Querido Marcelo Bielsa, yo sólo quería invitarlo a un asado en el barrio de la Unión. Estoy arreglando unas luces que se quemaron y cuidando cómo complicársela a los muchachos para que dejen de pasar por mi patio como una aduana de las cosas perdidas: aquel par de championes, la comida del perro cuando el perro ya dormía más que un abuelo, el casillero lleno de envases para devolver o el canasto de la ropa sucia. Dos veces los vimos en acción. Una vez, con un palo de escoba tratando de pescar la llave por la reja con la puerta abierta por el calor. Otra vez, sacando de una silla toda la ropa y calificándola arriba de la huerta. Pero después de eso, Marcelo, nada, ni los pinchos que puse son para pinchar ni hay más miedo de un lado que del otro. Ellos tienen miedo de que yo los descubra y yo tengo miedo de descubrirlos. Debemos de haber ido a la misma escuela, la Panamá, que de mañana es la escuela 80.

En este barrio vivió Alfredo Zitarrosa antes del exilio. Supongo que el bar Patricio ya estaba en ese tiempo y también el bar Hornero, de seguro el café Roy y el bar San Pedro. El bar San Antonio también estaba. En esa esquina paraban los ómnibus que venían de Treinta y Tres, los pagos de Darío Silva y Emiliano Alfaro. Una vez, en el baño del patio de mi casa, el Juancho le corrió el banquito con la ropa que tenía su tío afuera del baño para vestirse después de la ducha, y el tío estuvo un rato en pelotas estirando la mano para llegar al banquito mientras el resto del asado se moría de risa. “Me las vas a pagar, Juanchito”, decía y tiraba manotazos.

Al tiempo, el tío le dijo a Juancho que su madre, la Nelly, llegaba de Minas aquella madrugada, a las cuatro más precisamente, y había que ir a buscarla a la parada del bar San Antonio. Hacía un frío descomunal. Lo cierto es que Juancho estuvo tres horas muerto de frío en la esquina hasta que se dio cuenta de que su tío le había devuelto la joda de haberle alejado el banquito. Al volver, el tío le gritó desde el cuarto: “Te dije que me la ibas a pagar, Juanchito”.

Dijo el mismo Zitarrosa que en este barrio visitaba a Juana de Ibarbourou para hablar de cosas vinculadas a la literatura y a la vida, que es casi lo mismo. Juana vivía sobre 8 de Octubre, cerca del bar Sirocco, que está justo enfrente al monumento a Dámaso Antonio Larrañaga, donde había un bar que se llamaba Las Avenidas. En la Unión los pibes andan por los techos desde los tiempos en que Alfredo trillaba sus soledades. En cada crisis aquello se intensifica y los herreros se ponen de zafra. No me puedo olvidar del bar Apolo 11, un bastión que todavía existe, y lo del Chiche, el bar La Bomba, un amplio bar con dos puertas y un teléfono rojo donde llamar a los programas de la tele.

En el Estudiantes de la Unión jugaba Federico Valverde y jugaba yo. Pero claro, yo no jugaba nada al lado de Valverde, aunque una vez un técnico me dijo que cuando fuera corriendo con la pelota y sintiera todos los rivales encima, tenía que pisarla y que todo el mundo siguiera de largo. Lo hice en la práctica y me salió. Lo miré y me hizo el gesto universal del OK. Al técnico le decían Menotti, pero yo no sabía quién era Menotti. Posta, le decían Menotti. Si viene al asado podemos ir hasta la canchita, que está en la misma calle que el club Cabrera, otro cuadro típico del barrio.

En el club Gloria, del que mi abuelo fue presidente, que está acá atrás de casa, hacen taekwondo los jueves, se escuchan los gritos como mantras en los movimientos. Ahora que se acerca el verano, y con el verano febrero, las que ensayan son murgas. Pero no hay que olvidar que las murgas ensayan todo el año, casi como los equipos de fútbol. Los atletas y las atletas también ensayan todo el año. Hay quienes tan sólo corren 100 metros en diez segundos, pero para eso entrenaron años. A veces el fútbol son diez segundos también.

