Esteban Conde volvió a Danubio, de los primeros equipos donde conoció la gloria. El contexto hace a la palabra tanto como la camiseta hace al jugador. El futbolista, entonces, podrá ordenar cronológicamente los años según los colores. Ubicar en el mapa la gente que anduvo en la vuelta de tal o cual campeonato. Ubicar en el corazón a la gente que estuvo siempre. Y frenarse al tragar cuando hay gente en la memoria que pasó fugazmente pero que dejó entera su sensibilidad de hincha, de rival, de amigo.

Es así que Esteban Conde, en este contexto, un precioso atardecer de su carrera, jugará en Danubio la próxima temporada, que encuentra al equipo de la Curva de Maroñas en la vieja y querida Segunda División Profesional, cuna de cracks perdidos, la dignidad por el olvido.

El arquero, para hablar, deja los guantes. Quizás deje con ellos el jugoso peso de la competencia. El grabador se prende entrada la conversación, habiendo hecho un pequeño panorama histórico del momento: el antes, Danubio, el después. Esteban Conde habló con Garra con todas las camisetas puestas, abajo de una camiseta que llevará para siempre.

¿De qué cosas te dan ganas de hablar y qué te parece pertinente poner sobre la mesa?

Hay un punto que en general tendríamos que atacar mucho más de lo que se lo ataca, y es que nadie te enseña. Nadie te prepara para los golpes fuertes del fútbol, y te terminás haciendo a los golpes. Aunque a veces te lo dicen y no estás dispuesto a escuchar, eso a mí me pasó muchas veces. Está bueno poder verlo, tener la oportunidad de nuevo, porque a veces pasa que no tenés otra chance. Yo tuve la oportunidad de cambiar de chip, de poder evolucionar sobre todo en lo que va la vida, más que el fútbol en sí. Es entender que hay que salir de la cajita donde estamos trancados. Guillermo Centurión, por ejemplo, tuvo ahora un sacudón fuerte, pero desde chico tiene sacudones. Hizo un gol corriendo de arco a arco en juveniles que recorrió el mundo, un gurí que es como yo, de Young. Sería interesante ver cómo lo vivió después, tener una charla con él, y cómo lo vive ahora, porque nadie está preparado para que un video tuyo recorra el mundo. Y ahí en Nacional, mezclados están Matías [Bernatene] y Nacho Suárez, que a mí me gustan mucho. Y en el medio, Franco Israel, que se fue a la Juventus, de lo mejor que vi subir en mi vida. Me sorprendió. Si Nacional no lo vendía, tenía golero para 20 años. Yo ya estaba grande, lo miraba y pensaba “¿cuánto puedo durar con estos pibes?” Era imposible sostenerlo. A mí me pasó de un lado y del otro, por eso capaz que lo puedo asumir mejor. Me pasó con Luis Barbat en Danubio y yo gurí y volando, además ¿viste cuando sabés que es difícil que te hagan un gol? Y lo viví después del otro lado con Luis Mejía, no había chance. Está bueno haberlo podido vivir de los dos lados.

Debe ser un momento importante el de encontrarse acompañando el crecimiento de arqueros más jóvenes que incluso superan el propio nivel.

Totalmente; de hecho, me ha pasado de tener entrenadores de arqueros más chicos que yo. Fede Cuervas, que me entrena ahora en Danubio, es un año menor que yo, y en Atenas me pasó de trabajar con Juan Castillo. En Argentina me tocó Bernardo Leyenda. Y a veces te pasa que querés transmitirles a los pibes pero tampoco querés pasar por arriba del entrenador. Pero me gusta estar ahí; además, estoy terminando el curso de entrenador y me veo más como entrenador que como entrenador de arqueros. Me desafía mucho más, hoy es muy desafiante ser entrenador y tener claro qué es lo que querés. Hablo mucho con Gerardo Pelusso, que está muy cercano a Audef [Asociación Uruguaya de Entrenadores de Fútbol], que es como un padre deportivo para mí. Me llevó de Rentistas a Danubio y de Danubio a la Universidad de Chile, y después, estando en Nacional, me quiso llevar a Colombia, pero cuando se dio la posibilidad de renovar en Nacional no lo dudé. Yo me quería retirar ahí, pero no todo es como uno quiere. Lo quiero un montón a Pelusso, dos por tres lo llamo para tener conversaciones desde ese rol de entrenador, aprovecho. Pelusso tiene eso que no te enseñan los cursos.

