El fútbol del interior se está muriendo. Así de simple, así de crudo. El entramado deportivo más amplio y diverso de Uruguay, que atraviesa la vida social, económica y cultural de cientos de miles de personas, divaga desorientado, producto de una honda crisis derivada de la pandemia de covid-19. En el marco de una heterogeneidad indefectible por las dimensiones geográficas del territorio que comprende la Organización del Fútbol del Interior (OFI), la realidad propició la unificación de sus componentes en un concepto general común: incertidumbre. Esa es, paradójicamente, la única certeza: no habrá noticias. Ni siquiera un enfoque optimista sobre el devenir de la emergencia sanitaria habilita a proyectar la reanudación de la actividad elemental de las instituciones.

Existir

“Teníamos previsto iniciar los campeonatos de la B y sub 15 por el mes de abril. Después se fue postergando. Actualmente estamos sin ningún tipo de actividad, sin ningún tipo de calendario previsto”, dice Mario Martínez, presidente saliente de la Asociación de Fútbol de Tacuarembó.

Marcelo Larrosa, periodista bellaunionense, agrega que en su ciudad “en la temporada 2020 hubo sólo actividad sub 17. En 2021 la actividad no llegó a comenzar”. La situación se extiende por todo el país. El fútbol del interior está paralizado. La OFI continúa forzada a postergar los campeonatos nacionales, manifestaciones grandilocuentes de sus cimientos: 63 ligas semiautónomas desde las que se alza el ente rector, regulador de la diversidad más vasta del deporte en este rincón del mundo. Esos torneos locales también están inmóviles, tras el tenue asomo de siete de ellos ‒en mayores‒ a puertas cerradas en 2020; es lo mismo que decir que más de 120.000 futbolistas amateur de las más variadas edades no juegan al fútbol, en la amplia mayoría de los casos, desde fines de 2019.

Equivale, también, al desamparo económico de prácticamente la totalidad de los casi 800 clubes uruguayos que están fuera de Montevideo. El fútbol del interior no existe si no vende entradas. El sentido de la oración es el literal: no existe. Es imposible que subsista, pese a que desde los medios masivos de comunicación (caracterizados por abordajes de tono burlesco que rozan la infantilización y abrazan al estigma) se tenga y propague la idea de que la compra de los derechos de televisión de los eventos nacionales cambia la historia del fútbol “de afuera”, haciendo gala de la omnipresente e histórica falta de conocimiento en cualquier ámbito con base en Montevideo y denominación nacional, los mismos que se enmarcan con la precisión de un Luis Suárez versión 2011 en la estructura que aleja a los y las jóvenes del sueño de hacer una carrera universitaria, de acceder a los servicios más calificados, de crecer en el pueblo que los vio nacer. El desconocimiento también es poder.

Jugar

Sebastián Sosa, arachán, exzaguero de Melo Wanderers, integrante del Consejo Ejecutivo de OFI, cree que “el aspecto económico golpea y va a seguir golpeando, a unos más y a otros menos; pero capaz que más importante es que se ha perdido el vínculo con el deporte por parte de miles de gurises y otros no tan gurises, y también todos los vínculos culturales y sociales que acontecen en torno a los clubes y a los partidos del fútbol del interior; muchos son sentido e identidad en la vida de muchísimas personas”.

Más de 30.000 menores de 18 años tienen ficha entre las ocho centenas de instituciones afiliadas a la organización, esparcidas en 99,7% del territorio nacional. Aunando ciudades, pueblos y villas en las que este deporte es el único que se practica, hay más de 10.000 partidos de juveniles por año. Lo cuantificable impacta, pero lo que conmueve es lo que pasa y se siente.

¿No se juega? No hay cantina, el cuidacoches no tiene coches para cuidar, los periodistas no trabajan, los programas de radio y televisión desaparecen, los clubes bailan con la desafiliación, las ligas se endeudan, el patrimonio sociocultural peligra, la juventud no hace deporte. No son conjeturas, son cosas que están pasando desde hace 14 meses en el país de la final de Got Talent con más de 1.000 personas en un estadio cerrado. En la dimensión oculta del fútbol uruguayo, que proporcionó a la selección mayor masculina 60% de los convocados de su última reserva pública (21 de 35), los cuadros viven de entradas, rifas, ventas de chorizos, cazuelas y matambres. Entradas no hay; gente que pueda comprar los chorizos, las cazuelas y los matambres, casi que tampoco. Dos más dos es lo que hay: un movimiento deportivo clave en la historia y el día del país muriéndose a los gritos.

