Lila Islas nos esperó en su casa de Las Toscas. Por la pandemia nos saludamos con el puño, sin sospechar que al retirarnos no podría evitar darle un cálido abrazo a una de las primeras mujeres en jugar fútbol femenino formal en Uruguay.

La historia tiene años. Es de la época en que en la cuadra “los vecinos eran como una gran familia, todos muy unidos”, recuerda Lila al hablar sobre sus años de escuelita de fútbol, que fue con amigos en las calles del Buceo, donde los fulbitos callejeros eran moneda corriente y también la intranquilidad para algunos: “Se molestaba mucho a los vecinos, sobre todo a unos que tenían quinta y les rompíamos las plantaciones”.

Corría el año 1953 cuando tres mujeres y varios varones decidieron conformar un equipo. Recolectaron objetos de cada casa para rifar y así compraron camisetas y shorts para defender al Humberto Primero, nombre que hacía honor a la calle que fue testigo de todo. “De camisetas rojas y shorts blancos parecíamos la selección rusa”, dice Lili sobre los uniformes, como con la mirada perdida de tanta nostalgia.

En aquellas tarde de antaño las disputas eran entre vecinos del barrio. Los equipos surgían desde cada cuadra. Si hoy se pasa por Propios y Ramón Anador, o Propios y Rivera, es difícil imaginar que antes allí sólo había campo y que esos espacios eran el escenario de estos encuentros deportivos, que a veces terminaban en campeonatos. También hubo instancias en las que, como si se tratara de un partido por la Copa Libertadores, se viajaba a canchas lejanas, como a Shangrilá, y, con picnic en la previa, se jugaban partidos. “Parecía que nos habíamos ido a Florianópolis”, comenta Lila entre carcajadas.

“No era normal en la época, aunque en el Buceo había chicas más grandes que eran excelentes jugadoras”

Su gusto por el deporte se acentuó en el liceo Vaz Ferreira, al cruzarse con una profesora que fue campeona sudamericana de atletismo, de quien no recuerda el nombre pero sí su apellido: Ascune. Ella fue quien la incentivó a practicar varios deportes, en especial básquetbol. Posteriormente practicó vóleibol en Aguada, donde fue benjamina y empezó a trabajar puntualmente el físico, aunque sus dotes se los adjudica a sus genes: su padre, Alberto Islas, fue jugador de fútbol de Wanderers de Durazno y de la selección roja del Yi. Él, además, era quien la llevaba siempre a la cancha. “Mi madre era más reticente, con ella las pasé...” aclara, porque los prejuicios estaban: “No era normal en la época, aunque en el Buceo había chicas más grandes que eran excelentes jugadoras”.

Un paso más

Entre anécdotas, refresco y pizza, aparece Sol, una de sus siete gatos, a quien encontró de bebé abandonada en la playa. Su instinto de amante de los animales la llevó a darle hogar de por vida. Sol se para atenta, como si estuviera allí para escuchar la continuación de la historia de su madre humana.

Luego de jugar un tiempo en Huracán Buceo, Lili se enteró de que estaban organizando el fútbol femenino de Nacional. No tuvo ninguna duda y se presentó. El 330 la llevaba a la cancha donde practicaban y ahí conoció a Anibal Álvez. “Me vio y enseguida me dijo ‘integrás el equipo’”.

Entrevista con Lila Islas.

Entrevista con Lila Islas.

Foto: Natalia Rovira

Con el equipo femenino de Nacional jugaron como preliminar de los varones de la tercera, en un encuentro que se realizó en Durazno. Debutó de lateral, puesto que no le agradó. “Yo era un 8”, sostiene mientras quiere hablar de lo que le gusta: “Me apasiona el deporte y lo veo como un arte, entonces tengo mis mañas; me aburre el fútbol mal jugado, no lo soporto, lo cambio. No puedo ver fútbol uruguayo, veo jugadores de Primera División y no entiendo qué hacen ahí. Y no es por comparar con lo de antes, pero no hay remedio, rompe los ojos”, explica, como todos aquellos que pudieron ver y jugar al fútbol hace 50 años, cosa que recuerda con admiración y melancolía: “Admiré mucho a los jugadores técnicos, como Ildo Maneiro, jugadores con capacidad mental”.

Esa exigencia de Lila quizás provenga de su manera de ver y jugar el fútbol. Jugaba de 8 porque en ese radio tenía especial visión de la cancha y distribuía. Además, mucha de sus capacidades en la cancha se las adjudica a su forma de entrenar. “De chica agarraba la pelota y la daba contra una pared durante horas. Un sano mensaje a los directores técnicos de ahora es que tendrían que hacer esa práctica con nuestros jugadores, por ejemplo en la calle, en el cordón de la vereda. Eso nos ayudó mucho a pegarle bien y a dar pases a los pies de la compañera. Son cosas sencillas que enseñan un montón”.

Entre voluntariados y beneficios que las jugadoras realizaban para ayudar a escuelas y grupos de jóvenes, jugaron un partido con las vecinas de Parque del Plata. Fue la primera vez que visitó la Costa de Oro, en 1970, a donde supo que volvería en algún momento de su vida. Años más tarde se mudó definitivamente al balneario Las Toscas.

Llegar hasta la cima de todo

Una foto es testigo de su primer partido jugado en el Parque Central. Alguien capturó el momento posterior a uno de los goles de la capitana, uno que hizo de cabeza. En esa época en las fotos se dibujaba una línea punteada que señalaba la dirección que había tenido la pelota antes de cruzar la línea del arco. Cosas del ayer.

