Aquellos que nacimos a principios de los 80 tenemos la vara bien alta en materia de animación infantil. Incluso antes de que Disney renaciera con programas como Patoaventuras o Los osos Gummi, y con solamente cuatro canales, recibimos (en cuentagotas) algunos de los mejores ejemplos del siglo pasado.
Por un lado estaban los cortos de Hannah-Barbera, con familias del futuro, del pasado, de la montaña, y por supuesto con un equipo de jóvenes detectives acompañados por un gran danés. Pero la joya de la corona eran aquellas “fantasías animadas de ayer y hoy” de Warner Bros. Pictures, partidas en dos grupos: las Merrie Melodies y los Looney Tunes.
La distinción terminó siendo poco clara, pero en un momento las primeras tenían historias más “unitarias” y las segundas estaban protagonizadas por personajes recurrentes como Bugs Bunny, el Pato Lucas, Porky, el Coyote o el Correcaminos. Por eso al hablar de “Looney Tunes” inmediatamente pensamos en ellos muchas veces como estampados de remeras, una moda de los 90. De nuevo, dependerá de la edad que tengan.
Aquellas aventuras que tuvieron su época dorada en los años 1930 y 1940 (para seguir nombrando décadas) duraban entre seis y diez minutos, lo justo para entrar en un único rollo de película, ya que estaban pensadas para su exhibición cinematográfica. La llegada de la televisión y luego del cable ayudaría a que los Looney Tunes permanecieran en el inconsciente colectivo, como lo demuestran las mencionadas remeras y todo el merchandising que se puedan imaginar. Siempre, sin embargo, intentaron volver al medio que los vio nacer.
Primero lo hicieron con películas que “hilaban” en forma bastante artificial muchos cortometrajes viejos mediante nuevas escenas que servían de puente entre una aventura y la otra. Esas estaban disponibles para alquilar en los videoclubes y solían ser decepcionantes. Luego se sumaron al furor de compartir pantalla con actores de carne y hueso: después de los cameos en la maravillosa ¿Quién engañó a Roger Rabbit? llegaría Space Jam: el juego del siglo y su secuela, además de Looney Tunes: de nuevo en acción en 2003.
El consenso, en este y otros casos (Los Simpson, cualquier personaje de Saturday Night Live), fue que funcionaban bien en disparos cortos, pero no eran capaces de sostener un largometraje. La realidad, como siempre, es que se necesita un buen guion para hacer funcionar cualquier historia. Por supuesto que para sostener una hora y media de corrido son necesarios otros músculos.
Quizás el camino lo haya abierto Bob Esponja: la película en 2004. Y es que El día que la Tierra explotó, la primera aventura completamente original y 100% animada de los Looney Tunes, debe bastante al personaje creado por Stephen Hillenburg y emitido por Nickelodeon desde hace 26 años. No es que Porky y Lucas sean nuestros Bob y Patricio, pero la simpática esponja amarilla tomó la antorcha de aquellos cortos, tuvo su época de oro, construyó un pequeño universo (mucho más interconectado) y demostró que se podía contar una historia larga.
El chancho y el pato
Al igual que en Fondo de Bikini (el ambiente de Bob Esponja), existe un montón de personajes que podrían interactuar con los famosos animalitos de los Looney Tunes, pero después del abuso fallido (en ese sentido y algún otro) que fue Space Jam: una nueva era, hay que agradecer al director Pete Browngardt por presentar una historia que tiene a dos protagonistas de lujo, a la chanchita Petunia y ni un solo cameo. De hecho, son los únicos animales parlantes de todo el planeta, algo que jamás se explica ni precisamos que lo hagan.
Esta decisión es la primera que marca la cancha, aunque como espectadores nos damos cuenta de otra decisión creativa mucho antes, porque entra por los ojos. La animación es maleable. Los Looney Tunes han estrenado cortometrajes en los últimos años y se nota el empeño de los animadores por dotar a sus personajes de movimientos más fluidos, pero aquí sí que los ochenteros de vara alta podremos disfrutar de lo lindo. Los personajes se mueven sin respetar mucho las leyes de la física y sin repetir poses, lo que obviamente es mucho más caro de hacer. Esto recuerda a los cortos de los años 30, que encontrarían un sucesor en el canceladísimo John Kricfalusi con Ren y Stimpy, que a la vez fue referencia directa de Bob Esponja. Aquí el círculo se cierra.
En cuanto a la historia, perfectamente podría haberse resumido en nueve minutos, pero funciona bien en 90. Porky y Lucas viven en una casa disparatada (no tiene techo, no tiene nada), y mientras buscan un empleo para costear las reparaciones terminan involucrados en un complot global con un tirano extraterrestre y una fábrica de chicles. La trama pasará por los típicos vaivenes narrativos que sostienen una historia sin pretensiones de alto drama, como los pequeños errores que dividen a la pareja protagónica y luego los hacen aún más amigos.
Con momentos musicales tomados de la biblioteca clásica, como el tema “Powerhouse” en el momento fabril, y un par de canciones pop bien colocadas, el tiempo se nos pasa volando. Y ver la película doblada al español no molesta porque se nota el esfuerzo, se pegan expresiones como “santo niño del huerto” y el locutor que cuenta a viva voz los textos en inglés imita con calidad a aquel que nombraba cada producto “marca Acme”. Nostalgia pura que los niños disfrutarán (al menos parecían pasarla muy bien en la función a la que asistí).
El día que la Tierra explotó. 91 minutos. En salas de cine.