Una vez quise hacerle una pregunta, querido Marcelo Bielsa, pero había límite y no llegué a anotarme. Fue en la conferencia de su recibimiento como director técnico de la selección. Supuse que alguien haría mi pregunta y me dediqué a hablar en la corta con los periodistas que conocía, a ver si alguien le iba a preguntar algo sobre el agua que en aquel momento nos estaba faltando. Digamos, cuánto influye en el contexto de un país que disfruta con el fútbol el hecho de que le falte el agua potable, y cuánto tienen que ver entonces los futbolistas con eso y, por lo tanto, el entrenador de la selección.

Ahora quisiera preguntarle qué implica para usted, que es el técnico argentino de nuestra selección, la situación argentina poselecciones, y cuáles son sus valoraciones y cuánto le influye en su estado de ánimo. Cuánto, a su vez, le parece que ese estado suyo influye en el estado de ánimo de los jugadores e incluso cuánto tiene que ver que entremos en un año de elecciones en Uruguay, con todo lo que eso significa. ¿Es preciso que los jugadores se hagan preguntas sobre la alegría cuando la alegría también es política?

Puedo volver a intentarlo en la próxima conferencia de prensa, pero quizás para ese caso ya se me haya ocurrido otra pregunta. Sólo decirle que fue gracioso ofrecer la pregunta a otros periodistas que sí tenían la posibilidad de preguntar. Pero las preguntas fueron casi todas dirigidas a lo mismo. Hoy esas preguntas las responden las conclusiones de Navidad: Suárez cumpliendo el sueño de volver a jugar con Messi en Miami, la consagración primera de los más jóvenes, los nuevos responsables de ser un equipo competitivo, y la razón de ser de Bielsa entre las uruguayas y los uruguayos, viendo fútbol en las canchas chicas, diciéndole a un niño que no deje nunca de ser de Fénix, así como usted nunca dejará de ser de Newell’s.

O podríamos bien leer un poema en el asado, uno de Yamil Dora, que dice del Newell’s del 92 que usted dirigió: “Antes del partido, íbamos a una parrilla en la avenida Godoy, un poco por cábala y otro poco porque se comía bien. Perdimos la final en San Pablo y años después me hice poeta. Sin dudas, lo que más le dolió a mi papá fue lo segundo”. Podríamos emocionarnos con el alcance popular. O podríamos leer un poema de Mariano Asoli que dice: “Se marean los helicópteros sobre el estadio de Ferro, y desde lejos dispara melodías el saxo del Gato Barbieri para que bailen un jazz los corazones leprosos mientras embriagan su alegría festejando la gloria”. El poema se llama “22 de diciembre de 1990, Newell’s carajo”. Y hay otro poema de Coca Sarlo que se refiere a eso que carajea usted para la eternidad, “#Newell’s Carajo!”: “Toda la poética de la ardua victoria resumida en esas dos palabras que explotan en la garganta del ídolo recién nacido”.

Usted habita el corazón de los barrios uruguayos, Bielsa. Venir a la Unión sólo sería un acto de confirmación. De todas maneras, cuando usted dirija, esa línea punteada que le aborrece es la Unión Bielsa, Villa Española, Maroñas, Susana Soca, Colón, Sayago, La Teja, Belvedere. El sabor del asado será parecido, no así el toque del tambor que también se escucha desde mi patio, porque en todos los barrios se toca distinto. Esa gente también ensaya todo el año, toda la vida.

Suena el candombe, voz del taekwondo, suenan los pasos de los pibes, las metras de los cantes, las automáticas de los más poronga. Atrás del muro hay un vecino que nunca vi en mi vida, del que sólo escuché su voz. El vecino pone cumbia todas las navidades y yo apago el parlante para dejar sonar su corazón en mí. Ese es nuestro diálogo. A veces pasa lo mismo cuando juega Uruguay.