¿Cuánto juega lo que esperan los otros y cuánto lo que uno espera de uno mismo?

Está bueno el ejercicio de ponerse en el lugar de los técnicos que están en función hoy en día. Qué hubiese hecho yo en tal o cual situación. Pero nunca va a ser lo mismo, hay que estar en los zapatos, en el día a día, en la contaminación del día a día. Hay que ponerse en ese lugar para saber por qué toma determinada decisión, porque acá sentado es muy fácil hablar. Y el fútbol tiene muchas variables. El arquero de Rentistas, hace poco, por ejemplo, la rompió, pero después tenía que volver el arquero responsable de que Rentistas estuviese en ese lugar; es difícil, es muy difícil. Es muy fácil decir que el técnico se equivocó en los cambios. Ahora, cuando el resultado cerró bárbaro, es un fenómeno. Es muy liviano el análisis, pero la crítica es parte, y si no te gusta no podés dedicarte a esto. Entonces el tema es preguntarse ¿quiero o no quiero esto?

Esteban Conde.

Esteban Conde.

Foto: Natalia Rovira

¿Cómo te ubicás con respecto a los cuerpos técnicos teniendo en cuenta que estás camino al rol de dirigir cuando termines la carrera?

Una de las cosas en las que he caído en razón es que cada uno de los jugadores tenemos nuestro modelo de juego en la cabeza antes de ser técnicos. Tenemos nuestro gusto por el fútbol, el juego recio, el juego combinatorio, cada uno tiene su historia. El desafío más grande para un cuerpo técnico es encontrar qué nos une para hacer todos lo mismo, porque en realidad pensamos todos distinto. Está bueno el curso para entender la complejidad. Pero el desafío es ese, encontrar qué. El curso es una buena puerta de entrada, todas las materias te dejan algo y para ser técnico hay que saber hasta de derecho deportivo. Después hay que profundizar, ver entrenamientos, charlar con entrenadores. He escuchado mucho a [Alejandro] Capuccio, que es un tipo cercano con el jugador, un técnico que me gusta mucho. Desde la inexperiencia total te digo que me encanta el desafío; capaz después te digo que no era tan así, pero estoy dispuesto. En Atenas, Sebastián Eguren parecía un obsesivo de estudiar todo, de mirar muchos partidos. Pero llegaba a la charla y te decía lo que iba a pasar, y pasaba. Todo tiene su razón de ser. De todas formas, hemos hablado mucho de ser entrenador y todavía siendo jugador tengo que saber despegarme de eso; yo me crie pensando en qué es lo que necesita el técnico de mí para hacer lo que quiere hacer y jugar como quiere jugar.

¿Eso te ayuda a seguir creciendo como arquero?

Me aliviana el camino que sea así. Eso me ha ayudado a reencauzarme como arquero. Por ejemplo, a mí me gusta mucho jugar con el pie, si no fuera golero me gustaría ser volante central para distribuir el juego. Me gusta ese juego, pero también me he dado cuenta de que en esos modelos de juego nos olvidamos de lo más importante, que es atajar. Porque para jugar en otro rubro hay que estar más suelto con la pelota y para atajar hay que estar contraído para poder despegar, por ejemplo. ¿Entonces, yo que quiero, un enganche en el arco o un golero que ataje? Eso está bueno aún poder vivirlo y pensarlo todavía de este lado. Miro, por ejemplo, a Ezequiel Unsaín, de Defensa y Justicia, a [Christopher] Fiermarin, de Torque; son arquerazos que juegan en modelos de juego que requieren mucho la participación. Hay goles en los que te das cuenta de que el arquero estaba con otro chip, aunque puede que sean menos de acuerdo a la productividad que le dan, porque son espectaculares jugando con los pies. Nosotros hacíamos un juego parecido con [Gustavo] Matosas, pero de mitad de cancha para adelante. Porque también hay que valorar el riesgo, que es lo que a veces el fanatismo y la moda te hacen olvidar, porque si no tenés los jugadores para hacer lo que querés y seguís insistiendo, te echan antes de que te des cuenta.

