Además de un deporte, el fútbol es un trabajo, muy bien pago en algunos escalafones del profesionalismo en la rama masculina. En cambio, las mujeres futbolistas latinoamericanas siguen en su mayoría sin poder depender únicamente del deporte para vivir, por lo que, además de jugar, deben trabajar para subsistir.
Referentes regionales
Los países de América Latina en los que algunas jugadoras pueden vivir del fútbol femenino son Brasil y Argentina, pero son la excepción. En el caso del campeonato argentino de fútbol de mujeres, luego de reclamos y de una lucha encabezada por Macarena Sánchez, se resolvió profesionalizar esta rama de la disciplina.
La Asociación del Fútbol Argentino (AFA) exige 12 contratos profesionales por equipo. En principio AFA se hizo cargo de ocho contratos por plantel, así que los clubes pagan los que restan para llegar a esos 12 contratos, o lo que corresponda en caso de que decidan pagarles más a sus jugadoras. El salario básico para las mujeres es el mismo que en la Primera C de varones: 38.000 pesos argentinos. “No podés vivir con ese dinero en Argentina, sí o sí hay que trabajar en otra cosa”, explicó a Garra Julieta Gergo, jugadora de Estudiantes. Su club abona solamente los 12 contratos que exige AFA y paga el mínimo.
Arriba pelean Boca Juniors, River Plate, San Lorenzo y UAI, que pagan mucho más: un promedio de 80.000 pesos. River y Boca tienen a todas las jugadoras contratadas. San Lorenzo y UAI tienen alrededor de 20 contratos. Gimnasia, Racing e Independiente también tienen alrededor de 20 contratos aproximadamente, pero con diferencias entre los sueldos. El resto de los equipos cumplen con el mínimo obligatorio: tienen 12 futbolistas contratadas.
En Brasil está marcado el cobro mínimo para cada jugadora, de 300 reales, unos 60 dólares. El promedio salarial de las futbolistas de la Primera División es de 2.500 reales (cerca de 500 dólares), y en casos excepcionales, algunos clubes ofrecen 5.000 reales a sus futbolistas.
Según el portal brasileño Placar, muchas futbolistas carecen de registro profesional. De hecho, alrededor de 10% figura en la nómina de atletas, lo que deja al restante 90% de las futbolistas sin acceso a los derechos laborales.
Las jugadoras más destacadas de los clubes más grandes y de la selección nacional suelen ganar hasta aproximadamente 8.000 dólares mensuales. Brasil es referente en cuanto a la evolución del fútbol femenino desde la perspectiva de la equidad de género. En este sentido, en 2020 se concretó una medida sin precedentes en el país y en el continente: se definió que las futbolistas internacionales perciban el mismo monto diario por jugar en la selección y accedan a los mismos recursos para las dietas. También se determinó que varones y mujeres reciban los mismos premios en competiciones, en proporción a la cantidad que perciba la Confederación Brasileña de Fútbol.
Desde entonces la Confederación Brasileña de Fútbol establece la igualdad de valores en relación a premios y tarifas diarias entre el fútbol de selecciones masculino y el femenino. Es decir, las jugadoras ganan lo mismo que los jugadores durante la convocatoria. Por ejemplo, lo que ganan por conquistas o etapas de competiciones como los Juegos Olímpicos está equiparado.
Trabajo no pago
En otros países de América Latina el fútbol femenino no es remunerado de forma que se pueda considerar un sustento: se suele cobrar una cifra menor al salario mínimo y, en algunos casos, incluso se trata de una especie de viático.
En Venezuela esta rama del fútbol se formalizó en 1991. La Federación Venezolana de Fútbol estableció que los equipos participantes de la liga deben abonar un mínimo de 250 dólares al mes a cinco jugadoras del plantel. El resto del equipo tendrá que llegar a un acuerdo con el club, de menor o mayor salario.
Independientemente de los pagos, la situación de las futbolistas mujeres en este país es muy distinta a la de los varones. Las jugadoras de Atlético, por ejemplo, participaron en la Libertadores 2021 sin recibir ningún tipo de retribución, ni siquiera viático por disputar esa competencia, y tampoco tuvieron seguro médico.
En 2020 Gabriela Valecillos, jugadora de Atlético, fue convocada junto con otras tres jugadoras del interior venezolano a mudarse a Caracas para entrenar para la Libertadores, un torneo en el que ella ya había competido dos veces, pero estalló la pandemia y se suspendió esa competencia. Cuando se reanudaron los entrenamientos, a inicios de 2021, las tres jugadoras volvieron a la capital para vivir en una casa rentada por el club, al oeste de Caracas. Volvieron a entrenar gracias a la ayuda de las familias de las demás jugadoras, que les suministraban alimentos y agua, y las asistían para que no tuvieran que caminar largas distancias para ir a entrenar. Esta situación es sólo uno de los tantos ejemplos de lo que tienen que enfrentar las venezolanas para jugar al fútbol.
