Cada dos años nos preparamos para seguir en la tele a los juveniles. Ahí nos enroscamos con esos partidos cada dos o tres días, volviendo rápido de la playa para poder ver a gurises que empezamos a conocer o que confirmamos que tienen pasta de cracks. Es casi una gloria para futboleros y futboleras de este país, que tenemos una relación tan especial con los juveniles, aunque no siempre fue así.

Si somos la nación futbolera que más importancia les da a sus selecciones juveniles, no es seguramente porque el tema fue instalado por los medios de comunicación, o porque no teníamos otra cosa que ver, leer o escuchar que no fuese de competencias de juveniles, a las que además, para que pudiéramos llegar a ellos con cierta masividad, debió pasar un cuarto de siglo, desde la primera en 1954 hasta la primera que los uruguayos pudimos ver en directo, en 1979.

Había algo más, o directamente fue una coincidencia de razones y coyunturas la que despertó esta genial particularidad de seguir con tanta atención a nuestras selecciones juveniles masculinas, y eso ya nos ha formateado, por lo menos a los más futboleros, también para las juveniles femeninas que han surgido mucho más acá en el tiempo.

Cuentos cortos

Tengo una historia de verano con los juveniles que se repite cada dos años. Por razones de ausencia física de la Tierra me perdí los Sudamericanos juveniles de 1954 y 1958 –¡no había nacido! – y por razones cognitivas y de desarrollo normal, el de 1964, porque entonces tenía apenas tres años.

No sé qué me habrá pasado con el de 1967, pero mi ombligo con las selecciones juveniles empieza en 1971. Tenía diez años y recién había empezado quinto año en la escuela Simón Bolívar cuando un domingo de noche, tarde –recuerdo la cama y su colcha de chenille roja–, prendí mi Spica en el cuarto y escuché la transmisión radial desde Asunción (para mí que era la de Ruben Cóppola o Isidro Záccara, que bramaban contra los árbitros, que no habían cobrado un claro penal contra Miguel Mansilla). La final terminó empatada 1-1 y Paraguay salió campeón por haber hecho un gol más ¡en semifinales!

Me acuerdo clarito del Sudamericano de Chile 1974, todo escuchado por radio –¿Carlitos Muñoz, tal vez?– y en el que se nos escapó por poco la final con Brasil 2-1. Mucho más recuerdo la de 1975 en Perú, donde radialmente por primera vez pude dar la vuelta olímpica al ganarle a Chile la final. No entiendo por qué estaba en Florida frente al combinado –radio y tocadiscos– de la abuela Flor hasta que reviso y confirmo que ese torneo se jugó en agosto. La final con Chile fue el 26 de agosto, así que ese día del Año de la Orientalidad yo estaba refugiado en Florida después del feriado del 25, el primer acto público del dictador Aparicio Méndez, la persona a la que los golpistas pusieron para relevar al dictador Juan María Bordaberry.

El Sudamericano de 1977 en Venezuela fue inolvidable. Iba a las prácticas en el Palermo y hacía de alcanzapelotas, por lo que, cuando llegó la noticia del título, después de haber jugado Uruguay, quedé encantado. Aquella fue la primera clasificación a un Mundial, el de Túnez 1977, en el que Uruguay quedó cuarto después de haber perdido por penales la semifinal con Unión Soviética.

Para el Juvenil de Plata de 1979 –el primer sub 20 que vi– saqué abono en la tribuna Ámsterdam para la fase de grupos y en la Colombes para la fase final. Aquel estudiante de bachillerato consideró comprar dos números de abono porque se sorteaba un Fitito cero kilómetro. Estábamos veraneando en Piriápolis y me tomaba la Onda para ir y venir. Un goce.

La clasificación valió ver el primer mundial televisado para nuestro país y, además, la ilusión de llegar al título, que finalmente se trajo la Argentina de Diego Maradona. La mañana de la semifinal de uruguayos y argentinos en Japón no hubo clases en escuelas y liceos de nuestro país.

El de 1981 en Ecuador fue el primero televisado para Uruguay. No ganamos ninguno de los dos primeros partidos –derrota y empate– y los serruchitos tenían hoja nueva. Fui a un boliche en Piriápolis a ver el histórico partido contra Argentina un domingo al mediodía. El Mundial fue en Australia y madrugamos en blanco y negro para ver a la celeste, que tenía un equipazo, pero que en segunda fase quedó eliminado por Rumania.

