En el ambiente del fútbol, fundamentalmente entre los técnicos y entrenadores, se habla de no hacer futurología. Refieren a no anticiparse a lo que puede pasar en partidos o en campeonatos en el futuro, cuando esas disputas aún distan de ser presentes. Nosotros tampoco haremos futurología, pero sí haremos un ejercicio contrafáctico en relación a lo que no pasó pero sí debía haber pasado. Más claro: de no haber sido por la pandemia, la selección uruguaya de fútbol hubiese acumulado no menos de siete partidos: los dos de la clasificatoria mundialista que se debían jugar en marzo, los cuatro mínimo que se hubiesen disputado por la Copa América extraordinaria que se iba a realizar este año, más los amistosos de preparación, que no hubieran sido uno sino dos o tres más.
Se cae de maduro que no se le pueden sumar a Óscar Washington Tabárez estos posibles nueve o diez partidos en la lista que lo coloca como el entrenador que más partidos ha dirigido a una misma selección en el mundo. Sería inaceptable. Sirve, sin embargo –y por el absurdo– para demostrar la inaceptable legitimación de una cantidad de partidos que validan a Sepp Herberger como entrenador de una selección nazi que, durante la Segunda Guerra Mundial, jugaba encuentros en países invadidos o filonazis, la suma de esa veintena de juegos que sirvió para que Herberger fuese, durante décadas, el entrenador con más partidos de una misma selección.
El Maestro es desde hace tiempo –mucho antes de que fuese reconocido por el Guinness– el DT con más juegos al frente de una misma selección nacional, más allá de que, de manera inadmisible, la FIFA parece avalar a Herberger.
La siembra
En Uruguay el proceso de institucionalización de las selecciones nacionales comenzó en la segunda era de Tabárez al frente de la celeste, en marzo de 2006. Desde ese momento hasta hoy nunca la selección había estado tanto tiempo sin jugar.
Desde el 8 de marzo de 2006 hay una búsqueda expresa de acumulación de partidos: no para acumular récords, sino para llegar hasta las fases finales de todas las competencias. Desde que comenzó este nuevo proceso, la selección del Maestro jugó 175 partidos –los 168 dirigidos por Tabárez, cinco en los que el DT fue Celso Otero, uno conducido por Fabián Coito y el restante por Juan Verzeri–. En suma, la selección pasó por tres mundiales (2010, 2014, 2018), cinco Copas América (2007, 2011, 2015, 2016 y 2019) y una Copa Confederaciones (2013), además de 71 amistosos.
Si bien los partidos que van desde mayo de 2006 –1-0 ante Irlanda del Norte– hasta el último partido de la historia, hasta ahora el amistoso en Israel con Argentina que terminó 2–2, son suficientes para que Tabárez sea el entrenador con más partidos con la celeste –Omar Borrás, el segundo en la lista, dirigió 54 partidos de Uruguay–, la acumulación sirvió de lanzamiento, prueba y afirmación para la mayoría de los jugadores celestes de estos días. En la actualidad, tomando como tal el plantel de los amistosos o los reservados en marzo para lo que iba a ser el comienzo de las Eliminatorias, a excepción de Diego Godín, todos debutaron en la celeste nominados por Tabárez.
Según consigna la página de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF), son 110 los futbolistas que han jugado –en cancha– desde 2006, y el proceso siempre ha sido el mismo: observación, preparación básicamente en los procesos de selecciones juveniles, incorporación a la selección mayor, e integración sin apuro a la oncena titular por medio de amistosos preparatorios. Las excepciones han sido el Pato Carlos Sánchez, el Huevo Brian Lozano y, de otra manera, tal vez el sanducero Maximiliano Gómez. Siempre a mano hubo o hay una solución de futuro, en un proceso largo y preciso que necesita crecimiento individual dentro de otros colectivos.
Ahí se evidencia cómo se mutó de elegir a los mejores a pasar a un elenco casi estable que se sabe los libretos. Un grupo central que se va alterando de acuerdo a la biología y al natural ocaso del conjunto de destrezas y valores de juego que tienen los atletas, pero que no modifica su espíritu en cada brote nuevo que viene de la misma raíz. Ahora, ¿cómo será después de casi un año sin jugar, después de meses de inactividad de los futbolistas?
En este marco inconveniente, único y extraordinario, de pasar casi un año sin pruebas y con el universo de los jugadores elegibles habiendo pasado por meses sin partidos oficiales, habrá que ver cuáles son los criterios a los que se deba adaptar el cuerpo técnico para los cuatro encuentros que aparentemente se jugarán este año, en el inicio de la clasificatoria sudamericana para Catar 2022: en octubre con Chile en Montevideo y con Ecuador en Quito, y en noviembre con Colombia en Barranquilla y con Brasil en el Centenario. Inevitablemente el criterio de selección deberá modificar alguna de sus bases más firmes, como aquella idea de que básicamente se piensa en aquellos que están en actividad plena.
