El árbitro tira la moneda al aire. Por delante serán 90 minutos de fútbol, o 120 si hay alargue. A veces la cosa se define por penales, pero en este momento la guinda todavía no se movió del círculo central. La moneda tiene dos caras, y cada cara una pregunta, o una pregunta con sus respuestas. ¿Qué pasa con el mundo mientras hacemos deporte? y ¿qué pasa con el deporte mientras hacemos el mundo?

El deporte como pasatiempo es a menudo denostado, y no serán estas las líneas para discutir contra aquellos argumentos. Un mundo hecho pelota (Penguin, 2022) no se imprimió para contar las crónicas deportivas de momentos que sólo sirven para distraer a la gente de sus tareas cotidianas, si es que tal cosa fuese realmente posible (como si los miles de espectadores no tuviesen cientos de otras razones para reunirse alrededor de esa moneda que va al aire, para definir quién saca y para qué arco patean). El libro en el que Felipe Fernández condensó un trabajo radial de varios años en el programa Por Decir Algo con su columna Modo Avión (puede encontrarse en plataformas de podcast), se propone abrir la caja de Pandora hacia esos cientos de otras razones por las que la gente se congregó para jugar partidos. Y entonces la actividad deportiva tiene cariz de red social, como cuando una futbolista afgana consiguió a la distancia sacar de su país a muchas colegas cuyas vidas corrían peligro. También se vuelve campo de batalla, como cuando Suiza enfrentó a Serbia en un Mundial y dos descendientes de albanos festejaron sus goles con el gesto de un águila bicéfala, pintada con sus manos en el aire.

Le pese a quien le pese, el deporte es un campo de interacción global, un escenario donde las diferentes culturas y los gobiernos que los Estados se dan juegan su papel, literalmente su partido. A veces sucede de las formas más evidentes, otras de maneras sutiles. La cosa se ordena de determinada manera y de repente no nos parece raro que países asiáticos jueguen en la confederación europea, ni que haya algunos cruces que los organismos internacionales del deporte tienen vetados por estar atravesados por conflictos geopolíticos.

A veces no se trata de territorios geográficos. Disputas culturales y religiosas, ofrecen a los poderes políticos arenas de acción que gozan del interés popular, y también contribuyen a alimentar sentidos de nación, o de colectivos de pertenencia. Desconocerlo sería absurdo, pero pretender comprender lo que pasa en el deporte en su totalidad también lo es. Un mundo hecho pelota marca la distancia entre lo que a muchos les gustaría del mundo, y lo que a fin de cuentas vemos alrededor. La utopía del deporte como unidad global, arrollada por las múltiples muestras de que el conflicto es permanente, y la incontrastable evidencia de que la acción deportiva rápidamente le pone color de camiseta a las fronteras y las disputas que crecen frente a nuestros ojos.

Lo que este libro también nos recuerda es que hay una pelota con la que podemos jugar este partido. Hay un pastito que está verde y recién regado para calzarla de primera, o amagar y meter gambetas. Lo que sea necesario para jugar, porque cuando no se sale a la cancha, siempre ganan los rivales. Felipe Fernández, el autor, como tantos otros de nosotros, no quiere que el partido lo ganen las voces que dicen que el deporte y la política no se mezclan.

Que se abran las puertas de cómo se juegan estos partidos a lo redondo del mapa no solamente enriquece nuestra valija de herramientas para pensar el campo del deporte como un espacio de acción cultural y creativa, también nos invita a nosotros, quienes disfrutamos de las historias del deporte, a leerlas, a encontrar algunos de los procesos que se han movido al ritmo de orientaciones políticas, religiosas, económicas y filosóficas. A aprender de aquellos sitios recónditos cuyas historias no llegaron a ser impartidas en nuestras aulas.

Como cada quien, Fernández ofrece su proyecto y su trabajo para escribir un pedacito del guion internacional. Es el libreto de la película: Deporte y sociedad.