En la jerga basquetbolística se dice “de costa a costa” cuando un jugador toma la pelota abajo del tablero que defiende y atraviesa toda la cancha hasta encestar en el aro rival.

Fernando Mahía en Coast to coast (Contra, 2022) realiza de forma literal un viaje desde el Atlántico al Pacífico. El leitmotiv es el básquetbol; pero no el de las estrellas, sino el de las canchas callejeras y el de las historias que las circundan.

El kilómetro cero es Rucker Park, una mítica cancha enclavada en el norte de Harlem. Allí, en 1950 Holcombe Rucker, un activista afroamericano hijo de padres que fueron parte de la gran migración de los años 20, tuvo la idea de organizar un campeonato de baloncesto urbano. El objetivo era formar un lugar de contención para los jóvenes marginados. El éxito del Rucker Tournament fue tal, que en menos de una década lo que nació como un proyecto social se volvió una referencia a nivel nacional.

Allí cerca, el Spanish Harlem, enclave latino que baila al ritmo de la salsa nuyorican, reggaetón y trap, en donde no falta la historia de algún fuera de serie que no llegó, pero que aún perdura en la memoria colectiva. Luis Felipe López, quien llegó a ser portada de Sport Illustrated en épocas de High School, es ejemplo de ello. Pero la presión, o vaya a saber qué, hizo que el portento dominicano se fuera diluyendo y su pasaje por la principal liga fuera de apenas cinco años, sin mayor destaque.

Hacia el norte. Nueva Inglaterra y una ciudad fundamental: Springfield, Massachusetts. Mahía siguió las huellas de un profesor canadiense que dictaba clases en la YMCA, James Naismith, el responsable de sentar las bases del básquet moderno y escribir sus primeras reglas.

La ruta continúa por los estados del medio oeste, entre el cinturón del óxido. Grandes urbanizaciones venidas a menos por el declive de la industria automotriz. En el trayecto, Akron, una pequeña ciudad de Ohio que parece sobrevivir a la decadencia. Lugar donde nació un tal LeBron James, el rey en su ciudad natal, con el deporte como insignia, lleva diferentes planes que integran a los jóvenes más desfavorecidos.

Al arribar a Chicago todo parece indicar que el viajero irá tras la estela de la dinastía dominante en los 90. Pero no, la protagonista es Dorothy Gaters, entrenadora de la Marshal Metropolitan High School, equipo con el que obtuvo diez campeonatos nacionales, valiéndole un lugar en el salón de la fama.

Para creer en el sueño americano hay que estar dormido. De eso puede percibirse en los estados del corazón de Norteamérica. Población mayoritariamente blanca, votantes de Trump, en donde lo diferente tiene aspecto de amenaza. Eso se ve tanto en Indiana, en Charlottesville, Virginia, donde hace algunos años supremacistas blancos de diferente calaña defendieron con violencia el monumento al esclavista confederado Robert E. Lee.

En la capital, por su parte, hay más de 6.500 homeless, entre ellas Schuye La Rue, una alera que pintaba para descollar en la WNBA. Firmó con las Sparks de Los Ángeles, pero un diagnóstico de esquizofrenia redujo su estadía en el básquet profesional a sólo dos entrenamientos.

Entre Memphis y Nueva Orleans, se respira el agobio del calor, la humedad, los insectos y la barbarie contra los esclavos que arribaron al sur del país de la libertad. Lusia Harris, tricampeona con la Universidad Delta State, fue drafteada por los New Orleans Jazz en 1977, pudo haber sido la primera mujer en jugar un partido en la NBA. Pero, agobiada y con desgano por la pesadez del clima y los años, da los motivos porque decidió no presentarse.

Del otro lado, el oeste. Una extensión de silencio. Mahía realiza algunas paradas por Houston, Santa Fe, Salt Lake City, Las Vegas, hasta la casa de Los Lakers. Desde ahí comienza su última etapa hasta la joven San Francisco, sede de Golden State Warriors, destino durante la fiebre de oro a mediados del siglo XIX.

“En cualquier barrio pobre se repiten las historias de jugadores que han salido del gueto hasta convertirse en estrellas. Excepciones. Crónicas que no se deben romantizar o idealizar”, asegura. En este viaje se recorren los márgenes, las calles donde las historias parecen inverosímiles o directamente son parte de un mito. En el viaje se cuelan diferentes sonidos, el de la música latina, el de los metales oxidados, el de las cadenas de los esclavos, las diferentes vertientes de la música afro que se fusionaron en el delta del Misisipi, el del vacío del oeste. Todo al ritmo del repiqueteo de la pelota.