Entonces, en los atardeces de verano, el viento traía desde el campo un inestable olor a fútbol. La fe que se tiene cuando empieza un campeonato iba guardada en el banderín izquierdo, ahí donde la razón gana y pierde. Los viajes a las canchas, en apretados bondis o en peregrinaciones distraídas, quedaron a un lado, como los goles cuando la pólvora hiede a humedad. Un buen día vino el otoño, así, sin enterarnos de cuándo el sol se achica en el costado preferido de la tribuna. Se puede vivir sin el juego, eso lo sabe todo el mundo. Pero hay matices: en Uruguay, sin fútbol se pierde toda la poesía.

El precio quedó demasiado alto y el show no continuó. El coronavirus amenazó al mundo entero y la pelota se detuvo en todos lados, menos donde mandan los que tienen un melón en la cabeza. Si bien el partido se jugó sobre una delgada línea roja, las obscenas millonadas –esta vez– no pudieron hacer nada. Llegó el día en que los monos dejaron de bailar. Las verdaderas urgencias les ganaron a las presiones prepotentes.

Con ese partido ganado, da cierta tranquilidad pensar y creer que el fútbol un día va a volver. Que regresará porque lo necesitan los futbolistas, antes que todo, porque sin los obreros de la pelota no existe nada; las canchas serían pasto para vacas en offside y las tribunas, cemento sin almohadas. Un día el fútbol volverá y saldrán las camisetas a representar pasiones, a recuperar lo perdido, a (re)vivir lo romántico del alambrado, para que los negocios, el del tortafritero y el de los opulentos, vuelvan a girar. Será entre invierno y primavera, ahí donde el renacer supera las metáforas.

La Asociación Uruguaya de Fútbol preparó el protocolo para volver. En manos de la Secretaría Nacional del Deporte y el Ministerio de Salud Pública está aprobarlo. El protocolo tiene cuatro etapas de 15 días cada una, o sea que, una vez en marcha, el fútbol podrá regresar después de dos meses como mínimo. Primero se realizarán test en todos los clubes, la siguiente etapa será con entrenamientos en grupos reducidos –de hasta seis futbolistas–, luego podrán entrenar todos los planteles, y la última etapa previo a jugar será la de los partidos amistosos. En todo este trayecto, nunca se dejarán de hacer análisis de coronavirus.

El fútbol será sin hinchas, pero ya no será un eco remoto. El rumor de la redonda se deja querer. Es preferible perder a que no haya nada. Aunque duela, al fin lo aprendimos. Ahora parece que sí: son las luces del estadio.