Eduardo Sacheri ha escrito de todo, y desde hace años lo leemos quienes amamos la literatura inspirada en el balón y quienes aman la otra, porque Sacheri oscila entre las temáticas sin soltar el amor por el deporte máximo. Sacheri dispone del fútbol como temática social o lo roza como un atisbo de la realidad, entonces sus textos pueden nacer y morir con un partido de fútbol o apenas soslayarlo en una historia de amor. En el marco de la presentación de su nueva novela, Nosotros dos en la tormenta (Random House, 2023), en Montevideo, Sacheri, acarició el sillón como Cortázar en Continuidad de los parques, hasta que el fútbol se coló en la conversación como en cualquiera de sus libros. Aquello soltó los mimos al sillón y convirtió la cuerina en una butaca de la doble visera de Independiente. Sacheri, que va a ver a Independiente con su hijo y su hija, y no deja de leer libros porque es lo que lo impulsa a escribir, se muestra como un tipo común y silvestre de Castelar, capaz de cautivar con una pluma y una historia de personajes tan universales como dos guerrilleros de la dictadura argentina o un futbolista malo con aires europeos. Sobre historia y fútbol que se parecen, o sobre literatura y ficción donde el autor engloba todo, Sacheri habló con la diaria.

¿En qué cambió la influencia del fútbol en la sociedad?

Creo que el fútbol, el juego, es un vehículo que los seres humanos inventamos para procesar otras cosas. El juego nos exhibe. La sociedad argentina del 78 que salió enfervorizada por el Mundial, en ese momento no estaba de punta contra los militares. Por algo salió a festejar así, y ni se le pasó por la cabeza que eso podía ser utilizado por los militares para blanquear su imagen internacional por el tema de los derechos humanos. Nunca habíamos salido campeones del mundo y vamos a salir a festejar, fin. Del mismo modo que de Qatar podemos decir, mirá qué desastre las violaciones a los derechos de los trabajadores, el total desprecio por los derechos de la mujer, pero salimos campeones. El juego exhibe nuestras contradicciones, los límites de nuestras convicciones y de nuestros principios. Todos nos consideramos personas que vamos por la vida respetando ciertos códigos morales, ahora, si es la última jugada del campeonato, aunque ahora hay VAR, y metiste el gol con la mano y en orsai, agarrando al marcador del calzoncillo... bueno, pero salí campeón. O te estás por ir al descenso y te enterás que hay una valija con plata que está viajando. La ficción es una manera de interpelarte, menos comprometedora. Los seres humanos inventamos el arte entre otros motivos para poder crear una zona donde encontrarles el destino a las cosas, preguntarnos, desafiarnos, sin las cosas definitivas de la realidad, en eso se parece el fútbol al arte más que a la vida. Vos perdés un partido y tenés otro la semana siguiente, nada parece ser definitivamente trágico, nada parece irrevocable, y la vida está llena de cosas irrevocables empezando por la muerte. En el fútbol no te morís nunca, está todo mal, el club es un desastre, te fuiste al descenso, pero en algún momento te volvés a la casa con otro vago y decís: “¿La próxima con quién jugamos?”.

¿Es siempre una fuente de inspiración el fútbol más allá de estar hablando de otra cosa?

Lo espectacular es que el fútbol tiene la narrativa de toda la vida circunscrita a un rato, a un pequeño espacio con unos pocos protagonistas con un solo objetivo. Cuando estás jugando al fútbol o viendo un partido de fútbol, la vida no es que desaparece, se concentra ahí, no querés nada más que eso, no te importa nada más que eso, no sufrís por nada más que eso, no necesitás nada más que eso. Eso es muy catártico. Después volvés a la vida, es como cuando te metés en un libro. La vida exterior desaparece pero lo de adentro condensa todo, el amor, la esperanza, el miedo, el deseo, la frustración, la moral, qué estoy dispuesto a hacer para ganar, qué no estoy dispuesto a hacer para ganar.

