La historieta estadounidense vive y lucha tanto como los superhéroes que protagonizan algunos de sus títulos más populares. Sobrevivió a las acusaciones del polémico psiquiatra Fredric Wertham, quien en 1954 publicó el libro La seducción de los inocentes, que vinculaba la lectura del cómic con la delincuencia juvenil y especulaba con que Batman y Robin eran una pareja homosexual. Todo se calmó cuando la industria elaboró un código de autocensura que se llevó puestos a los títulos del género policial y de terror.

También sobrevivió a la burbuja especulativa de los años 1990, cuando muchas personas empezaron a invertir en los primeros números de títulos nuevos, pensando en que eso les garantizaría un futuro tranquilo cuando decidieran venderlos. Esto llevó a que las editoriales inundaran el mercado de “primeros números”, cada uno de ellos con decenas de portadas alternativas, que apuntaban no solamente a los especuladores, sino también a los completistas. Costó recuperarse cuando finalmente la burbuja hizo lo que las burbujas hacen.

Este segundo cimbronazo estuvo alimentado, en parte, por las primeras ventas millonarias de los ejemplares que dieron comienzo al género cómic de superhéroes y que por la época en que fueron publicados (fines de los años 1930) no sobrevivieron en gran cantidad hasta nuestros días. Así como nadie guarda el diario del día (excepto mi madre si hay alguna nota mía), a los niños de aquellos años no se les ocurría conservar las historietas, sino hacer espacio para las siguientes. Además, durante la Segunda Guerra Mundial había escasez de papel y algunos títulos explícitamente fomentaban su propio reciclaje.

Si bien pocos lo consideran una burbuja y tiene condimentos de lo ocurrido en los años 1990, en los últimos tiempos hay que sumarle que en muchos ambientes emparentados con el coleccionismo se empezaron a popularizar las empresas que encierran los productos en una cárcel de plástico después de ponerles un número del 1 al 10 que mide su estado de conservación. En las historietas la más popular es CGC (Certified Guaranty Company), fundada en el año 2000 y referente en cuanto a la “fidelidad”, por decir de alguna manera, del numerito con el que juzgan una historieta.

Los especuladores volvieron a apostar a la rareza, porque pese a que se impriman decenas de miles de ejemplares de un nuevo “primer número” de Daredevil (por poner un ejemplo, ya que Marvel relanza sus series cada vez con mayor frecuencia), habrá muy pocos que superen el 9 de puntaje. Entre otras cosas porque las compañías que distribuyen los cómics no se preocupan tanto por dejarlos en la puerta de las tiendas de cómics en un estado prístino.

Las piezas de esta historia comienzan a colocarse en el tablero porque los poseedores de esos escasos cómics de la Era Dorada enviaron a CGC sus ejemplares y eso permitió saber cuántos de Action Comics #1 (de 1938, primera aparición de Superman) o de Detective Comics #27 (1939, primera aparición de Batman) había de tal o cual puntaje. Gracias a esta combinación, hay un Action Comics mejor que todos los demás. Y, por lo tanto, más caro.

El último elemento a introducir es la historia de un ejemplar en particular. No es ninguno de los dos nombrados en el párrafo anterior, sino un Superman #1. Action Comics era una revista antológica, y la popularidad inmediata del Hombre de Acero llevó a que le dieran su título propio, como ocurriría en 1940 con el Hombre Murciélago. Tres hermanos del norte de California vaciaron la casa de su madre fallecida y en el ático (cuándo no) dieron con su colección de historietas, que durante años había sido solamente una leyenda. Entre ellas, ese ejemplar que 86 años más tarde se conservaba casi intacto. ¿Qué tan intacto? 9 de 10, sagún CGC.

De inmediato se pensó (se especuló) con que ese Superman #1 editado en 1939 superaría el récord del cómic más caro de todos los tiempos, que hasta el momento tenía un Action Comics #1 graduado en 8.5 de 10, que en abril de 2024 fue subastado por seis millones de dólares. Son tan escasos estos ejemplares (menos de 100) que por uno graduado en 0.5 de 10 se pagaron más de 400.000 dólares.

Un dato extra sobre la escasez de Superman #1 en particular: pese a que se imprimieron un total de 900.000 ejemplares, pocos sobrevivieron sin daños, porque en el retiro de contratapa los editores hacían una invitación a niños y niñas: “¡La contratapa de este libro de Superman fue hecha especialmente para ser encuadrada! ¡Asegúrense de cortarla por la línea de puntos!”. Afortunadamente para los tres hermanos de California, su madre no lo hizo, y cuando se bajó el martillo de Heritage Auctions, alguien había pagado 9,12 millones de dólares por ese ejemplar.