A lo largo de la historia de Uruguay, muchas personas ocuparon cargos políticos de un partido político, de un gobierno o de un club deportivo, en simultáneo o en distintos momentos de su vida. La política, más allá de ser partidaria, puede ser pública, deportiva, de Estado o de origen social. Entre tanto entretejido, buscaremos desenmarañar a grandes rasgos más de 160 años de historia futbolística y su vínculo con la historia nacional, concluyendo que “hay una relación, llamémosle interdependencia o capilaridad, entre fútbol y política”.

De las escuelas al mundo

Juan Carlos Luzuriaga, magíster y licenciado en Historia por la Universidad de la República, es autor del libro Orígenes y desarrollo del fútbol en el Uruguay 1870-1920. Sobre este período destaca que “el fútbol desde sus orígenes está vinculado a la política en Gran Bretaña”. Como era un deporte popular, fue de utilidad para disciplinar a los jóvenes “en ese clima anárquico, pensando en [el historiador José Pedro] Barrán y su criterio de sensibilización semibárbara, a medio camino de la revolución industrial”, contextualizó Luzuriaga.

El fútbol desde sus inicios está vinculado con políticas, en este caso, educativas. Cuando se populariza, en 1863 se crea la Asociación de Fútbol inglés para uniformizar las reglas.

Primeros clubes en Uruguay

El mismo criterio de disciplinamiento fue empleado por entidades religiosas y empresas de todo tipo, desde los ferrocarriles hasta las grandes tiendas. “Porque el fútbol tenía muchos beneficios: cohesionaba al personal con la empresa, proporcionaba un sentido de identidad, con otra lógica competitiva, y, además, quien está pensando en fútbol no piensa en huelgas, o piensa menos”, relató Luzuriaga.

Esa política indirecta de las empresas que favorecen a los equipos de fútbol se percibe en Uruguay: el club de ferrocarril, el Central Uruguayan Cricket Club (CURCC), “es un club de cricket de las jerarquías del ferrocarril en sus inicios, no los obreros. Lo crean los altos mandos y medios del ferrocarril, para su entretenimiento y para su cohesión”, contrastó Luzuriaga, aunque especificó que al poco tiempo los obreros del ferrocarril se apropiaron del fútbol mientras se popularizaba.

En el caso del ferrocarril, el fútbol lo practicaban en Villa Peñarol, que estaba afuera de Montevideo, y en la Unión; acá quien trae el deporte es el Montevideo Cricket Club, a la zona de La Blanqueada; practicaban cricket, fútbol y rugby.

Desde sus inicios el fútbol tiene un papel político en la sociedad, no explícito como un partido, pero sí una función política social, ya sea con estudiantes u obreros. “El CURCC es un club muy exitoso, que tiene la primera hinchada porque surge como oposición al Albion, un club estudiante, que tenía su público, que era admirado pero no querido; no desataba pasión, sino admiración, que no es lo mismo”, relató Luzuriaga. En cambio, el CURCC desataba esa pasión “desde los vecinos y sectores populares del ferrocarril”, explicó.

1900 a 1920: popularización

Gabriel Quirici es docente de Historia. Desde su rol desarrolló que hay un proceso que se dio al mismo tiempo en el deporte y la política: del elitismo a lo popular. Hubo una política de élite hasta las guerras civiles, o sea hasta 1904 –cuando en Uruguay votaba muy poca gente–, y con el batllismo, después de 1904, se amplió la democracia masculina con el sufragio secreto universal. Todo ocurre entre 1910 y 1920, y es la misma época en que el fútbol, que era un deporte de élites, pasa a ser un deporte popular.

Nacional surge en ese contexto “como catalizador de las corrientes nacionalistas que dicen ‘nosotros no podemos competir con los británicos haciendo locomotoras, pero en la cancha podemos competir’. Es la época de José Enrique Rodó, de la reivindicación de la cultura latina ante la mediterránea y la anglosajona”, donde Nacional es preferido por “vastos sectores que se sentían parte del país ante lo extranjero en general”, aseveró Luzuriaga.

La política de Batlle de apoyar el fútbol favorece el surgimiento de Nacional: los primeros dirigentes nacionales son colorados batllistas en ese primer batllismo, como Atilio Narancio, Pedro Manini Ríos o Numa Pesquera. “Batlle estimula la difusión del fútbol, pero de los clubes uruguayos, no de los clubes del ferrocarril, los cuales eran de alguna forma un sensor de la presencia británica; Batlle le ponía trabas a lo británico”.

