Me dieron ganas de compartir una copa con Mickaël Correia. Con Carles Viñas, también. Descorchar el mejor de los vinos, hacer rodar el corcho y que brinden los puños de vidrio. Me dieron ganas de una charla de fútbol que sea como una enredadera: que no se sepa para dónde disparará, pero que cubra todo el espectro.
Pasó un día cuando el fútbol me tocó de costado, parecido a pegarla de tres dedos pero pifiado. La pandemia, la extrañeza, añorar la cancha. Esa historia. El fútbol me pegó raro y no me dieron ganas de prender la tele para caer en la de siempre: fútbol, fútbol y fútbol con sonidos de videojuegos. No. Como bien dice la introducción de Una historia popular del fútbol (Hoja de Lata Editorial, 2019), no tenía ganas de ese entretenimiento comercial de la TV, no me interesa ese lucro, esa “espectacularización del fútbol en clave comercial que prioriza los réditos económicos”. Basta de eso.
Leí Una historia popular del fútbol y conecté con lo simple. No debería haber misterios cuando se trata de la pelota. Entonces, como si fuera una flecha al pasado, un viaje a aquel tiempo en que el equipo no ganaba y las cábalas eran necesarias para no creer en Dios –y no irse al descenso, que es mucho peor que vivir en este mundo– salí rumbo a la cancha, martes al mediodía, para hacer los casi nueve kilómetros con la procesión en la piel que, como si fuera una caricia del abuelo muerto, recuerdo a la perfección.
Todo está en el recorrido. Montevideo atravesado desde el sur hacia el noroeste. A pocos pasos del puntapié inicial, se levanta la sede de la central sindical. La relación de los trabajadores con el fútbol es esencial. Desde los primeros tiempos, bien narrados en los capítulos 1 y 2 de Una historia popular del fútbol: el fútbol como una resistencia obrera, como una reivindicación del desclasado.
Camino firme. El recuerdo molesta, pero el presente fortalece. En varias cuadras conviven un montón de bares. La tentación es absoluta. Más adelante, la iglesia de la Aguada. Impoluta se cree. La relojeo de costado. ¿Sabía usted que entre las iglesias y los pubs, mezclados en el mismo barro la clase trabajadora y el clérigo, el fútbol se fortaleció para siempre? Lea.
Como una defensa tenaz se para el Palacio Legislativo. Línea de tres, de cuatro o de cinco, da igual. Si la pelota no se mancha, las leyes tampoco. Sin embargo, varias veces se ensució el deporte, se usó para otros fines. La Italia de Mussolini y su afán deportivo, la España de Franco, la URSS, la resistencia futbolística al nazismo, la Democracia Corinthiana, hasta la revolución egipcia tienen que ver con el fútbol, cada uno desde su óptica y visión del juego.
Camino y pienso; así me gusta la vida. No serán pocas las cuadras, tal vez kilómetros, donde las camisetas se pasean vanagloriándose. La magia de los colores salpica cuando unas niñas se pasan la pelota. Control borde interno, pase; control borde externo, pase. ¿Sabrán que el primer partido de fútbol femenino fue en 1881 entre Escocia e Inglaterra en Edimburgo? A aquellas mujeres también les señalaron las ropas, el juego, les dijeron a qué se tenían que dedicar, fueran semiesclavas o grandes señoras, siempre subordinadas al deseo del hombre. Ser iguales al pasado lejano da pena, dan necesidad de repensarse.
Veo un rancho pobre y pienso en Diego Armando. ¿Cómo le va a poner a Maradona el capítulo 16? ¡Tiene que llevar el 10, señor! Lo pone ahí, como si se tratara de la cancha, y después ve cómo arma el resto. Maradona y el resto. El fútbol debería redefinirse así para siempre. Sin ánimos separatistas, sin especulaciones de ningún orden.
Los muros fríos, las rejas chuecas, boleterías sin entradas, la escalinata sin fieles, el alambrado sin su espíritu burlón, el césped que habla de otra cosa. Devuélvanos el fútbol, devuélvanos la vida.
Somos el significado, no la cosa. Carles Viñas, a quien no conozco pero he leído bastante, dice en este libro que el fútbol “es una metáfora social que nos ayuda a comprender el mundo que nos rodea, sus conflictos, la alta diplomacia, los flujos migratorios, los episodios de racismo o las luchas colectivas”. De todo eso y mucho más da cuenta Mickaël Correia. Con gente que escribe esas cosas –o sea, sobre el fútbol que me representa mientras camino– a mí me gusta compartir el tiempo. Y el vino, maestros, que como dijo Sócrates, “lo primero es la belleza, la victoria viene después. Lo importante es la alegría”.
Una historia popular del fútbol, de Mickaël Correia. Hoja de Lata Editorial, 2019. 544 páginas.