De momento, la proyección inicial de la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol) de volver a jugar la Copa Libertadores desde setiembre parece inverosímil, teniendo en cuenta la pandemia de la covid-19 y que existe una inactividad generalizada en los diez países que la componen. Será en octubre, incluso en noviembre, cuando vuelva la Libertadores primero, y la Sudamericana después. El tema más allá de la fecha es cómo.

Ir de copas

La Libertadores apenas jugó dos partidos de la fase de grupos. Nacional será el primero en volver a la actividad cuando visite a Racing en Argentina. Cuando eso suceda, de acuerdo a la normativa vigente de entrada y salida de pasajeros a Uruguay, al retornar los tricolores deberían realizarse hisopados al llegar y estar una semana en cuarentena, así como lo hizo, por ejemplo, el nuevo ministro de Relaciones Exteriores, Francisco Bustillo. La diferencia es que el ministro puede trabajar desde su casa, pero los futbolistas no pueden jugar virtualmente.

Lo mismo sucedería con Peñarol tras jugar con Colo-Colo en Chile. Pero mucho más complejo todavía serían las visitas, que tendrían que estar una semana en cuarentena en Montevideo antes de siquiera poder entrenar o jugar.

Más allá de la buena voluntad de los protocolos armados por la Conmebol para los aeropuertos, no es una entidad supranacional que pueda modificar lo que ha determinado el gobierno uruguayo.

Tolerancia cero

Tomando como buena –y, mucho más que verosímil, veraz– la hipótesis de que la Libertadores, de octavos hasta la final, se jugara en un solo lugar, que sería Montevideo, hay que resolver antes quiénes son los 16 clubes que jugarían la definición, además de los ocho que completarán los 32 de dieciseisavos de la Sudamericana.

Descartamos por los próximos meses –o por este año– que los grupos se terminen tal y como estaba planteado, lo que serían 600 viajeros semanales yendo de un país a otro.

Un escenario posible sería que los partidos se jugaran en aquellos países que –a setiembre u octubre– admitieran la posibilidad de organizar partidos internacionales, lo que parece poco probable.

Otra es que los 32 participantes se concentraran en dos países –Uruguay y Paraguay– con tres grupos en cada sede. Jugando cada tres días, en dos semanas, los grupos se resolverían, para después concentrarse en uno de esos dos países y jugar octavos, cuartos, semifinales y la final, todo a un partido.

Parecido, pero mucho más simple, es la misma operativa pero resolviendo todo en tres o cuatro días. Sería sólo terminar la primera rueda (queda un partido en cada grupo) y ahí resolver los clasificados. Ese formato urgente y en modo básico de resolución debería contemplar para la próxima edición de la Libertadores la participación deportiva y económica de los 16 clubes que quedasen fuera de los octavos de final.

Tablitas y corralitos

Otro formato de resolución más simple, y menos justo, pero posible para esta emergencia, es dejar las tablas tal como están: Independiente del Valle, Flamengo, Palmeiras, Guaraní, Jorge Wilstermann, Peñarol, River Plate, San Pablo, Inter, Gremio, Racing, Nacional, Santos, Olimpia, Libertad y Boca serían los clasificados para decidir, en 15 partidos jugados en 20 días, el camino de la Copa. Montevideo podría ser una buena elección como sede – en los estadios Centenario, Gran Parque Central, Campeón del Siglo y Charrúa– porque, a excepción de Independiente del Valle de Ecuador y Jorge Wilstermann de Bolivia, los otros 12 clubes están a menos de dos horas de distancia.

Con el menor impacto posible, en cuatro días quedarían ocho delegaciones, y pocos días después tan sólo serían cuatro hasta llegar a la final. Si estirasen hasta fines de noviembre para la vuelta, antes de la primera quincena de diciembre ya estaría resuelta la Libertadores, con el protocolo más estricto del concepto burbuja con que se resolverá el básquetbol de la NBA o la Champions League europea.