¿Qué importancia tiene la adrenalina de la competencia y qué tan necesario es depender de ella?

Hoy en día está a flor de piel el tema de resultados. Porque el fútbol profesional está hecho para ganar. He tenido esta discusión interna muchas veces, porque me sigo sintiendo ese gurí de mi pueblo que lo único que quiere es jugar, y en lo más interno de cada ser que juega al fútbol pasa lo mismo. Ahora ¿no competías en el campito? ¿No te enojabas por no ganar? Yo lloraba cuando perdía. Perder no estaba en mis planes. En Nacional de Young estuvimos un año y medio sin perder, y un día empatamos con El Trébol y me fui llorando. Yo me lo empecé a preguntar de grande ¿Por qué todo tiene que ser ganar? Me pasó con [Gustavo] Munúa en Nacional. Nosotros jugábamos bien, pero como no ganamos se tuvo que ir; porque por un penal no pasamos a semifinales de Libertadores, y porque no teníamos un plantel tan largo, nos quedamos sin el campeonato también. Me fui con eso a las vacaciones, no podía ser que porque no ganamos se tenía que ir. No entendía yo esa pelea interna que tenía. Seguí en la máquina. Logré descansar y a los pocos días arregló [Martín] Lasarte, me llamó y toda la máquina empezó a girar de nuevo. El primer día Martín dijo eso: “El fútbol profesional es para ganar, después podemos discutir la forma, pero es para ganar”. A mí se me fueron todos los fantasmas con esa charla de Martín. La forma para mí no es cualquiera, no es a toda costa, no es ganar como sea. No debe haber cosa más linda que quedarse satisfecho con lo que hace tu equipo. Y que el resultado sea consecuencia de lo que hiciste.

¿Cómo es el día a día en Danubio en este momento de tu vida y de la vida del club?

Una de las cosas que más me afectó de la cuarentena obligatoria en Buenos Aires fue la falta de rutina. Y uno a veces quiere escapar de la rutina. Mirá que no la pasamos para nada mal, nos llevamos bárbaro con Pati, tenemos charlas hermosas, pero también te hace falta esa ida a entrenar, el reencuentro de volver a casa después de concentrar. Ahí entendí también el rol de la rutina diaria. Ahora que no se puede hacer vestuario, el tiempo de la movilidad previa sirve para intercambiar, aparte de que a los 38 es fundamental avisarle al cuerpo que se va a entrenar. Y entrenar me encanta, soy de la escuela de antes, llegué a hacer ocho kilómetros por la ruta. La diferencia que encuentro con los más chicos es la recuperación, el día después, que los pibes llegan enteros y yo preciso un rato todavía. Ahora agarramos una rutina con los goleros de quedarnos un ratito más pero sólo a conversar; es que los arqueros somos como un gremio aparte. Es difícil hacer grupo hoy en día, y para el futbolista uruguayo es importante el vestuario. Entonces, habiendo espacio y estando afuera, se aprovechan esos momentos. En segunda división podés ganar por la calidad de los jugadores, por el estado físico, pero el grupo es lo que termina marcando la diferencia. Hoy en día en Danubio las charlas diarias son charlas de toda la vida con compañeros de otras épocas, y no sólo desde la nostalgia, sino trayendo las cosas lindas al ahora.