Hinchas de Treinta y Tres durante el juego ante Canelones del Este, por la decimoséptima Copa Nacional de Selecciones, el sábado 15 de febrero de 2020 en el Estadio Felipe Maqueira, en Fray Marcos.

Hinchas de Treinta y Tres durante el juego ante Canelones del Este, por la decimoséptima Copa Nacional de Selecciones, el sábado 15 de febrero de 2020 en el Estadio Felipe Maqueira, en Fray Marcos.

Foto: Fernando Morán

Las deudas de los clubes con UTE, OSE, Antel y otros organismos ascienden, en total, a unos 350.000 dólares, una suma muy grande para un fútbol sin ingresos. La estimación deriva de un documento elaborado por la OFI en conjunto con las confederaciones (Este, Sur, Litoral y Litoral Norte) que fue solicitado por la Secretaría Nacional del Deporte a mediados de abril. El propósito es, según fuentes del organismo, gestionar exoneraciones con las empresas estatales. Además, se necesitan 3.580.000 dólares para adecuar infraestructuras (baños, luces, muros, vestuarios) en términos generales, incluidos los sanitarios básicos.

Y, sin embargo, allí está. El fútbol del interior continúa maximizando valores para ser, a través de sus clubes, el sustituto del Estado en las comunidades locales. Analogía opuesta al Uruguay quinquenal: el último de los recortes, cuando nada anda, es la gente. Propagar el deporte como hábito, fomentar el sentido de pertenencia, desarrollar la noción comunitaria, montar redes de contención para niños, niñas, jóvenes y adultos vulnerables en espacios vulnerables durante tiempos que vulneran. Y lo tangible: una olla popular, una merienda, un surtido. O una campaña de abrigo.

Dar

A Sarandí lo fundaron estudiantes liceales de Sarandí del Yi. Ellos mismos levantaron con sus manos el enorme gimnasio sede del club. Allí hoy clasifican, limpian y desinfectan prendas de abrigo después de recogerlas casa por casa y antes de donarlas a centros CAIF, del INAU y de la UTU. La iniciativa fue de Agustina Muraña, Federica Silveira y Fátima Fernández, tres socias que propusieron la creación de una comisión social “con el fin de ayudar en todas las necesidades que hay dentro de la ciudad”, según dice Fernández, que añade: “En primera instancia surgió esta campaña del abrigo [...]. Hemos tenido una muy buena recepción de la población, la primera semana sinceramente fue impresionante la cantidad de donaciones”.

Esto sigue: el Sarandí FC, que nació hace casi 67 años y de acuerdo a su secretario, Leandro Britos, “siempre tuvo un rol importante en la sociedad sarandiyense”, proyecta la instalación de wi-fi y la cesión del espacio a jóvenes estudiantes en el año de la virtualidad hegemónica, además de la creación de una biblioteca en su sede, la casa del “Saranda”. Lo dijo Carlos Chacho Ramos en el himno oficial del club (2004): “Son tus colores vieja estirpe de campeón / siempre junto al progreso y la verdad / orgullo de mi sociedad”.

Emocionar

Defender al equipo del pueblo es, básicamente, la expresión de origen del fútbol. En el interior, por ahora, vive. “Es lindo porque lo sentís, querés representarlo de la mejor manera, decís ‘vengo a representar a mi cuadro, vengo por mi familia que se comió frío, agua, horas de viaje para venir a apoyarnos’. Entonces es entrar a la cancha y pensar en la familia, las amigas, el cuadro, la ciudad. Lo vivís con más emoción”. Lo dice Yasmín Magallanes, capitana campeona del interior sub 16 con Palmirense, el equipo representativo de Nueva Palmira que ganó el Campeonato Nacional en diciembre de 2020.

