Sobre el fin de este mes o a principios de abril saldrá a la luz y a la oscuridad el tercer libro de la poeta criolla Regina Ramos, Gastronomía de olvido. El libro será publicado por la fina editorial Pez en el Hielo y ya tiene sobre su lomo el premio Amanda Berenguer al estímulo editorial. Su autora, de intensa actividad poética, ha publicado además 23 veces out, con Yaugurú, premiado como ópera prima en los Premios Nacionales de Literatura, y Señuelo, de La Coqueta Editora, también premiado en los Premios Nacionales como primera versión. La poeta, profesora de literatura del liceo de Libertad, también participará, amén de una serie intensísima de lecturas y apariciones en nuestro país, en el 32o Festival Internacional de Medellín, en el que han participado poetas como Marosa Di Giorgio, Ida Vitale, y el recientemente fallecido Alfredo Fressia.

Hay en Regina Ramos, además de premios y apariciones, una personalidad forjada en el campo (“tengo el magnetismo del campo estampado en la remera”), la independencia de la bici, la libertad del juego, la necesidad de salir a buscar por el mundo al arte, la escritura, y el fútbol; “nunca fui de jugar con muñecas, nos negábamos a reproducir la barbarie cotidiana”, dice la poeta, a quien han definido en el juego como alguien “esforzada” o, al decir del poeta Pedro Lago, “combativa cuando hay que serlo”, “aguerrida como Pizarnik”, como al fin se define la propia escritora.

Rey de Oro

(poema inédito, saldrá publicado en Gastronomía de olvido por Pez en el Hielo, en Abril).

Al Cuarto

Ellos saben cuánto pesa la Copa del Mundo.
Es de oro como la hora para mantenerse vivo.
De oro 92
en fantasía liviana.
Un ídolo siempre se guarda en oro
como el anillo de mi dedo
para recordarme
la recurrencia que encierra la carne
y a toda intención
redonda
como tu amante
como mi vida.

¿Cómo fue la infancia en el campo y cómo fueron apareciendo la pelota y la poesía?

Mi casa, como casa de campo, con una familia enfocada en sobrevivir, no fue una casa con ventanas a lo cultural. Yo tuve que salir a buscar todo, la música, la literatura, el cine, no había esa costumbre de escuchar música o tocar un instrumento. Y esto también pasa con el deporte. Pienso en mi hermana que me lleva 12 años y mi hermano que me lleva seis. Él es un apasionado del fútbol pero tuvo que salir para empezar a jugarlo y practicarlo. No era una casa donde se mirara un partido, donde se hablara de fútbol. En mi casa se hablaba del campo, cuestiones de la faena diaria. Mis padres son trabajadores de campo hasta el día de hoy, tienen un pequeño tambo que ellos mismos trabajan. Se encargan de todo. Mi madre sobre todo siempre tuvo muy presente que nosotros teníamos que salir al mundo. Una mamá guerrera, luchadora, sin marcos teóricos pero sí con la vivencia, el sacrificio, el dolor. El campo es todo el tiempo, es esclavitud, no hay vacaciones, no hay día libre. Así es que salimos a buscarlo todo, la educación, la cultura, los amigos, el fútbol. Había cosas que ellos no nos podían dar. Mi padre se encarga más de la pastura, lo que está afuera, y mi madre de la casa y del tambo, puntualmente. Recuerdo estar cursando el IPA, me levantaba muy temprano, me acostaba muy tarde, estudiaba en el ómnibus. Es muy sacrificada también la vida del estudiante del interior. Me puse el despertador a las cinco de la mañana para repasar para un parcial, yo me quejaba pero a la vez me acordaba que mi vieja en ese momento se estaba poniendo las botas para ir al campo a ordeñar. Ahí me levantaba y me ponía a leer. Por eso en mi escritura siempre está el revisar, sentirme privilegiada o agradecida, porque hay todo un proceso para que yo pueda ser escritora, profesora, primera mujer de la familia titulada.

“Mi casa, como casa de campo, con una familia enfocada en sobrevivir, no fue una casa con ventanas a lo cultural”.

¿Con qué rasgos de tu personalidad te conectan esos recuerdos?