¿Se te encuadra mucho en el escritor de fútbol más allá de tener novelas que hablan de otros temas, como esta última, Nosotros dos en la tormenta?

Creo que es una temática. No me atrevería a decir que es un género. Es una temática que a lo mejor tuvo un momento muy prolífico, capaz que a los primeros años de este siglo, donde hubo mucha gente que se puso a escribir literatura futbolera y después como que pasó. Y quedaron algunos referentes como Fontanarrosa, Osvaldo Soriano, vinculados con el cuento, que es un género muy querido y muy cultivado como el fútbol, y ahí se generó una linda asociación. Algún cuento de Benedetti, la obra de Galeano, y ahí tenés un póquer de gente que legitimó un campo para escribir. Porque era gente muy grosa que también era futbolera, erosionaron ese prejuicio. En mi caso estuvo muy presente en la primera etapa de mi trabajo, sobre todo en lo que se difundió porque antes de vender libros en la radio aparecían mis cuentos de fútbol. Después fui variando, mi novela anterior tiene mucho que ver con el fútbol, esta no tiene nada que ver, no sé si volveré o quedará en el pasado, pero en cuanto a que me identifiquen con eso, no tengo ningún problema.

¿Cada cuánto te permitís agarrar un libro o ver un partido de Independiente y sentir esa sensación que es parecida entre ambos actos?

Leo permanentemente. Me puse a escribir porque me encantaba leer, si no, no lo hubiera hecho. Y con el fútbol cada vez que juega Independiente ahí estamos con mi hija y con mi hijo en la cancha, vamos y, pase lo que pase, estamos. Indudablemente las expectativas de cada momento son otras, salimos campeones de la sudamericana en 2017 y jugábamos bien, íbamos a la cancha con cierta predisposición a experimentar ciertas emociones. Hoy voy con otras, la sensación de no me importa ninguna otra cosa que lo que está pasando acá sigue existiendo, aunque lo que necesite es que den tres pases seguidos, en lugar de jugar lujosamente y efectivamente como jugaba el equipo de Ariel Holan. Lo que tiene el amor por un club de fútbol es que no depende de ninguna reciprocidad, a diferencia de todos nuestros vínculos.

En esto de los personajes comunes y los personajes magnánimos, estamos en Uruguay y dirige Marcelo Bielsa: ¿qué opinión te merece su llegada a dirigir a Uruguay en este contexto de Eliminatorias?

Siempre tuve mucho respeto por Bielsa y siempre quise que le vaya bien, tanto a nivel de clubes como a nivel de selecciones. Y lamento enormemente que su período en la selección argentina, que fue brillante, haya colapsado en un mundial, que es una instancia donde todo el mundo espera que pase lo mejor, y pasó lo peor. La historia fue muy injusta con él y con ese plantel de jugadores que merecían algo mucho mejor. Bielsa representa algunas cosas interesantes en relación al fútbol en esto de pensarlo, de discutirlo, hacerse interrogantes más profundos, lo cual no significa que con todo lo que diga Bielsa yo esté de acuerdo o todo lo que hace Bielsa me parezca bien. Me da la sensación que es un tipo con una profundidad que enriquece algo, sobre todo el fútbol, que a nivel global tiende a ser superficial. Uruguay viene del proceso del maestro Tabárez, que no tiene nada que ver con el de Bielsa, pero que comparten esto de ir un poquito más allá de la pelotita entrando o pegando en el palo y nada más. Pasa que, claro, como es fútbol, depende de la pelotita entrando o no entrando. Bielsa donde va deja algo, Argentina, Chile, Bilbao, Bielsa es Bielsa.

¿Podría haber sido Bielsa un personaje tuyo o de Fontanarrosa?

