En el Parque Palermo, en partido jugado en horario inhabitual e impropio de un lunes a la hora del almuerzo, River Plate derrotó por 5-1 a Cerrito, mantuvo la punta del Clausura y su récord de puntaje perfecto ya extendido a seis partidos. Los goles de River, que empezó perdiendo, fueron convertidos por Pablo López, Rodrigo Canosa en contra, Thiago Borbas por dos y Juan Cruz de los Santos. El tanto inicial del Cerri lo marcó a los dos minutos William Klingender.

Fue un partido raro, tal vez por la hora, tal vez por la ineludible presión de los contendientes, los albirrojos por mantener en solitario el liderazgo del último torneo de la temporada, y los auriverdes por tratar de estirar cuanto puedan la debilitadísima esperanza de mantener la categoría después de una horrible temporada, por la que han pasado seis directores técnicos, incluyendo el retorno de Roland Marcenaro, que ayer estuvo en la cancha y que asumió con la idea de un trabajo integral que le permita recomponer fuerzas desde abajo.

A pesar de lo complejo de empezar perdiendo con un golazo a los dos minutos, River fue generando y regenerando su juego compacto, con pocos brillos individuales pero con una gran solidez colectiva, y de a poquito fue torciendo el destino del juego. Lo empató de primera a los 10 con gol del isabelino López, y antes de irse al descanso pasó a controlar el marcador con un autogol de Canosa.

En el segundo tiempo moderó el juego; al principio tuvo poco la pelota, pero siempre el control del juego, dejando desgastar futbolística y emocionalmente a Cerrito, que quiso y no pudo. Intentó, buscó, creyó, pero la telaraña darsenera lo fue durmiendo en su angustia, y después de los 20 sumó cambios y goles hasta completar el 5-1, sumando el récord de 10 goles en dos partidos tras este resultado y el 5-0 de una semana atrás en Melo ante Cerro Largo. River trepa en la anual, además, donde ya se afianzó en posiciones de Libertadores y le sacó tres puntos de ventaja al quinto, Peñarol.

La hora del túper

Un lunes a la una de la tarde, los futbolistas, los aficionados, las laburantes, los estudiantes, en el mejor de los casos, estaban almorzando. A la hora del túper, cuando las moñitas con tuco hacían cola en el microondas, cuando la cola de la panadería se transformaba en restorán, cuando los carritos tenían su escuálido ajetreo, en el Palermo, Klingender sacó un bananazo que se coló en el ángulo de Salvador Ichazzo. En la tribuna Walter Gómez, la que está espalda contra espalda con el Méndez Piana, la que se ve desalineada en el nuevo Palermo en las pantallas, todavía se estaban acomodando las banderas. Una reza “La ilusión que me condena”.

Después, este River del Chavo Gustavo Díaz que tiene fuerzas y convicciones, además de una envidiable aptitud trabajada y afinada, combinó concentración y esfuerzo, empató y al rato se puso en ventaja. Ahí pasó el seguro y se sintió el clic. El partido tenía un solo destino. Cerrito quiso, peleó, de la tribuna lo empujaron, pudieron todo lo que pudieron.

Está muy bien River. Sólido. Firme. Seguro. A las tres de la tarde, la hora de los lunes al sol, a los hinchas de River les cambió el humor y la semana. Ahora sólo piensan en el próximo domingo de mañana. Mientras, miran desde arriba.