En 2008, cuando un grupo de capitales emiratíes desembarcó en Manchester City, Chelsea ya llevaba un lustro siendo propiedad del magnate Román Abramóvich, sociedad -la del club inglés y el empresario ruso- que resultó particularmente prolífera en títulos en los primeros años. Rápidamente cosecharon dos ligas y para la edición de 2008 llegaron a su primera final de Champions League. Fue derrota con Manchester United, pero en 2012 los de Stamford Bridge pudieron sacarse la espina y ganar su primera orejona.

A Manchester City le llevó mucho más tiempo: recién este año jugará su primera final de Champions. Será un duelo moderno, porque son dos clubes ingleses, de la liga más atractiva de Europa, con propietarios extranjeros y entrenadores también extranjeros, como se ha vuelto común en estos tiempos. Justamente por su conducción son, en la cancha, también dos equipos de fútbol modernos. De ritmo alto, de vértigo y de alta calidad, esa que los millones compran pero que sólo los talentosos construyen.

Chelsea derrotó a Real Madrid en Londres por 2-0 y cerró un resultado global de 3-1 a favor contra los de Zinedine Zidane. El último uruguayo en competencia, Federico Valverde, se despidió de este sueño de ser campeón de Champions en esta edición, y lo hizo jugando los segundos 45 minutos.

El primer gol lo marcó Timo Werner y el segundo lo hizo Mason Mount, tras una preciosa jugada que combinó al efectivo N'Golo Kanté con el estadounidense Christian Pulisic, quien dio el pase-gol.

Estambul será sede de la final, el 29 de mayo a las 16.00 de Uruguay. Manchester City querrá su primera copa, pero Chelsea querrá enseñarle que primero hay que saber sufrir, como lo hicieron ellos en 2008.