Palmirense siempre es protagonista en cualquier evento, a cualquier escala. De allí surgieron dos mundialistas: Sofía Ramondegui y Esperanza Pizarro, que jugaron el Mundial sub 17 de Uruguay en 2018. Yasmín revisa la historia y sostiene que “primero costó decirle a la gente que se iba a jugar al fútbol femenino. Era algo no muy visto en Palmira, pero en los clubes del baby empezó a haber chiquilinas jugando, y eso fue abriendo un poquito la mentalidad de que el fútbol no era sólo de hombres en Nueva Palmira”. Cree que el título nacional masculino de 2016 fue el mojón para “el cambio en el fútbol”, que “abrió puertas para el femenino”, y recuerda: “Fui a verlo con mi padre. Eran mil emociones cruzadas, era todo el pueblo revolucionado, era un caos en ese momento la ciudad. Fue muy lindo vivirlo”.

“Yo creo que dos o tres compañeras están en dudas de seguir, que [la pandemia] las afectó tanto personal como futbolísticamente y dijeron ‘hasta acá llegué’ con entrenar en casa, que empezaron a no entrenar, a no estar pendientes, y así se fueron desmotivando y vieron que tal vez no querían seguir jugando. Ninguna se comunicó personalmente y dijo ‘voy a dejar de jugar', sino que en algún momento creo que a casi todas nos pasó por la cabeza decir ‘¿esto se va a hacer o terminó acá?’”.

Estar

Mario dice que sigue siendo jugador. La pandemia, que dejó patas para arriba el mundo, no lo sacó del fútbol. Tiene 42 años y ya no porta el estado físico que a fines de los 90 paseó por los predios de Independiente y Lanús, pero “uno no ha cerrado la persiana”, dice. Eso sí: aclara que “la realidad te lleva a que está muy difícil volver a jugar”. “Uno obviamente siempre va a ser jugador de fútbol, pero volver a una cancha se ha complicado con todo esto. Ya la edad marca que está difícil”.

Mientras el sol cae calmo en Minas y en su eterno otoño, la memoria se erige: hace 12 años, el equipo de amigos, conocidos, vecinos, padres, tíos y primos estaba jugando uno de los partidos más importantes de la historia del pueblo en que nacieron y se criaron. Lavalleja le ganó a Artigas y Mario Amorín, que recuerda la proeza con “mucha alegría”, fue el goleador del campeonato más uruguayo de todos. Dice que “fue un logro muy importante no sólo para nosotros, sino para todo el pueblo de Minas”.

“¿Qué significa para vos la selección de Lavalleja?”. El entrevistado, líder histórico de goleo serrano, se sorprende, agacha la cabeza, piensa y replica mientras el entrevistador celebra internamente: “Fua... este... ta’ difícil...”. Se toma un instante y larga: “Y, la selección me dio... me tocó jugar en muchos lugares, lo he dicho, por suerte jugué en muchos lugares y con muchas camisetas, pero vestir la...”. El ídolo de verano de decenas de niños y niñas minuanas se emociona, pese a que pretenda disimularlo. Se ríe de sí mismo y trata de arrancar de nuevo. Durante los dos segundos de pausa, quien ahora escribe se recuerda fugazmente en el estadio de la ciudad con Amorín en la cancha. Vuelvo a concentrarme en el diálogo y él, a la par, reinicia: “Vestir la de la selección en el verano era... Me daba otro plus, no sé. No puedo explicarte por qué, pero me daba... alegría, sobre todo. Que mi familia y mis amigos... yo sabía que estaban ahí”.

Reiterar no es redundar. En subrayar los efectos inmediatos y proyectados de la crisis sobre el fútbol del interior radica el único recurso para provocar lo imprescindible: propuestas concretas para soluciones reales. Será suficiente si se generan acciones conjuntas basadas en el conocimiento desprendido de información y datos que se tornan inútiles si no se interpretan óptimamente. No se puede concebir que la ignorancia sea moneda corriente. El desvanecimiento de la pirámide está en marcha adelantada, por no decir que la actividad social, deportiva y cultural más grande e inclusiva del país se está muriendo en soledad. Sin estridencias.