La franquicia Exterminio arrancó en 2002 con la película dirigida por Danny Boyle y escrita por Alex Garland. Estaba buenísima. Por un lado, abolía todas las connotaciones sobrenaturales inherentes a la noción de “muerto-vivo”: se trataba simplemente de una especie de rabia análoga a la que afecta a los perros, y que, en menos de un minuto, convertía a los infectados en unos dementes alocados e irracionales que lo único que buscaban era morder a gente sana. Sin ser un experto en zombis, fue la primera vez que recuerdo haber visto zombis de la variedad rápida, es decir, enérgicos, capaces de correr, saltar y trepar, y no esos seres torpes consagrados en las películas fundacionales de George Romero.
En inglés Exterminio se llamó 28 Days Later (“28 días después”), porque mostraba la difusión apocalíptica de la epidemia luego de ese plazo relativamente breve. En 2007 salió Exterminio 2, en inglés 28 Weeks Later (“28 semanas después”), dirigida por el español Juan Carlos Fresnadillo y con otros guionistas. Se suponía que vendrían más, pero tironeos entre los propietarios de la franquicia y dificultades para desarrollar un guion convincente fueron posponiendo el proyecto, que ahora regresó a las manos de Boyle y Garland tras la consagración de este como director, sobre todo con Guerra civil (2024). Dado que pasó tanto tiempo, les pareció que no daba para llamarla 28 meses después y quedaron los “28 años después” del título original.
Como suele pasar en casos de cambio de manos, al recuperar el proyecto Boyle y Garland desestimaron todo lo que se había inventado para Exterminio 2. Uno podría pensar que se debió a ganas de retomar determinado rumbo de la película original, pero parecería que fue por mero orgullo autoral, porque en verdad partieron hacia algo totalmente distinto, y muchísimo más tonto.
Hay que zombificarse sin perder la ternura
Resulta que Gran Bretaña fue ganada por los zombis. Nuestros personajes (ninguno procede de las películas previas) viven en una especie de comunidad en una islita separada del resto de Gran Bretaña por un camino resguardado. Hasta ahí, una opción bastante lógica y compartible para la circunstancia apocalíptica. Sin embargo, el regreso a una vida artesanal y comunitaria parece haber venido de la mano con cierta ritualística primitiva, y el padre del púber Jimmy está ansioso por llevarlo a una incursión por el continente para que se “haga hombre” matando a sus primeros zombis con un arco y flecha. (Estamos hablando de unos zombis dementes hiperquinéticos, que más adelante en la película veremos liquidar a un batallón de soldados de la OTAN armados hasta los dientes con equipos modernos, y no se establece que ese padre esté usando una excusa para librarse de su crío.)
En esa incursión aventurera de padre e hijo aprenderemos que, por alguna razón no explicada, los zombis se diversificaron en distintas especies. Hay unos bobísimos, gordos, que se arrastran por el piso y se alimentan de gusanos. Están los normales, como los de las primeras dos Exterminio. Y hay unos “alfa” que tienen la fuerza y la invulnerabilidad de superhéroes y disfrutan de arrancar las cabezas de personas a puro forcejeo (las cabezas se salen con un cacho de médula colgada).
En otras instancias de la película descubriremos también un veterano loco-sabio que vive aislado, especie de coronel Kurtz. Anda por ahí untado en yodo, porque, según descubrió, eso aleja a los zombis. Curiosamente, no los aleja, y nadie más habla del tema, como si el asunto hubiera quedado en el olvido. Ese personaje logra inmovilizar a los alfas con unos dardos embebidos en morfina, pero no se le ocurre aprovechar esas ocasiones para matarlos y luego tiene que andarse cuidando de ellos. Hay también una especie de tribu mística con trajes extravagantes que disfruta de matar zombis en clima de fiesta. Quizá el episodio más extremo es el de la zombi embarazada que, durante el parto, tiene un momento de afectividad con la mujer que decide ayudarla a pujar: hay que zombificarse, pero sin perder la ternura.
Hace mucho tiempo que Boyle se siente fascinado con un estilo visual y sonoro saturado, con un montaje muy veloz y disyunto que oscila entre el clip musical y los experimentos de los cineastas de los últimos años del cine mudo. Entonces, si la madre de Jimmy se enoja con su padre por exponerlo al peligro de la incursión al continente, el montaje acentúa su crispación mostrándola en una rápida sucesión de planos desde ángulos levemente distintos y en actitudes que no tienen continuidad unas con otras. Cuando Jimmy prueba su arco y flecha, esa imagen heroica se desdobla en planos que saltan el eje de continuidad y lo muestran de una variedad de ángulos. Se entablan comparaciones por fuera de la diégesis a través del montaje: vemos a los niños de la aldea practicando con sus arcos y flechas y cortamos a películas clásicas con arqueros medievales. Alguien menciona leñadores y cortamos a lo que parecen ser imágenes documentales de leñadores a inicios del siglo XX. Alguien menciona haber visto una hoguera y cortamos a un breve plano que muestra un fuego que toma toda la pantalla. A eso se suman amplios movimientos con drones, encuadres con gran angular que producen distorsiones medio grotescas, efectos varios que alteran el visual (infrarrojo tipo visión nocturna, algo parecido a step printing), y una banda musical igualmente saturada que va desde el thrash metal (el estilo predominante) hasta Wagner.
Según la simpatía o la antipatía que uno le tenga, ese estilo puede describirse como “experimental e innovador”, o como una manera histérica de reinventar el agua tibia, y está presente aun en el momento de describir la cotidianeidad apacible de la aldea isleña.
Es improbable que ese estilo tan prominente y alocado vaya a contribuir al terror o a la conexión con algún personaje. En todo caso, podrá propiciar una experiencia de frenesí audiovisual en quienes disfruten de ese picadillo desordenado de imágenes, y un aburrimiento mayúsculo para los demás. Ya se está anunciando una nueva continuación para enero.
Exterminio: la evolución. 115 minutos. En cines.