El 26 de junio de 2010, hacía 22 días que estábamos junto a Sandro Pereyra en la maravillosa Sudáfrica. Como una mochila estructural, con barras y acolchados, estábamos ahí para ser testigos directos y vehículos de aquella histórica instancia. Ganar un partido después de la fase de grupos es algo que no sucedía. Si ponemos los 18 años como base de la edad que pudiesen tener los periodistas uruguayos enviados a México 70, y que estaban en el Azteca aquella tarde de 1970 cuando Uruguay le ganó a la Unión Soviética con aquel cabezazo de Victor Esparrago, podríamos decir que seguro alguien que hubiese vivido esa instancia debía ser de sexagenario para arriba. Mucho tiempo.
Ahí estábamos, frente a una instancia de octavos de final con enorme expectativa. Nelson Mandela Bay, el nuevo nombre de Porth Elizabeth, era la quinta ciudad que conocíamos después den Johanesburgo, Kimberley, Cape Town, Pretoria y Rustemburgo. Todas profundamente distintas.
Aquel 26 de junio era sábado y, como la diaria no aparecía los domingos, nuestro laburo tendría como primer destino las páginas del pool de 15 o más publicaciones de fuera de Montevideo que habían acordado con la diaria. Estaban por lo menos El Telégrafo de Paysandú, Verdad de Tarariras, San José Hoy de San José, Primera Página de y Serrano, ambos de Minas; El Pueblo de Salto, Primera Hora de San José, Hoy Canelones de Canelones, Tiempo de Pando, El Acontecer de Durazno, Centenario de Cardona, Progreso al Día de Progreso, Actualidad de Las Piedras, La Semana de Libertad y El Pueblo de Santa Lucía.
Por eso, porque sabíamos de los primeros festejos en Montevideo, pero también del interior, que de otra forma se hacían ver, fue que pensé instalar el relato de la pequeña epopeya de Porth Elizabeth en nuestros pueblos, y además en nuestros niños, en aquellas niñas.
Guichón, Paso Severino, Achar, Vergara, Colonia Agraciada, Molles, Moirones y Baltasar Brum reconocerán 10 años después la emoción, el frio, la alegría. Lulita, Pancho, Emi, Paco, Bebe, Mechi, Francisquito, Lucía, y Maxi, dejaron sus túnicas y moñas de aquellos días para vestirse hoy de liceales o universitarios, de laburantes, de jóvenes madres, pero conservan aún aquella sensación propia o de sus mayores que iniciaban aquellos abrazos.
Sin saberlo también, lo estaba haciendo por Kimberley y sus niños, que a la vuelta, cuando ya sabían que sería la última vuelta, nos esperó fraternalmente enamorada de Uruguay, y con los diarios locales titulando a cinco columnas en sus portadas y en letras celestes “Los nuestros vencieron” o “Nuestro equipo entre los 8 mejores del mundo”.
Era una conmoción multiple: la nuestra con Sandro, con los compañeros de Kimberley, con el grupo de la selección, con nuestros compañeros de la diaria, con los de cada pago a donde llegaban nuestras miradas, con nuestros conocidos, con nuestros desconocidos, y ese extrañó orgullo de ser uruguayo, uruguayo con sueños atados con alambre pero sueños al fin, empezó a aflorar en la cancha y en las tribunas de la vida.
La crónica original, la de los diarios de nuestros pagos, la de los pueblos de Flopi, Jona, Miche,Juan, y tantos de aquellos gurises la titulé Eterno Soñador, haciendo referencia a la canción de Edu Pitufo Lombardo. No sabía por esos días que aquellos versos habían sido iniciados por Jorge Choncho Lazaroff, y entonces hoy siento que todo responde a aquella idea del Choncho de “por la misma, siempre por la misma y cambiando, cambiando.”