Las digitalizaciones en 4K de películas realizadas en fílmico ya son una rutina, y varias están llegando a las salas de cine para relanzamientos limitados. Fue el caso de Tiburón (1975), la obra maestra de Steven Spielberg, que, en su cincuentenario, mereció un par de exhibiciones especiales en Cinemateca. Ahora es el turno de otro clásico: Volver al futuro, de Robert Zemeckis, para conmemorar los 40 años de su estreno.

Si Tiburón fue uno de los grandes mojones en el establecimiento de una nueva era de cine masivo –la tanda generacional conocida como Nueva Hollywood, que pasó a dominar la taquilla a partir de la década de 1970–, Volver al futuro lo fue para la generación siguiente, conocida como Nueva Nueva Hollywood y establecida en la década de 1980. Hubo una diferencia importante entre ellas. Los cineastas de la Nueva Hollywood vivieron un período, previo al éxito, en que se concibieron a sí mismos como autores de un cine independiente y rebelde. Cuando menos, en el caso de Spielberg, forzosamente tuvieron que actuar en ese ámbito porque todo Hollywood se encontraba en crisis. Los cineastas de la Nueva Nueva Hollywood (Zemeckis, Joe Dante, John Landis, Ron Howard, Oliver Stone, John McTiernan, James Cameron, Tim Burton), en cambio, maduraron ya con la perspectiva recuperada de un cine masivo, centrado en el entretenimiento, protagonizado por estrellas, realizado con grandes presupuestos. A partir de 1984, sus películas empezaron a orbitar alrededor de los grandes éxitos de la generación previa, y en la década de 1990 estaban instalados en la industria en pie de igualdad con sus mayores y disputándoles la primacía en las taquillas.

En el caso de Zemeckis, nacido en 1952, la afición por Hollywood y la indiferencia respecto de la nouvelle vague y movimientos similares fue casi un elemento identitario. En la escuela de cine de la Universidad de California Meridional se sentía lejos de los colegas más intelectuales y de la tendencia contracultural de buena parte de sus profesores, y su propensión desembozada a un cine de entretenimiento lo acercó a su compañero de estudios Bob Gale, con quien constituyó un consistente y exitoso dúo de guionistas.

Spielberg, luego de los megaéxitos de Tiburón y Encuentros cercanos del tercer tipo (1977), se enamoró de uno de los cortos estudiantiles de Zemeckis y produjo sus primeros dos largometrajes, de 1978 y 1980 (fueron sus primeras incursiones como productor), y luego dirigió él mismo el guion de Gale-Zemeckis 1941 (1979). A ninguna de estas películas le fue realmente bien (1941 fue el primer fracaso en la carrera de Spielberg, hasta entonces considerado infalible), y ese fue uno de los motivos por los cuales el guion de Volver al futuro, escrito por Gale y Zemeckis en 1980, fue rechazado por todos los grandes estudios.

Sus carreras quizá se hubieran detenido ahí si no fuera porque Michael Douglas contrató a Zemeckis para dirigir su producción Romancing the Stone (Dos bribones tras la esmeralda perdida), una imitación de Los caballeros del arca perdida (1981, de Spielberg) que terminó siendo la octava más taquillera de Norteamérica en 1984. Zemeckis dejó de ser el director de dos fracasos y el guionista de un tercero y se convirtió en el director de un gran éxito. Así, pudo insistir en su apuesta por Volver al futuro.

No quiso regalarles la idea a quienes la habían rechazado previamente, y en vez de ello se la ofreció a Spielberg, que siempre lo había apoyado y confió en el proyecto. Volver al futuro fue producida por Amblin, la empresa de Spielberg, y distribuida por Universal. Fue el mayor éxito global de 1985 y tuvo la 71ª mayor taquilla de todos los tiempos en Norteamérica (en valores ajustados por la inflación).

Una película totalmente pop

En el espíritu, Volver al futuro es esencialmente una comedia de prepa (high school) cruzada con ciencia ficción, de ritmo intenso, pero siempre dentro de lo fácilmente decodificable, sin ninguna pretensión de realismo, aunque respetando las convenciones narrativas, cuyos componentes críticos se ciñen a la sátira costumbrista, que uno acompaña con emoción sin que nunca merme la alegría.

Es pop también en sus objetos de atención. El protagonista es un adolescente apenas llegado a la mayoría de edad, quien busca la identificación del público. Marty McFly, interpretado por el carismático Michael J Fox, no podía tener más onda: además de su manera de vestirse y peinarse, toca la guitarra eléctrica con el nivel de un músico profesional y se desliza con total dominio por el pueblo en su skate. Marty tiene todas las condiciones de lo que uno llama un “líder natural”, dada su habilidad con que maneja todas las situaciones. No se deja humillar, salvo en estricta autodefensa (o defensa de sus seres queridos), nunca se impone sobre los demás, y no parece tener ninguna pretensión de dominación. Sin embargo, no parece ser especialmente popular entre sus pares.

Esa posición lo convertía en el objeto de identificación perfecto para cualquier gurí del montón, y más aún en 1985: nosotros sabíamos que era un crack, aunque todo el mundo lo trataba como una persona normal. Su familia era desastrosa y algunos personajes antipáticos (el adscripto del colegio, el macho alfa de la barra) directamente lo despreciaban. Cada uno de los aprietos en los que se mete nos importa, y cada victoria suya es una catarsis.