Como combinar seleccionados
Desde hace 119 años, la selección no era más que un combinado de jugadores de distintos clubes –por ello la voz “combinado” para denominar al equipo representativo del país aún pervive–. Se seleccionaban para jugar un partido o un campeonato. Estaban acá en Uruguay, básicamente en Montevideo, y se juntaban para jugar el partido, para viajar a jugar en Argentina o en Brasil, o para aprontarse para un campeonato. Por décadas fue así.
También de esa manera fue en la otra pandemia que vivió Uruguay y parte del mundo: la gripe española. En 1918 la primera gran oleada del virus hizo que no se jugara el Sudamericano de Río de Janeiro, campeonato que se pospuso para 1919. Los uruguayos fueron con lo mejor que pudieron y funcionó. Recién en el extraordinario partido final de dos alargues Brasil pudo destronar a Uruguay.
Volviendo a la idea inicial, durante 70 años fue así. Nuestros mejores estaban casi todos aquí, y algunos de los mejores, pocos, poquitos, se habían ido a jugar a Europa o Argentina, pero no eran considerados para ponerse la celeste.
Después todo cambió. Fueron malas las primeras experiencias de jugar con los que se consideraban los mejores y que estaban lejos de Uruguay, y recién se juntaban en el avión y en la cancha. El concepto de “en la selección juegan los mejores”, o el “hay que aprovechar el momento de tal o cual” siguió primando en el mundo del fútbol uruguayo.
El remate del siglo XX y la primera década del XXI nos agarró sin advertir que la gran estructura del fútbol había cambiado. Geopolítica y globalidad parecían ser conceptos que no llegaban a los escritorios de los vestuarios y, por convicción, por los intereses comerciales de terceros, o hasta por la conjunción de esos acontecimientos y otras variables, nuestros técnicos, cual mánagers de PlayStation, elegían a golpe de balde, de hat-tricks lejanos o atajadas que llegaban en álbumes de recortes recientes, a esos “mejores”, que cuando se juntaban en la cancha no podían combinar ni repetir sus destrezas individual ni colectivamente, desconociendo tácticas, estrategias, experiencias, frustraciones y aciertos como colectivo.
Jugando en equipo
Con su “Proyecto de institucionalización de los procesos de las selecciones nacionales y de la formación de sus futbolistas” Tabárez demostró que, aunque en algún caso fuese doloroso o injusto, lo que precisábamos era un equipo, y no una selección de estrellas de campos del mundo o de revistas satinadas, para poder volver a ser competitivos.
En marzo, cuando en Uruguay el escenario era normal, pero en buena parte de Europa el coronavirus ya hacía estragos, Tabárez reservó a estos 26 jugadores: Fernando Muslera, Martín Silva y Martín Campaña, Diego Godín, José María Giménez, Sebastián Coates, Ronald Araújo, Martín Cáceres, Gastón Silva, Damián Suárez, Matías Viña, Diego Laxalt, Mauro Arambarri, Matías Vecino, Federico Valverde, Rodrigo Bentancur, Nahitan Nández, Brian Lozano, Brian Rodríguez, Giorgian de Arrascaeta y Nicolás de la Cruz, Gastón Pereiro, Edinson Cavani, Darwin Núñez, Cristhian Stuani y Jonathan Rodríguez. Desde aquel momento, y por tres meses, los futbolistas dejaron de jugar, de entrenar, de evolucionar en su condición de futbolistas de elite.
En aquel momento Luis Suárez estaba operado y no estaba ni cerca de jugar. Ahora sí está en condiciones, pero sin certezas de dónde podrá hacer goles, dado que Barcelona no lo tendrá en cuenta; Edinson Cavani era y sigue siendo el máximo goleador del PSG, pero ahora ya no está más en París; Fernando Muslera tuvo una fractura de tibia y peroné de la que aún se repone en Turquía, misma situación por la que pasa el Huevo Lozano en México; Gastón Pereiro se fracturó el dedo chico de su pie izquierdo y Martín Campaña y Gastón Silva dejaron de jugar en Independiente y pasaron a ser libres.
El elenco estable está, el colectivo que conoce los métodos y las formas, también. Lo que esta vez no ha habido son ensayos, pruebas, observación y análisis posibles, para resolver una situación que seguramente será distinta para todos. Tal vez aquí también sea momento de capitalizar y exhibir las fortalezas cimentadas en la continuidad de un trabajo pensado.