Similar al caso de Venezuela, en Paraguay al menos seis futbolistas de cada equipo deben cobrar un mínimo de 334 dólares al mes. En 2020 las jugadoras y los integrantes de los cuerpos técnicos percibieron correctamente el pago del fondo FIFA, 500.000 dólares a cada asociación miembro para uso exclusivo del fútbol femenino, destinado a cada asociación como subsidio por la suspensión del fútbol por la pandemia. Fueron 13 los clubes de Primera División que dividieron esa ayuda entre 20 futbolistas, cinco miembros del cuerpo técnico y cinco auxiliares por cada institución.
Luego de este hecho, en 2021 se reglamentó que los 13 equipos de la Primera División deben tener como mínimo a tres jugadoras con un contrato laboral con base en el salario mínimo vigente. Para que esto se concrete está en vigencia un reglamento que establece que aquellas futbolistas que no tengan contrato no podrán ser retenidas por sus equipos en caso de que las atletas reciban una oferta local o internacional con contrato de por medio.
La Asociación Paraguaya de Fútbol (APF) estableció como objetivo que para 2022 un mínimo de seis jugadoras del plantel principal tengan contrato laboral con base en el salario mínimo vigente. En el proyecto de la APF, cada año se sumarán tres jugadoras a la cantidad mínima que debe cobrar esa cifra, hasta que en 2026 sean 18 las que cobren ese sueldo. Apuestan a que para 2023 ese mínimo sea para nueve jugadoras, para 2024 se destine a doce, para 2025 a quince y así sucesivamente, con el objetivo de que para 2026, aproximadamente, el fútbol femenino paraguayo sea 100% profesional.
En el fútbol colombiano, según el portal mundopelota.net, el sueldo mínimo es de un millón de pesos colombianos, 265 dólares aproximadamente, para cada futbolista con contrato profesional en un club de la Liga Femenina. Sin embargo, cada club tiene la opción de tener en el plantel un máximo de 15 futbolistas de las categorías menores, con las que acuerdan pagos sólo de gastos menores.
En el fútbol femenino en Perú sólo algunos clubes pioneros tienen un salario mínimo interno, que no es obligatorio por reglamento y asciende a menos de 500 soles al mes, una cifra cercana a un salario mínimo.
La Liga Femenina de la Federación Peruana de Fútbol no se reconoce como profesional, por lo que no se exigen contratos laborales entre jugadoras y clubes. Según La República de Perú, 82% de las jugadoras peruanas recibe ese pago mensual menor de 500 soles, y sólo 14% tiene contrato de trabajo. Alianza Lima, por ejemplo, paga un mínimo de 900 soles a sus jugadoras; alrededor de 250 dólares.
En Ecuador, en 2019 se disputó la primera edición de la Superliga, en busca de profesionalizar el fútbol femenino en el país. Los equipos profesionales deben abonar un salario a al menos cinco integrantes del plantel, pero ese salario no llega ni a la mitad de lo que percibe un jugador de fútbol profesional en Ecuador. Actualmente el promedio de sueldo por jugadora oscila en un rango de entre 200 y 450 dólares.
El promedio en México para las jugadoras de la Liga Femenina es de 217 dólares, unos 4.400 pesos mexicanos. Según el portal Goal, en este país los clubes establecen acuerdos con las jugadoras, que implican que la institución deportiva fije los horarios de entrenamiento, prácticas y horas en las que la jugadora debe estar a disposición del club para su participación en partidos.
El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social considera que para alcanzar la línea mínima de bienestar en este país el salario debería ser de 2.850 pesos al mes (140 dólares). En el caso de las futbolistas, eso implicaría mantener una dieta de atleta profesional con menos de cinco dólares al día, más los gastos de transporte y vivienda.
Las celestes
En Uruguay no existe la figura del salario mínimo para el fútbol femenino, porque las jugadoras no cobran por defender a los clubes, a excepción de las integrantes del plantel de Nacional, que tiene contrato con todas sus jugadoras y les paga entre 7.000 y 25.000 pesos uruguayos (entre 160 y 590 dólares aproximadamente). El conjunto tricolor es pionero en tener a todas sus jugadoras contratadas. En Peñarol, las jugadoras perciben un monto mensual, pero no está estipulado por contrato. Defensor Sporting, por su parte, abona viáticos de aproximadamente 150 pesos por práctica.
El resto de los equipos no abona ningún tipo de remuneración a sus futbolistas, más que algún viático puntual para transporte u otras necesidades. Además, las jugadoras uruguayas no recibieron el fondo FIFA cuando se frenó el fútbol por la pandemia, entre otras irregularidades que ocurrieron en los últimos años dentro de la rama femenina de la Asociación Uruguaya de Fútbol.
Países referentes
Estados Unidos es uno de los países en que las futbolistas tienen las mejores condiciones laborales. El sueldo mínimo obligatorio está establecido en 3.000 dólares al mes para las deportistas de la liga. En el fútbol europeo, en la liga de Inglaterra, por ejemplo, el pago mínimo es de 2.200 dólares al mes.
Recientemente, en España se llegó a un convenio colectivo para que sus futbolistas femeninas perciban un monto aproximado de 1.400 dólares mensuales, lo que eleva el cobro mínimo anual a unos 16.000 euros en su moneda local, según consignó mundopelota.net. Además, firmaron una cláusula de protección a los embarazos, que determina que si una futbolista se embaraza durante su última temporada de contrato puede renovar una temporada adicional en las mismas condiciones que tenía.