También tuvo la fortuna de pisar el césped del estadio Centenario. En aquella época se jugaba un partido entre la selección uruguaya y los extranjeros que jugaban en Uruguay, y aquel partido de hombres tuvo un preliminar femenino donde estuvo Nacional. “Jugar ahí fue increíble. Me sentí como aplastada, ese tipo de partidos llevaba mucha gente. Papá me fue a ver, como siempre”, dice con la mirada llena de emoción.

De la época en la que vistió la camiseta de sus amores recuerda a sus grandes rivales –además de Rampla Juniors–: Las Charrúas. Lila dice que fueron el clásico de las bolsilludas y que, en los cinco años que jugó, no fue todo emoción, sino que también hubo situaciones de adrenalina.

Las Charrúas eran de Paso de la Arena y Lili recuerda que jugaban muy bien. La prueba de esto es que todos los campeonatos en los que estuvieron ambos equipos terminaron en final entre ellos, por lo que cuando tocaba enfrentarlas la preparación era mucho más intensa.

Lila, en su casa en Las Toscas.

Lila, en su casa en Las Toscas.

Foto: Natalia Rovira

Lila cuenta la final del disturbio: “Fui con la abuela de una jugadora y mis dos hijas chicas. Nos enfrentamos en una cancha que había detrás del cerro. Al llegar nosotras vimos que ellas traían hinchada, dos camiones llenos de gente gritando por Las Charrúas. ‘Está perfecto’, pensé, pero nosotras ese día no teníamos a casi nadie, mis hijitas, la abuela de una compañera y un par más.

El partido terminó en triunfo nuestro. Hice dos goles –qué divino que fue– y cuando estábamos saliendo junté a todas mis chicas, como capitana que era, y les dije ‘vamos a salir tranquilas y todas juntas’, porque vi un ambiente feo y los vestuarios quedaban a dos cuadras, y en esas dos cuadras podía pasar cualquier cosa.

Pero sucedió antes de las dos cuadras. Sentí que me salivaron y perdí el control. Se armó tole tole, fue de terror, pasó de todo. Cuando me fui a bañar y reaccioné, me acordé de mis dos hijas, me fijé y la abuela de mi compañera las tenía agarraditas junto a sus nietos.

Me ardía la espalda porque, cuando me escupieron y me fui encima de la chiquilina, alguien trató de separarnos y me arañó. Fue una bataola. Pude haberle dicho al cuerpo técnico que mis chicas me desobedecieron, pero no, la culpa fue mía y encima di el primer paso, fui de terror. Luego hablamos de lo mal que estuvimos y quedó todo bien. Eso era algo que me caracterizaba, reconocer cuando le erraba, tener autocrítica”.

Pilar histórico

Una foto de su equipo estuvo rodando en las redes sociales hace unas semanas, cuando se conmemoraron los 50 años del fútbol femenino de Nacional. Con años de interrupción, claro, porque en un momento, resume Lila, “se complicó la cosa. Tratamos de sobrevivir cada uno por su lado y perdimos contacto”. Paradójicamente, Lila no aparece en la foto porque estaba doblemente lesionada: por un cabezazo sufrido le habían dado varios puntos, y también tenía lastimada la rodilla. Pero, por supuesto, estaba ahí, siempre cerca como compañera y capitana tricolor.

En medio de la charla interrumpe la llamada de un vecino que le consulta sobre unas cuestiones administrativas. Resuelven charlarlo al día siguiente en el comité de base al que ella asiste. Ya lo había advertido: podíamos vernos cualquier día, excepto el jueves, que es sagrado porque es día de comité. Trabaja en el comité del Frente Amplio desde marzo de 1984. Además, ahora se le suma más trabajo, porque la Costa de Oro formalizó su compromiso con la lucha feminista desde la Intersocial y allí estará Lili, porque su edad no es impedimento para nada: “Todavía tengo responsabilidades políticas, milito como loca”.

“Las chicas tienen que ganar sueldo, porque además de ser un trabajo dan un espectáculo”

Ser ejemplo

Vuelve el fútbol a la charla y Lila Islas Gloodtdofsky sueña con el profesionalismo del fútbol femenino. “Las chicas tienen que ganar sueldo, porque además de ser un trabajo dan un espectáculo”, afirma, y agrega: “Que las comisiones directivas les respondan a las gurisas, que las respeten”.

Ella nunca se lo planteó para su vida, quizás por su bajo perfil o quizás porque para la época era impensado, porque, insiste, que las mujeres jugaran al fútbol no era bien visto. Aun así, dentro de ese panorama, la remaron de la misma manera que hoy en día. “Teníamos cuerpo técnico y lo único que nos daban era algún ómnibus para algún traslado, para ir a practicar teníamos que pagarnos los boletos y nos pasaban la indumentaria de los equipos de tercera”, dice y se indigna cuando le comento que la mayoría de los equipos actuales están exactamente en las mismas condiciones.

Lila se queda pensando sobre esto último y remata con su clase: “No era bien visto, eso es evidente, pero qué cosa rara, porque a todos los lugares donde íbamos, incluso en el interior, se anunciaba e iba un montón de gente a vernos. Yo era un poco inconsciente y no les daba corte a las críticas. Algunas eran muy ofensivas, muy machistas, pero vamos a no engañarnos: actualmente el patriarcado no está muy conforme, no cambió mucho, hay resistencia. Miro fútbol femenino de Brasil y te puedo garantizar que hay partidos muchos más interesantes y dignos de ver que un partido de hombres: junto con las europeas, son una maravilla. Es un poema verlas jugar”.