“Al tiempo que nos roba derechos y bienes comunes, el poder económico también ha bastardeado al fútbol, convertido en un objeto más de consumo, en un nido de corruptos y corruptores sin escrúpulos (comenzando por la FIFA y los poderes públicos) para lo que todo vale con tal de seguir amasando fortunas”. Ángel y María Cappa no hicieron un viaje al futuro antes de escribir También nos roban el fútbol. Si lo hubiesen hecho, el libro tendría un capítulo más, que trataría sobre el brutal ataque del capitalismo a los actores del fútbol en tiempos de pandemia.
Fue William Harrison, escritor y guionista, quien en 1973 viajó al futuro y volvió a su tiempo para escribir el cuento “Roller Ball Murder”, situado en un futuro situado en 2018. Aquel cuento del deporte del siglo XXI, del mundo del siglo XXI, donde “los hombres más poderosos del mundo son los ejecutivos. Dirigen las grandes corporaciones que fijan precios, salarios y la economía en general, y todos sabemos que son corruptos, que tienen poder y dinero casi ilimitados”, apareció en la revista Esquire el 1° de setiembre de ese año con el siguiente acápite: “Hola, fanáticos del deporte, tiempo de juego nuevamente, y un gran día para castigar los tendones y los huesos”.
En “Roller Ball Murder”, el cuento, así como en el guion adaptado por el propio autor para la película Rollerball, de 1975, los deportistas, su salud y su vida no valen nada; lo que vale es el negocio del juego. En el relato distópico de 1973 Harrison se centra en 2018 sin saber que viviríamos una situación similar en 2020: “La multitud grita, y sé que los camarógrafos lo tienen en una toma aislada y que los espectadores en Melbourne, Berlín, Río de Janeiro y Los Ángeles están llenos de emoción en sus sillones”.
Siéntase como en su casa
Lo que denominamos “negocios del fútbol” son, en realidad, un ejercicio capitalista salvaje de la explotación de la venta virtual de servicios.
Javier Tebas, el presidente de La Liga, la corporación del fútbol profesional español que sólo incluye a la primera y la segunda división, no llegó a viajar al futuro. Cuando en 1975 se estrenó Rollerball (protagonizada por James Caan), en España, bajo el título Un futuro próximo, el costarricense Tebas tenía 12 años y llevaba ocho en su nueva patria, por lo que el hombre de Vox no podría haber abrevado el guion de Harrison para promover que en este futuro fútbol orwelliano tuviese soluciones virtuales.
En España, como en el fútbol británico, el football entertainment comenzará el 12 de junio y se jugarán 35 días seguidos. Sí, en La Liga habrá programación diaria, como ocurre con cualquier culebrón que se precie de tal. “Estamos trabajando para ver cómo será todo sin público y con la soledad del cemento. La próxima semana terminaremos unas pruebas virtuales de sonido. Y estamos planificando formas de interacción con los aficionados que estén en casa. Serán cosas muy novedosas. Ahora, incluso, vamos a poder ofrecer otro tipo de imágenes. Hay que aprovechar que los que están en casa lo disfruten de la mejor forma posible”, dijo Tebas.
Sí, pudo haber visto Wag The Dog (Barry Levinson, 1997, traducida como La cortina de humo en España y Mentiras que matan en Uruguay), donde se contrata a un productor de Hollywood, en aquel caso para inventar una guerra, en este para la construcción virtual de las hinchadas.
Fútbol y Cía.
El fútbol fue primero un juego, pero rápidamente se convirtió en un deporte; después, en una oportunidad comercial que lo hizo un negocio, y, concomitantemente, en un centro de poder. En esa cadena, que sumó y suma eslabones viciados, el fútbol fue mutando –lejos de aquella aún intacta pasión lúdica que aún hoy nos hace correr detrás de una pelota– en una gran oportunidad económica para terceros, que finalmente poco tienen que ver con aquellos 11 que están de un lado y los que están del otro.
Negocian con aquel juego cosas que no tienen nada que ver con destrezas técnicas ni con esfuerzos físicos, sino con porcentajes en compras y ventas, retornos comerciales, derechos de imagen y hasta ambiciones políticas y de poder. Business are business, que le dicen.
Después del miedo, después del caos por sorpresa, por ineficiencia, un par de fechas después de la incertidumbre, sin medir los tiempos y sólo mirando el negocio, los concesionarios y licenciatarios del mundo del fútbol empezaron su operación de presiones y articulaciones para volver a tener a los futbolistas en la cancha y la pelotita en el medio. Lo demás no importa.
