Tal vez la intención es alcanzar el récord de tener el mayor número de bienales de arte con el mismo director. Tal vez es una sencilla señal de pereza conceptual y práctica. En todo caso, dado el resultado de esta VI Bienal de Montevideo –por tercera vez alojada en el Palacio Legislativo y por sexta vez curada por el alemán Alfons Hug–, urge, más que un simple cambio de rumbo, un viraje abrupto: como ya se había notado en las ediciones anteriores, el Salón de los Pasos Perdidos es un espacio demasiado complejo para las posibilidades curatoriales en campo y, tal vez, para el presupuesto a disposición (que desconozco, pero imagino que no es estelar). En este caso todas las deficiencias alumbran mucho más que los pocos aciertos de exhibición (cito uno: mostrar al público local artistas extranjeros importantes que de otras formas no llegarían a exhibirse acá).

El escenario general, con sus entramados de mármoles y piedras barrocamente neoclásicos y las pinturas, niegan cualquier posibilidad de sobresalir tanto a las muchísimas piezas chicas, chupadas inexorablemente a nivel visual por esos fastuosos “marcos”, como a las varias telas y banderas colgantes, que, más que gritos estridentes, terminan pareciendo, por tamaño, lujosa ropa colgada a secar o contrapuntos estéticos de los vitraux: una lástima, porque hay algunas piezas contundentes (como los bordados y teñidos naturales de Olinda Silvano, artista de la Amazonia peruana). Los terribles paneles que rodean el primer tramo del salón uniformizan una selección, por cierto no siempre brillante, pero con series de gran interés (por citar una: los bordados austeramente posexpresionistas de Gustavo Caboco), llegando en algún caso a lo increíble: para poder ver algunas piezas uno tiene que meterse, rocambolescamente, entre panel y pared, en un espacio ridículamente chico, casi frotando la obra contra la nariz: dudo que sea una estrategia de Hug para obligarnos a dicha proximidad, pero dejémosla como una remota posibilidad (aunque se me escapa por completo la razón).

También los videos, que en las primeras dos bienales habían sido el punto fuerte de la curaduría del alemán –con selecciones muy finas y “puestas en escena” de proyecciones musculares y aturdidoras–, son aquí casi enteramente relegados en dos angostos pasillos, en televisores, sin el mínimo confort práctico para el espectador (ni siquiera un taburete para poder sentarse: ¡el audiovisual de Morzaniel Ɨramari Yanomami dura una hora!).

Los problemas no terminan con el montaje. El título/tema, Amazonas ancestral, tenía, sin duda, un potencial enorme, sobre todo en el contexto uruguayo, tan dispuesto a sentirse tercamente distante de ese inmenso ventrículo verde que bombea agua, oxígeno y cultura a todo el continente, y aún más en este preciso momento en que ha sido elegido como sede para debatir el destino ambiental del mundo. No obstante, pese a que numéricamente los artistas brasileños son la mayoría (salvo los uruguayos, presentes en ingente cantidad, por mano del cocurador Alejandro Denes) y los indígenas, o los que revisitan temas y estilos indígenas, justamente abundan, la complejidad de este territorio –que el mismo Hug define “un lugar donde el paraíso y el infierno, la abundancia y la necesidad extrema, conviven lado a lado, donde la imaginación fértil y la desolación se combinan en un realismo mágico, donde el exceso y el tedio se alternan”– no logra desplegarse y se cristaliza en una serie de anécdotas.

En otras palabras, el tema se ve reducido a una cadena de fragmentos paradójicamente aislados y ahogados, repito, por la rebosante arquitectura de matriz europea que aplasta –“retorno” colonialista, podrían decir los cínicos– al conjunto. La misma idea de naturaleza amazónica, concentrado de una vegetación desbordante y biodiversidad gargantuesca constantemente en peligro, se reduce a menudo a obras donde simplemente aparece algún animal o planta genéricos (si no, ¿cómo leer la presencia del gozoso Escuchar horas de Paula Delgado, video “4D” –aunque no pude percibir la parte olfativa el día de mi visita– centrado en la desidia y el sexo entre animales de cualquier granja y alrededores? “Más rural que selvático”, comentó Daniel Benoit en su blog).

La representación uruguaya, espacialmente confinada, en su mayoría, en la segunda sección del salón, sufre más o menos de la misma anemia estructural-teórica, sin que por eso algunos artistas dejen de mostrar piezas muy sólidas en el contexto de su búsqueda –Álvaro Zinno y Linda Kohen a la cabeza– o exhiban caminos relativamente nuevos, como Juan Manuel Rodríguez.

Siguiendo con lo uruguayo, termino con lo mejor: dos instalaciones que comparten el mismo modus operandi, vale decir, la “incrustación” de la obra en el tejido mismo del edificio. Así Rita Fisher introduce a varios metros de tierra, saliendo de balconadas internas, su Interpintar, dos semiocultos conglomerados de palmeras secas y retazos de maderas pintadas, pensadas para atraer pájaros, cuyo acceso a la sala es, evidentemente, imposible: cauto y precario himno a la posibilidad, permanentemente obstaculizada, de diálogo entre especies y tal vez denuncia susurrada de la parálisis de cierto discurso ambientalista, reducido a mera retórica.

Final y sintomáticamente, la intervención más tajante no se halla en la sala principal de exhibición: se trata de Parlamento, de Pablo Uribe. Son reproducciones de las estatuas de los caciques charrúas Zapicán y Abayubá realizadas por Nicanor y Juan Luis, hijos de Juan Manuel Blanes, en la década de 1880 y versionadas por Edmudo Prati en 1930. Colocados en las pilastras laterales atrás del tímpano de la entrada del Palacio, ocupan un espacio dejado vacío por el proyecto original y que supuestamente iba a ser adornado por algunas alegorías occidentales: sutil juego de sustitución, el “salvaje” decimonónico en lugar de lo griego, renovación plástica de un elemento urbano ya asimilado en el imaginario común y mucho más: gesto, en definitiva, que evidencia la atormentada conexión entre la modernidad culpable y sus raíces ancestrales, todavía firmísimas.

VI Bienal de Montevideo: Amazonas ancestral. Curador Alfons Hug; cocurador Alejandro Denes. En el Palacio Legislativo. Hasta el 30 de noviembre.