Ese salir a buscar, hacer diez kilómetros en bicicleta para ir a la escuela, me conectó con una línea independiente, intrépida. En el campo, los juegos son otros. Es jugar a inventar, porque estás muy sola, no tenés vecinos. Lo más cercano era mi hermano, y ahí está la conexión con el fútbol, por verlos a ellos jugar con los amigos, o ver a mis amigos jugar en la escuela. Y también de jugar con mi prima, que jugábamos a juegos que decían que eran de varón, de “machonas”, trepar, armar casitas, Nintendo, Family. Nunca fui de jugar con muñecas, nos negábamos a reproducir la barbarie cotidiana. Eso me conectó con esa niña con cierta destreza para el juego con el cuerpo. Me gustaba ver jugar, y me gustaba querer meterme. Mi hermano me decía que siempre me estaba queriendo meter a jugar con ellos. Esa observación fue clave cuando empecé a jugar partidos, un fulbito, que fue en la escuela, y me descubrí, y también otros descubrieron, que yo encaraba para el fútbol.

¿Qué pasó en la escuela en ese tiempo, pudiste jugar con los varones?

De un momento para otro los partidos en la escuela rural número 2, en Rincón del Pino, empezaron a ser de fútbol mixto. El encuentro en esa edad ya no es varones por un lado y nenas por otro, en la transición a la adolescencia se entrevera. Hay algo cultural de la época también. Todos los recreos era jugar al fútbol todos juntos. Me ejercité en un juego del que no era buena entendedora. En un momento, después de elegir al varón líder, nos elegían a nosotras. O era Luciana o era Regina. Y jugábamos a la par. En ese momento había séptimo, octavo y noveno, y recuerdo a ellos que eran más grandes acercarse porque yo estaba haciendo jueguito. Me pedían que lo hiciera de nuevo.

¿Por ese tiempo tuviste la oportunidad de jugar en un equipo de chicas?

Tenía 11 años, estaba en sexto de escuela, y mi hermano me dijo para ir a un cuadro de fútbol femenino. En casa había tele pero no con cable. Mi hermano tuvo que salir a buscarlo al fútbol. Me probé en un cuadro femenino que había en Perazza, había dos cuadros nomás. Yo tenía 11 y mis compañeras tenían veintipico, 30, se tomaban una birra después del partido. No practicábamos, nadie te explicaba nada, y me costó conectar, pero jugué como un año. Mi gran performance fue un partido que mi padre fue a ver y justo metí un gol. Ahí decidió comprarme los championes de fútbol. Aunque mi madre no quería. Me compró unos marca nada. Igual me divertía jugar más con mis amigos, o en la escuela, o con mi hermano. Pero me quedó esa idea de que podía haber jugado mejor si hubiera ido con pibas de mi edad, como de repente pasa ahora.

Foto del artículo 'Entrevista con Regina Ramos, poeta, hincha del San Rafael de Rafael Perazza'

Foto: Alessandro Maradei

¿Qué pasó después? ¿Se cortó ese rollo con el fútbol y se abrieron otros?

Pasaron años, jugaba fútbol cinco, mixto, con amigas y amigos, como hasta ahora. Pero cuando me enteré que se había formado un femenino de San Rafael, me acerqué para volver a practicarlo, para volver a moverme. Habían pasado diez años ya. Entre medio pasó el liceo y la búsqueda del arte. Yo salí a buscar lo que era mío, y dejé el fútbol y la guitarra criolla, por ejemplo. Me concentré en el liceo, en otro viaje, interesante también. Empecé a escuchar música y la música me acompañó como puerta de entrada a la literatura. Aunque había tenido un acercamiento porque mi abuela Elena me regalaba libros de cuentos y caramelos para mi cumpleaños. Por eso, en Gastronomía de olvido, libro que va a salir este mes por Pez en el Hielo, les rindo homenaje a mis abuelas en un poema. María nos regalaba galletitas cada vez que cobraba y Elena siempre tenía caramelos y nos regalaba buenos libros para los cumpleaños. Libros de tapas duras hermosas, que conservamos hasta el día de hoy. A ella le encantaba leer y tengo relatos de personajes de esa familia que leían compulsivamente, pero yo no contacté directamente con ellos.

“Entendí que el intelectual es cuerpo también. Lo que se escribe es más que palabras, el poeta es alguien sintiente y el cuerpo pasa factura”.

¿Aparecieron otros deportes en ese tiempo?