Fútbol, televisión y negocio
Un día el fútbol, aquel juego que trajeron a nuestras costas los ingleses locos, dejó de ser juego para transformarse en una góndola de una gran superficie, capaz de vender desodorantes, rulemanes, papas fritas, toallitas íntimas, yerba, prestamistas, seguros, bebidas, panchos y telefonía.
El fútbol, entonces, se transformó en un programa de televisión. Pasó a ser el Truman Show de los televidentes, de los productores, de los periodistas, pero fundamentalmente de los negociados, de los vendedores.
Las tensiones, las presiones y el orden mundial parece que llevan, sí o sí, a que vuelva el fútbol. Será en Alemania y, obviamente, será para la televisión. El fútbol se jugará y hará que millones de personas consuman como nuevos hinchas televirtuales un torneo que hasta ahora apenas tiene camisetas en los techitos verdes.
Corsarios con patente
Todo está pronto con un par de cámaras y el servicio básico al cliente, que ya ha dejado de ser un hincha de cancha. Ahora nos hemos transformado en abonados de televisión a los que el avisador de turno les podrá vender su producto.
Mientras la tabla de posiciones de contagiados, muertos y curados sustituye el espacio de “Cuatro gordos hablando del fútbol” –o al revés–, los tertulianos futboleros se reconvierten en comentaristas del coronavirus. La necesidad de que el infotainment central vuelva a ser el fútbol, sus campeonatos y todos los subproductos que de ahí se desprenden insta a los poderes económicos a avasallar el sentido común, la salud y, en definitiva, los derechos humanos.
“Que vuelva el negocio. Digo... el fútbol”, presionan, operan y articulan en el mundo, después de dos meses de pandemia, de crisis, de colapso de los sistemas de salud. Lo anuncian en el primer mundo del fútbol, pero todos esos empujes martillan por estas costas, y en un momento pareció inminente el regreso. No ha vuelto en Europa, donde recién se aprontan las prácticas colectivas, y la incertidumbre por acá, aun con la ventaja de esos 60 días de crisis europea, nos mantiene en un frágil limbo en el que las necesidades, los intereses y las urgencias perforarían las medidas establecidas para evitar el riesgo de contagio masivo y simultáneo.
¡Salud, fútbol!
Hace décadas, hace billones de dólares y de euros, el show dejó de ser lo que se hacía dentro de la cancha y se disfrutaba visualizándolo desde la tribuna o contra el alambrado, y se fue transformando en un envío televisivo para que nos agarre en nuestras casas, con la misma expectativa de quien mira la novela, la serie o la película, y nos estacionemos embelesados ante la pantalla, que lentamente nos va inoculando qué ponernos, qué tomar, qué comer, a quién votar, de quién enamorarnos y cómo creer que vivimos –con miedo, felices, en un caos o con un precioso porvenir–.
Esto ya estaba vendido, y entonces el dueño de la producción puede ponerlo cuando quiera, donde quiera y con quienes quiera. En Uruguay, a pesar del bombardeo para que siguiera el show, a pesar del aparente ninguneo hacia los futbolistas, a pesar del desdén y la urgencia del consumidor con síndrome de abstinencia de pantalla verde –y algunas también de cemento–, se ha puesto la pelota contra el piso y se han priorizado las directivas de salud por sobre todas las demás situaciones, muchas veces manejadas y operadas por los usureros de la crisis.
Después del parate inicial y sorpresivo, después de tratar de levantarnos del porrazo por bruto tropezón inesperado, después de acomodarnos, el estamento del fútbol ha reaccionado de la mejor manera posible, por lo menos en lo que hace a la programación y la actividad: se buscan soluciones, se evita someterse a presiones y, ante la incertidumbre, se atienden las verdaderas urgencias y no los negocios.
En Uruguay, entre perillas, días después, nueva normalidad y otras neodefiniciones pandémicas, la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF) ha resistido a pie firme presiones y tensiones, y asegura que la vuelta del fútbol tiene que ser respaldada por un dictamen científico y médico que, además, se apoyará en las decisiones que tomen el Ministerio de Salud Pública y la Secretaría Nacional del Deporte.
En la AUF se afirma que lo fundamental es la salud de los jugadores y de todos quienes los rodean –entrenadores, preparadores, utileros, demás trabajadores del fútbol–, y para eso deben darse determinadas condiciones que esperemos que se den.
“El juego, el juego: aquí vamos de nuevo” es la primera frase de “Roller Ball Murder”. Que no sea la última de nadie.