El conflicto generacional es uno de los temas de la película, pero, una vez que el asunto incluye un viaje hacia el pasado (1955), ese conflicto se va a procesar entre Marty y sus padres en el momento en que también ellos eran adolescentes. De esa manera, la película nunca se “adultiza”. El único personaje importante y consistentemente mayor de edad es Doc, el científico que inventa la máquina del tiempo y es el mentor de Marty. Aunque es intelectualmente un genio, su comportamiento alocado y la actuación caricaturesca de Christopher Lloyd lo convierten en un personaje de dibujo animado, más que en un adulto real.

La década de 1980 reaccionó fuertemente contra la cultura de las dos décadas precedentes. Eso incluyó un descreimiento en las utopías de libertad, transformación social radical y acción política colectiva. Es parte de la actitud pop de la película evitar cualquier tipo de pronunciamiento político fuerte, de modo que sólo un crítico neuróticamente “crítico” podría señalarla como una película de derecha, o fuertemente reaccionaria. Sin embargo, la película no tiene problema en asumir acríticamente el estereotipo de los terroristas libios (que, además, representan una amenaza de uso de fuerza atómica), como un pretexto, que nunca se profundiza, para la forma en que Doc obtiene el plutonio para activar su máquina del tiempo.

Esto es parte, obviamente, de la actitud de asumirse sin complejo alguno como entretenimiento y como empresa comercial en un marco de valores comunes con el grueso de la sociedad. Zemeckis siempre fue singularmente despreocupado respecto de ocultar los alevosos elementos de merchandising en sus películas. En Volver al futuro hay por lo menos dos: la 4×4 Toyota y el juego con la marca Calvin Klein. Lo mismo vale para la asunción festiva de la sinergia película-canción, ostentando emblemáticamente el tema “The Power of Love”, de Huey Lewis, caballito de batalla de la banda musical, que fue efectivamente un hit, colaboró en la promoción de la película y además la tiñó con su aire –entonces ambientadísimo– popero ochentoso.

Por otro lado, al rechazar la cultura dominante desde la beatlemanía hasta la música disco, la década de 1980 se reconcilió con la década de 1950 (hasta 1963), que había sido vista, durante el interregno sesenta-setentista, como una época de conformismo y anticomunismo rayano con el fascismo, tanto en el plano político como cultural. Desde la perspectiva de los 80, eran los hippies los que se veían como unos ridículos ególatras hipócritas y alucinados, y la cultura cincuentera fue objeto de revalorización. El grueso de la acción de Volver al futuro iba, justamente, a 1955, permitiendo vivir, con la conciencia del entonces presente, esa época ahora encarada con nostalgia.

Una de sus delicias son los varios chistes que tienen que ver con las diferencias de época, finamente observadas. Los muchachos de la barra de Biff confunden el chaleco acolchado rojo-anaranjado de Marty con un chaleco salvavidas; el patrón de Goldie ironiza frente a la idea (para él, inconcebible) de un alcalde negro, y los padres de Lorraine hacen lo mismo respecto de la noción de un hogar con más de un televisor. El precioso cine Town, que en 1955 está exhibiendo, justamente, una comedia de ciencia ficción (El chico atómico, de Leslie Martinson, 1954), en 1985 se convirtió, por supuesto, en una iglesia evangélica. Cuando Marty cuenta al Doc de 1955 que, en 1985, el presidente es Ronald Reagan, Doc le toma el pelo: “¿El actor? ¿Y quién es el vicepresidente, entonces... Jerry Lewis?”. Hay escenas que ponen en juego dos ansiedades de la época: la invasión de extraterrestres y las guerras atómicas.

Un reloj, 100 relojes

Se da, además, la paradoja de que, en 1955, Marty termina enseñándole a un músico llamado Marvin Berry el tema “Johnny B Goode”, que para Marty es un clásico y para Marvin y quienes la escuchan en 1955, una total novedad. Marvin le pasa el pique a su primo Chuck (Berry), e inferimos que, a partir de ahí, este va a inventar el rocanrol y figurar como autor de la canción.

Si bien la película, con su tono indefectiblemente lúdico, evita toda trascendencia o solemnidad filosófica, está abordando la cuestión de las realidades alternativas (frontalmente contradictorias con la “necesidad histórica” marxista), que estaba en el orden del día de la cultura popular –de hecho, había aparecido un año antes, vinculada también con el viaje en el tiempo, en Terminator, de Cameron–.

Sidney Sheinberg, CEO de Universal en la época de Volver al futuro, comentó que el guion tenía la precisión de un reloj suizo. Es tal cual: por algo la película se emplea regularmente en clases de guion: no hay elemento que no esté motivado, explicado en forma no ostensiva, preparado con imaginación.

Dentro de su tono festivo, las cuestiones en juego son realmente cruciales: es espantoso que tu familia consista en un padre banana que se deja pisotear, una madre dejada y decadente, y un tío preso. También es horrible que la persona que más apreciás sea asesinada por terroristas. Aún más grave (y especial) es que tu madre se enamore de vos en lugar de tu propio padre, arriesgando que dejes de existir. Y es maravilloso tener la posibilidad de incidir para cambiar esas cosas que parecen, en principio, inmodificables. En el proceso, está la chance de aplastar al bulinero de toda la vida.

No sólo el guion es un mecanismo de relojería: la realización es magistral y las actuaciones de Fox, Lloyd, Lea Thompson y Crispin Glover son formidables. Todo eso se da con una serie de escenas memorables que se convirtieron, en el correr de estos 40 pirulos, en momentos absolutamente clásicos (desde la persecución en skate y auto en la plaza del pueblo, hasta Christopher Lloyd colgado del reloj como si fuera Harold Lloyd), en un todo que no debe tener ningún momento carente de gracia, vuelo, humor, acción y emoción.

Volver al futuro (Back to the Future). 116 minutos. Viernes, sábado y domingo a las 21.45 en Cinemateca.