Ignacio Sosa y Diego Pérez, tras el tercer gol de Uruguay a Venezuela, convertido por Sosa, en el estadio Metropolitano de Techo, en Bogotá.

Ignacio Sosa y Diego Pérez, tras el tercer gol de Uruguay a Venezuela, convertido por Sosa, en el estadio Metropolitano de Techo, en Bogotá.

Foto: Carlos Ortega, EFE

Del de 1983 en Bolivia me acuerdo de que íbamos bárbaro con un cuadrazo, tropezamos –creo que contra Brasil– y en el último partido, en el que se enfrentaban Argentina y Brasil, se armó una generala de proporciones en la que los periodistas locales pensábamos que le debían dar por perdido el partido a los dos, y entonces salía campeón Uruguay. No fue así. Igual fuimos al Mundial de México, con Sosita como líder, pero Corea del Sur nos eliminó en la segunda fase.

Histórica la de 1985. La casita alquilada de la playa tenía un televisor Philco de 14 pulgadas (blanco y negro, obvio, porque la televisión color llegó a Uruguay en 1981 y creo que era para los malla oro) y entonces Uruguay estaba decidiendo con Brasil. En la hora, el Pelado Machaín, que entonces era un gurí y tenía pelo, mete un cocazo impresionante. Golazo. En eso se corta la transmisión, cosa que era habitual, porque los canales, los de los malla oro, compraban el satélite por hora y cuando terminaba el tiempo acordado cortaban y te ponían una placa que decía “problemas técnicos”, acompañada por una marchita. Qué bueno irse a dormir con ese triunfazo o empatazo. Qué feo levantarse al otro día y, camino a la playa, enterarse por el diario que el gol había sido anulado y ni nos habíamos enterado. El partido fue el 25 de enero y después de una gran primera parte fue el inicio de una ronda final en la que por primera vez no clasificamos al Mundial.

El de 1987 lo recuerdo porque estaba Óscar Tabárez al frente de un cuadrazo con el Manteca Sergio Martínez, Gus Poyet y Polillita Jorge da Silva, pero no pudimos. Fue en Colombia como ahora, y los locales consiguieron su primer título. Otra vez, después de una primera ronda perfecta, no pudimos en el cuadrangular final.

El de 1988 será inolvidable porque fue el primer Sudamericano juvenil que cubrí en el exterior. Fue en Argentina, en Buenos Aires, en canchas de Ferro y de Vélez, y además jugó como invitada la selección de Israel. Nuestro director técnico fue el crack de Gregorio Pérez. No pudimos avanzar.

En el Sudamericano de 1991 volvimos a terminar al tope de la tabla, pero igualados en puntos con Argentina y Brasil, que por diferencia de goles fue el campeón. En el Mundial de Portugal nos fue fatal, y Darío Silva, que en ese momento era de Yerbalense de Treinta y Tres, terminó pagando el pato con una enorme suspensión de la FIFA.

Después, ininterrumpidamente, seguí cubriendo por televisión a todas nuestras selecciones juveniles, en años de redacciones, estudios de radio y lugares de veraneo.

En el Sudamericano de 1992, otra vez en Colombia, un empate con el local en la ronda final nos hizo perder el punto de diferencia con el que Brasil fue campeón. Creo que el Mundial de Australia lo recordamos todos quienes madrugamos y los que no; con la maravillosa dupla de Fabián O’Neill y Fernando Petete Correa hicimos una enorme serie inicial, pero después, en la segunda fase, estrenamos el gol de oro y no fue para buenas: Australia ganó 2-1 y nuestros futbolistas no tuvieron una buena reacción ni en la cancha ni en los vestuarios, y la FIFA suspendió a la celeste de la siguiente competición.

Estando como jefe de Prensa de la Asociación Uruguaya de Fútbol, me perdí de aprovechar la generación del Chino Álvaro Recoba y Tony Antonio Pacheco, porque la FIFA había sancionado a Uruguay, pero compartí gratísimos momentos y hasta un campeonato con la generación de Malasia 1997 y la de Nigeria 1999, cuando Púa y Franco hicieron un excelente trabajo.

Los del siglo XXI se los dejo para ustedes, pero sepan que por radio, diario o televisión, los juveniles siempre han sido parte de los veranos de mi vida.

¿En serio que no cobraron el gol de Gustavo Machaín? ¡Qué hijos de la madre!