Me citaron para la selección del liceo de handball, pero no fui. Estaba en una onda roquera. Después vino el bachillerato de arte. Estaba más vinculada al perfil artístico, quedó un poco de lado ese vínculo con el otro a través del juego. Después vino el IPA, ahí empecé a notar que necesitaba moverme, activar. Quise volver a jugar porque quería disfrutar de una actividad física. No como ir a entrenar a un gimnasio. Entendí que el intelectual es cuerpo también. Lo que se escribe es más que palabras, el poeta es alguien sintiente y el cuerpo pasa factura. Es curioso que el conjunto de obras de un autor se llame corpus, que remite al cuerpo. El escritor es alguien que escribe a partir del cuerpo, que siente a través del cuerpo y el cuerpo se angustia, somatiza, se contractura, se libera. Tenía esa nostalgia de volver a jugar, conseguí el número de una de ellas y empecé a entrenar en San Rafael, que es el equipo del pueblo Rafael Perazza.

¿Cómo era esa dinámica de entrenamiento en el San Rafael?

Entrenaba tres veces por semana, jugábamos los fines de semana. Juegan en la Liga Departamental, llegaron a salir segundas. A esta altura ya no estoy, pero fue lindo ese tiempo. Les estaba dando clases particulares a dos gurises chicos, y un día hablando con uno que iba a ver un partido de la Champions después de la clase, salió el tema del fútbol. Le dije que quería volver a jugar y fue él quien me conectó con las chicas del equipo. Así empecé, me encontré con una con quien llegamos a jugar en el mismo cuadro a los 11 años, ahora jugaban la tía, la madre, la hija, la prima, todas. Todo muy a garra. Fueron lindos esos tiempos de volver a jugar. Descubrí que no era lo que yo nostalgiaba, veía cómo jugaban ellas que no habían parado nunca, con destreza. Un lenguaje que me hubiera gustado tener.

¿De qué jugabas?

No llegué nunca a entender el juego del todo. Alguien me dijo una vez que era esforzada. No tenía esa inteligencia de moverme, de decidir, de desenvolverme. Pero de a poco me hice un lugar. Jugaba de zaguera. Ahí estaba. Iba para adelante, como me dijo Pedro Lago una vez, combativa cuando hay que serlo. Como la Pizarnik, aguerrida. Recuerdo un partido que jugamos contra la sub 17 de Nacional en Los Céspedes. Las pibas volaban. Fue muy exigente, pero jugamos bastante bien. Jugué todo el partido, me encantó, fue un partidazo; el resultado no importaba, importaba el contexto, la experiencia, el aprendizaje. En ese tiempo empecé a ver fútbol, a escuchar, a leer sobre fútbol. Empecé a querer entenderlo. Me fasciné. Por eso te hablaba al principio de esos tiempos remotos de la independencia, de la destreza corporal, de la bici, de la escuela. De la libertad de jugar. El juego es liberador. Y lo colectivo es crucial. Me gustó entender de grande las emociones a nivel colectivo, la euforia, la alegría, la bronca. Todo lo que se vive en ese grupo. Puede ser visto como un campo de batalla, pero nunca lo pensé como algo tan estratégico, esa cuestión más analítica. Sino más que nada el movimiento preciso o el que se puede, en pos de ese objetivo que es hacer ese gol. Ahí está todo el cuerpo puesto, la fuerza, el pienso, la presión, la adrenalina, el disfrute.

¿Qué tiene que ver con la poesía?

La metáfora de entrar a la cancha es la misma de subir al escenario, es como entrar a la vida. Entrás toda vos. Yo no me pienso como poeta-palabra, esa cosa intelectual en la que se meten los artistas, los escritores. El cuerpo es memoria, olvido, color, desde ahí sale todo lo que una escribe. Como decía Vilariño, hay que vivir mucho para escribir. Y entrar a la vida, a las cosas con el cuerpo, somos cuerpos vibrando. Cada partido tiene su espesor, su textura, esa charla de la previa, del vestuario ¿Cuánto de lo anímico se va ahí? Después de grande comprendí el porqué se deposita tanto en un juego que para otros es solamente juego. Ahí lamenté no haber sido hincha de nada, pero es que yo creo que soy hincha de San Rafael, porque es el cuadro del pueblo, porque sé cómo se sostiene, porque las familias se sienten parte, porque es un cuadro que nuclea, que da espacio. Ahí encuentro el sentido de ser hincha, puedo entender el alma que está puesta ahí.