El hermoso edificio del INAE (Instituto Nacional de Artes Escénicas), donde en 1890 se instalara el Banco de Londres, fue hace algunas semanas el marco de una hermosa charla a raíz de la presentación del libro Teatro Eslabón, historia presente, que documenta sus 40 años de vida, trabajo y cultura compartida en comunidad.
El libro como objeto resulta un regalo ideal, no sólo para teatreros, sino para quienes aún en estos tiempos sospechen que aquello en lo que uno cree y por lo que uno trabaja puede hacerse realidad. Como ellos mismos expresan en su contratapa, se trata de “navegar bajo la misma tormenta”.
Pero el material que acaba de editarse es también, y sobre todo, el retrato de una época: la de sus comienzos en los 80 y el testimonio de la resistencia porfiada y amorosa de quienes tiran de ese carro, guiados por lo que Caetano Veloso llamaría esa força estranha. Porque vaya fuerza la que se necesita para crear, dirigir, operar, actuar, administrar y financiar ese segundo hogar elegido que es un teatro propio, “sin que nadie te lo pida”, como dijo en un momento su escritor, que decidió, por sentir que el libro es un logro grupal, no aparecer en la tapa.
El bellísimo libro verde es el resultado de una investigación tan puntillosa como apasionada. Es que repleto de historias, anécdotas y el finísimo registro fotográfico de incontables momentos mágicos en escena, escrito por Martín Bentancor, documenta la odisea liderada por Leonel Dárdano, director y capitán del Eslabón: el grupo de teatro independiente más prolífico y galardonado de Canelones y uno de los más reconocidos del país.
El Teatro Eslabón proviene del Teatro de la Ciudad de Canelones que desde 1973 dirigía Juan José Brenta, hombre de teatro y mucho más, que llegó a montar óperas de Puccini, Donizetti y Menotti, entre otros. Diez años después y coincidiendo con aquel “río de libertad” en el que un Alberto Candeau clamó verdades al pie del Obelisco, un grupo de jóvenes sintió la necesidad de tomar el rumbo del teatro independiente.
Por su repertorio pasaron los clásicos, los rupturistas, pero también los propios, ya que en la multiplicidad de roles que caracteriza al teatro independiente actores como Carlos Sorriba escribieron piezas igualmente exitosas. De Peter Weiss a Gorostiza, de Shakespeare a Carlos Maggi, nada ni nadie le han sido ajenos. Y es que cuando el dinero no entra en la ecuación más que para sobrevivir, que significa seguir viviendo, la libertad es absoluta.
A decir de su timonel Leonel Dárdano, ese movimiento de búsqueda que impulsaba al grupo, su apertura e interconexión, asemejaba un eslabón: la vinculación con otros colectivos teatrales del departamento, con los más jóvenes, con los más viejos. Así, “sin que nadie lo pidiera”, promovieron encuentros con diversos artistas, llegaron las bienales, los Florencio y los viajes.
Y los eslabones se multiplicaron: el grupo llevó adelante un curso de Actuación para Cine que culminó con el documental El padre de Gardel, fue sala para otras compañías, fue sede del Encuentro Nacional de Arte y Juventud, porque, como repetía Dárdano, “los objetivos del teatro van variando porque la sociedad y el país van variando”, y “el teatro se debe a la sociedad a la que pertenece. No existe la posibilidad de que un teatro no sea hijo de una sociedad y de la comunidad en la que vive”.
Además del borderó, lo que sostiene económicamente la institución hace muchos años es el sistema de socios que supone el Grupo de Apoyo, iniciativa surgida del colectivo, aceptada y sostenida hasta el día de hoy por una masa de socios tan comprometida como agradecida.
El grupo en pleno está convencido de que la impronta y el legado de Dárdano siguen marcándolos como artistas y como personas. Lo describen como un gran maestro, una persona generosa y humilde: un sabio, un transformador. En mayo de 2023, ya fallecido, emprenden el montaje de Homenaje: un ejercicio metateatral, una construcción colectiva de agradecimiento a ese maestro. Homenaje cuenta la historia de una compañía teatral que pierde a su director y va descubriendo todo lo que conlleva esa pérdida a nivel artístico y vital, demostrando empírica y públicamente aquella idea de Dárdano de que “el teatro es la escuela de la vida”.
Pero el teatro y el arte en general, además de aprenderse, ejercitarse y enriquecerse en el transcurso de su propio desarrollo, debe sentirse. Tal vez nadie debería subirse a un escenario sin sentir el irrefrenable impulso de hacerlo. Quizás no haya mejor cuento que aquel que escribió ese escritor insomne, y no creo que quepa duda de que esa cantante que nos estremece se siente mejor en el estudio que en su propio dormitorio. Sin ese irrefrenable deseo de hacer y sin esa generosidad enorme de compartirlo, no se crea una compañía. Pero también es necesario restar horas al descanso, convencer a los hijos de que todo ese sacrificio es bueno y necesario. Es preciso ensayar enfermos e incluso pagar para ensayar, para sostener esta familia que lleva 40 años junta.
Aquel día el INAE fue sin dudas el mejor lugar para encontrarnos teatreros, escritor, autoridades, prensa y transeúntes, para escuchar la presentación en sociedad de Teatro Eslabón, historia presente, de la mano de su director, Álvaro Ahunchain, que presentó al grupo y el libro, con el cariño de lo que nos es propio. La edición independiente contó con el apoyo económico del INAE y de la Intendencia de Canelones, así como con el auspicio del Ministerio de Educación y Cultura. Ni interior ni capital. Salud, teatro nacional.