Un campeón es para siempre: Francia venció 4-2 a Croacia y alcanzó su segundo título en la historia, 20 años después de lograrlo por primera vez. Adentro de la cancha son 23 nuevos nombres que se inmortalizarán, algunos más que otros por obvias razones. Entre el adentro y el afuera, sin embargo, hay uno que se repite: Didier Deschamps. En 1998 fue el capitán campeón mundial. Ayer, además, entró en la selecta lista de campeones como jugador y como técnico, círculo que sólo integran el brasileño Mario Zagallo y el alemán Franz Beckenbauer.

Francia campeona del mundo 2018 se pareció mucho a cómo jugaba Deschamps. No debe ser metáfora, más bien debe ser trabajo. La selección francesa tuvo mucha ambición, supo jugar con clase tanto como luchar cada pelota, fue incansable, ordenada, y cuando le tocó defender apretó los dientes en cada pelota. Eso fue Deschamps. En la Juventus, en el Chelsea, con les bleus. Bien diseñada, la capacidad de defender es una capacidad de atacar.

La otra parte del libreto que desplegó Francia fue bien distinta, en particular porque la impronta fue netamente de dos jugadores: Kylian Mbappé y Antoine Griezmann. Por devoción estilística Deschamps los hizo marcar y marcaron mucho, en especial Mbappé –gracias a su recorrido, muy parecido a cuando Edinson Cavani jugada de todo en Uruguay–. Pero ambos, rebeldes dentro del orden, supieron desequilibrar gracias a su velocidad o a su pegada. Mbappé, por puntualizar uno, la dejó chiquita sacando a relucir todo su repertorio para vencer a Argentina. Actuación consagratoria para un chiquilín de 19 años. Griezmann, quien empezó el Mundial de forma intermitente, fue creciendo partido a partido. Tuvo dos grandes virtudes: hacer jugar al resto y poner cada tiro libre o córner donde la jugada lo necesitaba. Hay que destacar que Francia también fue muy buena en las pelotas detenidas, arma necesaria, porque en las áreas siempre pasan cosas.

Siete partidos jugados, 14 goles convertidos y seis recibidos para terminar invicta con seis encuentros ganados y un empate triste ante Dinamarca. Un campeón es para siempre, aunque nadie crea que su mundo es pasajero. Con el tiempo todo pasa, pero en esta parte de la comedia humana en la que Dios es redondo se hablará por un buen tiempo de Francia campeona. Chapeau.