Vos fijate que Fontanarrosa gustaba también de esto de lo minúsculo. Y cuando alguien trasciende deja esa escala de lo minúsculo. Los cuentos de fútbol de Fontanarrosa son de una extraordinaria verosimilitud, pero está hablando de ligas menores, como mucho la cancha de Central. Hay un libro que se llama No te vayas campeón, donde recuerda un montón de jugadores y personajes, pero eso es distinto, su ficción se nutría de lo minúsculo y eso le permitía esa universalidad. Si yo lo tomara a Bielsa, me debo a la verdad, y entonces pierdo la libertad de la ficción. Espero que lo disfruten, pero que no se atrevan a ganarnos.

Nueva cancha

¿Cuál es la importancia de tu última novela, Nosotros dos en la tormenta, en este momento, teniendo en cuenta que habla de los tiempos de la dictadura argentina?

Me da la sensación de que siempre es bueno hablar los temas y hablarlos bien. Con hablar bien me refiero a respetar todo lo posible, cualquier pasado merece ser comprendido. Y eso tiene que ver con entender las miradas, entender los contextos, entender las motivaciones, los límites, los desafíos, las contradicciones, las tensiones, de esos momentos que no son los nuestros. La ficción no reemplaza el estudio histórico, pero sí lo complementa, invitándote a seguir reflexionando. Todo pasado es diferente al presente por definición. Las personas cambian, las sociedades cambian y me da la sensación de que siempre es importante para comprender el presente, asumir los diferentes pasados. Lo hago en todas mis novelas, cayendo en distintos momentos, y no me quiero privar de ningún momento que me parezca fecundo en significado. Y me parece que esa época lo es, sobre todo la que se inicia en el 76 con la dictadura.

¿Cómo dialoga la literatura con el relato del presente?

Creo que no hay un solo relato del presente. Lo que la ficción puede hacer son aproximaciones respetuosas a zonas que por algún motivo sean incómodas. En Argentina ha terminado por ser incómodo hablar de las organizaciones armadas. Creo entender las razones de esa incomodidad, por el lado de que hoy en día, hacer uso de la violencia como herramienta política no está entre los naipes de la baraja como sí lo estaba en aquellos tiempos. Pero creo que erróneamente algún relato ha tendido a resolver esa incomodidad, quitándole a ese pasado ese costado de la violencia como herramienta. Como si necesitáramos limar el pasado para que no nos molestara el presente. Y me parece que no está bueno eso, porque cuando vos acomodás el pasado, generás desajustes en la comprensión de las cosas que terminan teniendo un efecto peor, que es abrir lugar a discursos totalmente desquiciados. Entonces en pro de “no hacer quedar mal” a los revolucionarios, les quitás su carácter de revolucionarios. Generar esos espacios de silencio es una decisión imposible porque los temas se siguen tocando. Pero cuando los discursos más elaborados, razonables, racionales, formados, retroceden, quedan hablando los energúmenos. No es que queda el silencio. Entonces la novela es una invitación a charlar, a conversar razonablemente de la posición que tenga cada uno. Una invitación a que te quedes pensando, pero no a que te quedes pensando lo que pienso yo, sería muy autoritario de mi parte. Lo que está bueno es que te quedes pensando y que podamos conversar.

¿Qué diferencias hay entre los jóvenes de ese tiempo, como los protagonistas de la novela, y los jóvenes de ahora?

No sé si tengo una respuesta suficientemente sólida. Me da la sensación de que las reivindicaciones o las búsquedas de los jóvenes de hoy tienen un carácter más personal, individual, introspectivo, menos anclado en lo colectivo. No es que no tengan reivindicaciones, posiciones, búsquedas. Tiene más que ver con una cultura más centrada en el individuo. Son oscilaciones esperables en la sociedad, no lo veo como algo terrible, de que estamos hundiéndonos en un individualismo que nos va a destrozar, no iría tan allá. Me parece que el ser humano y las culturas van bandeándose. Los noventas también fueron una década de cosas muy individuales, de yo por la mía, y hubo décadas que se fueron más para el lado de lo social, lo colectivo, siempre hay desajustes y siempre hay insatisfacciones. El tema es detectar esas insatisfacciones, entenderlas, entender por qué se producen, cuál es la responsabilidad de uno en generar esas cosas. Un chabón no puede jugar todos los partidos igual, no hay ningún equipo invencible siempre, aunque a vos te guste jugar con cinco delanteros. Capaz que generás un esquema y ganás un campeonato, al otro año no vas a volver a ganar porque te van a encontrar la vuelta, las cosas se gastan y eso no es ni bueno ni malo, es humano.

