Así no se puede. Estaba divino para saludar y extenderse con las clasificaciones de la capacidad de juego de Juanicó, de Río Negro, de Juventud, de Central. De la maravilla de avanzar y de estar cerca de una gloria que parecía lejana de Boquita, de Quilmes, de Huracán, de Bella Vista, de Darling, de Palermo, de Wanderers, de Santa Emilia... Pero no. Hay que ocuparse de cosas mucho más desagradables, más deleznables y ojalá que irrepetibles a corto plazo, como la violencia asquerosa e insoportable que se ha vivido.

Hasta que el domingo los medios dominantes de televisión decidieron presentar en algunos de sus espacios centrales escenas del fútbol del interior, que por medio de sus campeonatos articula la única competencia nacional que involucra a más de 99% del territorio nacional. A esa altura se habían jugado más de 170 partidos en la Copa B y más de 86 partidos en la Copa Nacional de Clubes A. Seguramente se hayan festejado más de medio millar de goles de diversa factura, y algunos de ellos seguro han sido golazos impresionantes que bien podrían haber ido a un show de goles, o atajadas propias de las diez mejores. ¿Los vieron ustedes? No, tal vez no, a menos que hayan buscado con minuciosidad los goles de la Copa B en Youtube, y en Tenfield los de la A.

Más de 2.000 futbolistas de casi 50 poblaciones soñando, fin de semana a fin de semana, con el mayor campeonato en el que pueden participar, cargando con las ilusiones de hinchas, de vecinos y amigos, y en algún lugar de su corazón, esperando prender el informativo y ver cómo la pudre en el tornillo, cómo vuela de palo a palo.

Gaucho vos corrés

El último fin de semana dieron el paso al frente los que quedaban por clasificarse y se consumaron pequeñas hazañas que generaron grandes alegrías e iguales tristezas, toda una sacudida emocional que, sin embargo, se reduce a la barbarie de la violencia y la barbarie, inadmisible y primitiva, que de forma asqueante y terrorífica sucedió en un par de capitales departamentales, como puede lamentablemente ocurrir en una villa y en una metrópoli.

Hay que tratar de achicar al máximo los márgenes de la violencia en nuestra convivencia y, en las competencias, hay que censurarla de la manera más explícita, seguramente con sanciones que no permitan que lo extraordinario se convierta en normal.

No, no debería repetirse lo que sucedió hace unas semanas en Artigas, en Rivera, en Dolores, en Minas y ahora nuevamente en la capital serrana y en Florida. ¿Cómo puede ser que porque hay un partido de fútbol debamos convivir con el crimen, la violencia y la barbarie?

¿Cómo puede ser que un deportista sea corrido hasta la desesperación con la aviesa intención de derrumbarlo y pegarle? ¿Cómo puede ser que aún con el terrible error de los árbitros sumidos en el descontrol y el desconcierto, sumado a la latencia de una amenaza de bomba que al parecer no era válida para quienes estaban en las tribunas, el partido hubiese seguido, sin ser sancionados todos los que habían perseguido a aquella persona?

Unas vacas, unos yuyos y la copa

El desconocimiento negligente de lo que se está mostrando como noticia central, enterrando para siempre todo lo que durante meses podrían haber mostrado como representativo del ejercicio institucionalizado y con cierto virtuosismo en el país al que le hablan, al que conducen.

Claro que esos actos incalificables, que no son del fútbol ni de nuestro país, sino comportamientos y conductas sociales que acontecen en todo el mundo, para disgusto, preocupación y miedo de la gran mayoría de nosotros, son pasibles de ser reportados en los envíos deportivos de los noticieros, y así se debe hacer.

Lo que no se debe es acompañar una pelea tomada por cámaras prestadas, que pretendían recoger la búsqueda cotidiana de la gloria y terminaron siendo exportadoras involuntarios de un espectáculo distinto e ingrato, masificado sin otro filtro que el de la distorsión interesada. El exabrupto y lo grotesco de la violencia. Los líos, la violencia, la barbarie en forma de generala o de ataque/defensa, de golpes arteros para lastimar o defenderse, no se pueden ni se deben esconder.

Hay que informar, hay que ponerlo en cuestión, hay que hacer extensión acerca de lo que no debe ser.

Asimismo, el fútbol del interior y sus campeonatos son casi ignorados por los sistemas de información y divulgación del país. Son comportamientos empresariales que hacen lo que entienden conveniente para sus negocios; pero que la única y particular entrada como noticia que tenga la competencia sea un envío lleno de violencia y nada representativo del evento que desconocen es por lo menos una señal controversial.

No más violencia. Así no se puede seguir. Pero apareciendo en el mundo de las comunicaciones como un blooper de unos canarios que no saben lo que es una globa, tampoco.