Este jueves a las 21.00 en el Alfabeta es la segunda y última chance, en el contexto del Festival de Cinemateca, de ver Volveréis, de Jonás Trueba, película exhibida en la función de apertura el martes. Trueba es una presencia frecuente en este festival y tiene una particular cercanía con Cinemateca: de hecho, le puso a la protagonista de Volveréis, actuada por Itsaso Arana, el nombre Alejandra Trelles, en homenaje a la directora artística del festival desde inicios de este siglo.
Alejandra y Alex son pareja desde hace varios años, pero se están por separar. Es un proceso consentido y debidamente madurado, y deciden armar una “fiesta de separación”. La anécdota transcurre entre la decisión de hacer la fiesta y la fiesta propiamente dicha. El clima general de la película es el que ya conocemos de Trueba: ritmo calmo, personajes que tienen más o menos la edad del director (alrededor de 40), un ámbito de personas de bien, sensibles y sinceras, que disponen del tiempo para procesar y expresar tranquilamente emociones que Trueba suele captar y describir con particular fineza, en un entorno madrileño especialmente valorizado por su cámara.
No recuerdo otra película que muestre tan bien la microgeografía de los desplazamientos de dos personas que viven juntas hace tiempo en un mismo hogar, que transitan recorridos acostumbrados hacia ubicaciones establecidas para cada actividad y un entendimiento mutuo de esos vínculos espaciales. Sin embargo, todas esas rutinas se contemplan, ahora, desde la conciencia de que esa coreografía espontánea del cotidiano se va a desvanecer en breve, cuando ambos dejen el inmueble para ir a vivir cada uno en otro lado y abandonen para siempre la felicidad de la repetición cotidiana con su “deliciosa seguridad del instante” (Søren Kierkegaard, citado en la película). Las simultaneidades se muestran en bipantalla (la pantalla dividida al medio mostrando dos situaciones), pero a veces la arquitectura del apartamento se encarga de la división, con sus puertas y paredes que reencuadran los cuerpos.
También está la reiteración, en la que se insiste hasta la irritación, del ritual de contarle, a cada una de las personas con quienes ambos o uno de ellos se encuentra, que se van a separar, pero que están bien y que además quieren invitar a la fiesta. Las reacciones son diversas, pero siempre incluyen ese qué de pena, de no comprensión, de sorpresa, de preocupación, de intención de consuelo, que la pareja intenta evitar o atenuar y convertir en complicidad. Las pequeñas variantes de esa situación son todo un ejercicio de observación de gentes, de la variedad de afectos, personalidades, generaciones y posturas, que tanto fascinan a Trueba, quien los retrata tan bien, y que señalizan además una de las cosas más deliciosas de su cine: su evidente mirada amorosa hacia los matices que le dan a cada ser humano su encanto intransferible. Las pequeñas diferencias entre una instancia y otra también pueden tomarse como oscilaciones en la disposición de los protagonistas con respecto a la separación.
Hay complejidades adicionales: Ale Trelles es cineasta y suele trabajar con Alex como actor. De pronto, escenas que vemos y que parecen ser parte de la historia aparecen en el monitor de la sala de montaje y resulta que son parte de la película-dentro-de-la-película. Nunca queda totalmente claro de qué va esa película de Ale, y se termina mezclando con la propia Volveréis: los límites se confunden. La propia amplitud de técnicas que, sin énfasis, se van alternando en la película (planos extensos y jump cuts caprichosos, diálogos en un solo plano y el tradicional plano/contraplano, linealidad cronológica y algún flashback aislado) pueden evocar los titubeos de un realizador tomando decisiones en el momento. El padre de Ale —la directora dentro de Volveréis— está actuado por Fernando Trueba, el padre del director de Volveréis.
Las cosas se confunden aún más porque esos personajes están imbuidos de cine. No es que la película dependa de un armado de citas o exista primariamente a él: lo humano-cómico-dramático siempre tiene la primacía. Pero todo se procesa en formas muy cercanas al cine: hablando con la productora de una serie, la manera de Ale de comunicar su inminente separación es “no vamos a renovar temporada”. La herramienta para prever el futuro es un “tarot de Ingmar Bergman”, en que las cartas contienen fotogramas de películas suyas y palabras bergmanianas que contribuyen a la función oracular. Un personaje menciona a Kierkegaard como “un Bergman sin Liv Ullmann”, y junto al filósofo danés se cita también a Stanley Cavell, con sus ideas sobre que el cine hace a las personas mejores. Cuando surge el título de la película, bien avanzado el metraje, sus letras se descomponen en forma godardiana en las distintas palabras que contiene (volveré, ver), y una de ellas es volver, que funciona como tributo a Pedro Almodóvar. El repaso más removedor de la pareja son las filmaciones de viejos viajes, y en uno de ellos, a París, aparece una visita a la tumba de François Truffaut en Montmartre.
De hecho, la ternura de mediana intensidad entre Ale y Alex va a subir de voltaje, por única (¿última?) vez a partir de que ella filma para él un test de cámara que tiene que enviar para disputar un rol, y el diálogo guionado puede aludir a la situación de ellos. La situación actuada pone en cuestión si esas líneas serían realmente válidas para sus vidas reales. La actuación se fusiona con los sentimientos reales, el acto de filmar con un abrazo y la mirada a cámara con un beso.
Volveréis. 114 minutos. Jueves 10 de abril a las 21.00 en la sala 4 del Complejo Cultural Alfabeta (Barreiro 3231)