¿Por qué estos pibes de la novela están situados en Castelar?

La guerrilla argentina fue muy urbana y suburbana, no era una guerrilla rural, en eso se parece mucho a los tupamaros. Sí es diferente al caso colombiano de las FARC o de Sendero Luminoso en Perú. En la zona en la que yo crecí, no sólo había muchos chicos que eran originarios de ahí, sino que su actuación también tenía esa cosa local. En este caso además son dos células, no son dirigentes, que es el nivel donde a mí me gusta moverme en general, no me interesan los grandes líderes de nada, al momento de construir una ficción. Me siento mucho más libre armando un contexto que yo piense que es verosímil, pero con personajes inventados al ras de Castelar, Ituzaingó, el oeste del Gran Buenos Aires. Hay mucho laburo académico muy bueno en Argentina para armarte el contexto. No hay ficción sobre las organizaciones armadas, pero sí mucho laburo académico para no desafinar al momento de construir.

Hay un énfasis especial en el uso del lenguaje, de palabras y de dichos propios del lugar y de la época, además.

Hay una jerga, esto de que los del ERP los trataban de “peronchos”, que es un nombre despectivo para los peronistas, a los “montoneros”, “bichos colorados” les decían a los del ERP porque eran trotskistas, guevaristas, más cuadrados desde lo formativo. Esas organizaciones tenían fe en la palabra, así como eran de acción directa, las palabras eran importantísimas para ellos. Jamás iban a decir “vamos a secuestrar”, dirían “vamos a hacer una expropiación revolucionaria”, vamos a hacer un “ajusticiamiento”, pero las palabras más grandes “revolución”, “pueblo”, “vanguardia”, también eran importantes. Se pasaban discutiendo, cosa bien de la izquierda teórica, para poder definir de qué estaban hablando, y definir desde su perspectiva era también operar sobre la realidad. Yo no soy tan de tenerle fe a las palabras, aunque se supone que debería, dedicándome al laburo al que me dedico. Pero le tengo fe en otro sentido a las palabras. La realidad siempre se le escapa a las palabras, y yo pensaba que la palabra podía encuadrar y definir la realidad, es interesante y es algo que no se habla. Es interesante pensar en toda una generación que se vio a sí misma, si podemos definir semánticamente al mundo, como en una etapa previa para cambiarlo. Es interesante recrear eso.

También se detiene en momentos de alegría en toda esa angustia de la época.

Lo que se puede permitir la ficción y sobre todo bajándola a ese nivel de pequeñez es pensar en personas, no en personajes. Más allá de que son personajes, que sean menos planos, las personas no somos una sola cosa. Los pibes de la novela eran guerrilleros, pero también eran hermanos, eran hijos, eventualmente novios, estudiantes, podían ser hinchas de fútbol. No le di tanto lugar al fútbol en la novela en este caso porque me pareció demasiado ligero, un tema demasiado festivo para un ambiente que tiende a lo trágico. Pero si pueden escaparse para comer una pizza y tomar una cerveza lo van a hacer. Si uno de los dos tiene un viejo muy mayor, lo tiene que ir a ver, no puede no pasar por la casa de vez en cuando, y esas cosas me parece que permite acercarse más empáticamente desde lo humano a procesos y fenómenos que te pueden quedar cerca o lejos desde lo ideológico, pero que a veces justamente están en un relato demasiado distante.