero- esta noche cocino”, cuenta el hombre, rumbo a su hogar en Casavalle.