Cuando un futbolista se va, el juego calla. El juego se corre y calla. No sabe qué más decir el fútbol, entonces calla. No sabe qué más dar y entonces muere, el fútbol, muere.

Por un lado, dicen que las violencias son del fútbol o que el fútbol es violento. Y no, las violencias son de los hombres. Por otro lado, toda la felicidad del fútbol no alcanza. No le alcanzó a Diego, que la rompió este año en el Bella Italia. Diego jugó todos partidos de revancha. Diego jugó sólo revanchas en su vida. Fue saltando de camisetas y vistió la de Rampla, donde surgió, la de Villa Teresa, la de Huracán del Paso de la Arena, la del histórico Lito. Vistió la del más grande de la C, el Uruguay Montevideo de Pueblo Victoria. Y vistió la del Bella Italia.

Sudó la azzurra este año. Escribió la primera página de un cuadro que quiere forjar su historia, que tomó los colores del Bella Italia de Mercedes y se la jugó en la C. Diego escribió que a defender se aprende en los bondis. En los bondis largos que te llevan a las canchas donde formaste tu personalidad. Una personalidad que decidió apagarse o no es siquiera aquello, una decisión. No pudimos hacer nada por Diego, y hay tantos otros jugadores de fútbol en la cornisa, de short y medias largas. ¿Qué podemos hacer por ellos?

Diego Galo, junto a un tal Logan, armó la línea de cuatro de Bella Italia. Logan es expeditivo, le gusta irse al ataque, tiene todos los perfiles de Godín en sus mejores tiempos y se va al ataque con zancadas después de robar el balón. Diego, entonces, armaba la defensa. Se tenía que quedar el lateral derecho y, como pocas veces en el partido, también se tenía que quedar el lateral izquierdo. Todos sabían que cuando Logan se iba, con Diego cubrían todas las esperanzas.

Diego ordenó con voz de mando los partidos más difíciles de la corta historia del Bella Italia. Contra Basáñez guapeó, llevó al equipo adelante. Contra Colón quiso pelearse con uno y hubo que pararlo. Era bravo ese moreno caliente. Con el Cooper se le complicó más de la cuenta. Con Central terminaron a las piñas en las tribunas. Cosas del fútbol, cosas del hombre, cosas de la vida. Bella Italia luchó hasta el final. Diego, también.

Durante todo el año, Diego Galo fue de los mejores del novel equipo. Un equipo formado entre amigos con un proyecto de vida. Un proyecto de vida. Para eso, pusieron a disposición todo lo que tenían al alcance, un mango, una fruta, ropa, camino. Un director técnico con experiencia y con amor, una cancha como un patio de una casa alternativa.

Bella Italia nació en 2023 y murió en Diego Galo. Volverá a nacer en su nombre y lo recordarán por siempre. Quizá jueguen con el pensamiento en orsai, incluso hasta cuando jueguen pibes que nunca lo conocieron. Quizá yo nunca hubiese escrito estas palabras.

Diego Galo se suicidó entre la noche del jueves y la mañana de hoy. Quizás adentro aquello sucediera hacía tiempo. Qué gobierno el de la tranquilidad, qué peso el del olvido. Diego se cansó del mundo que habitamos, del fútbol que habitamos, el de las tantas alegrías, el de las tantas tristezas. En Diego se nos mueren pedazos de nosotros que fuimos futbolistas y de sus compañeros que aún lo son. En Diego mueren todos los panfletos, todos los dedos que nos señalan.

El futbolista no tiene guita, el futbolista no está todo el día con la pelotita, el futbolista no es burro ni es ignorante. El futbolista es un hombre roto que no llora porque no sabe. El futbolista es un hombre duro y áspero que adentro es un cachorro atado. Un futbolista es un hombre atado como casi todos los hombres. Un futbolista es un hombre con dolores, con violencias que lo habitan, con la soledad que suda. Diego fue un futbolista nato desde que nació hasta que decidió morir.

Diego desató una tormenta inesperada en diciembre. Lo buscaron sus hermanos, su gente querida. Diego fue un futbolista pobre que murió solo y al que lo pensó un pueblo inanimado durante horas, un pueblo que nunca lo había pensado. Diego Galo nos quedará para siempre. Diego será el nombre de todas las cosas que se nos mueren en las manos.