En ese contexto, los hinchas simpatizantes del club del ferrocarril ocasionan más problemas que ventajas porque rompen los vagones de la empresa y tiran piedras. “Los ingleses les pagaban cuatro veces más a los maquinistas británicos que a los criollos, por eso fueron a una huelga, aunque en el club jugaban ingleses y criollos; y en la empresa había jugadores contratados como obreros”, alertó Luzuriaga, como ejemplo de los aspectos sociales que trascendían el deporte.

Para el magíster, hay “un trasfondo político y cultural, una imbricación entre política y fútbol que surge en alguna huelga del ferrocarril, en la cual Batlle y Ordóñez apoya a los obreros y desde la empresa del ferrocarril no pueden creer esa decisión del presidente. Esto genera rispideces dentro de la directiva, que más adelante, en 1913, llevarán a separar la empresa del club” y a cambiar sus credenciales oficiales a Club Atlético Peñarol.

“El primer equipo que permite que jueguen albañiles y negros es Nacional, en 1911, con José María Delgado, que a su vez fue presidente del club y político del Partido Nacional”, destacó el docente, y remarcó que “esa gente empieza a mover la cuestión de un fútbol popular. Lo mismo va a pasar en Peñarol con la ruptura de 1913, que está muy relacionada con la huelga ferroviaria de 1911, con participación de los actores sindicales. La nueva política de clases medias ocurre al mismo tiempo que el fútbol se hace popular”.

La razón por la que Uruguay se transforma en potencia futbolística es que fue el primer país en tener un fútbol más democratizado que el resto del continente. “Incluso Nacional y Peñarol se hacen grandes, mucho más que por inventos míticos, porque fueron los dos primeros equipos en incorporar más gente a jugar”, argumentó Quirici. Al democratizarse ambos a la vez, se da un fenómeno que es el clubismo y el asociacionismo. El clubismo, porque los clubes no dependen de ningún partido, se genera en los barrios, en las esquinas, y a nivel nacional en todo el país surgen clubes, como una epidemia, desde 1905 en adelante.

El asociacionismo generará otros problemas que involucran la política internacional y la creación de órganos rectores del deporte en el mundo que también se mezclan con política; por ejemplo, Héctor Rivadavia Gómez, periodista y creador, en 1916, de lo que hoy es la Conmebol. Su gran militancia está en el terreno deportivo, pero a su vez es legislador colorado.

1920: cisma y la generación dorada

El famoso cisma o separación del fútbol sucedió en Argentina y Uruguay entre 1922 y 1925, cuando se formaron ligas en paralelo a las existentes frente a la novel FIFA. Como consecuencia, en Uruguay coexistieron la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF) y la Federación Uruguaya de Football (FUF). “Los que seguían la línea británica no reconocían a la FIFA, que se estaba creando y no tenía la relevancia que tiene hoy. Se empieza a jugar una liga paralela en Argentina, y acá Peñarol y otros cuadros, como Central, juegan amistosos con ellos y quedan desafiliados”, narró Quirici.

La FUF se crea luego de este conflicto y compiten en paralelo con los clubes de la AUF. “El presidente de Peñarol era el colorado Julio María Sosa, un personaje que luego terminó simpatizando con el fascismo, pero en el país gobernaban los colorados batllistas que no estaban con Sosa y apoyan a la AUF, como Narancio y Manini Ríos”, especificó. Ellos respaldaban, desde Nacional, mandar sólo jugadores de la AUF a los Juegos Olímpicos de 1924, por lo que los jugadores de Peñarol y Central quedaban por fuera. “El cisma es un ejemplo claro de la imbricación de la política en el fútbol o del fútbol como vehículo de fenómenos políticos”, alertó el autor.

“Entonces había una interna entre los colorados divididos. Uno de los grandes articuladores para que la selección fuera es Casto Martínez Laguarda, diputado en tres ocasiones por el Partido Nacional, que hace todas las gestiones desde la AUF; es uno de los padres fundadores del triunfo de 1924”, concluyó Quirici.

“El batllismo es el primero que percibe el fútbol como una herramienta cultural”, sostuvo Luzuriaga. Para él, la idea de Batlle era ser un país modelo e integrador, y triunfar en algo tan civilizado y moderno como el fútbol ante los europeos, y dos veces en su tierra, era una ratificación de su modelo político porque el fútbol proporcionaba una identidad al país.

1930 a 1950: modernización

En esta época es el primer Mundial en Uruguay, y, aunque el fútbol ya fuera popular y se autosustentara, la construcción del estadio Centenario en tiempo récord y la asistencia de todas las delegaciones fueron financiados por el Estado uruguayo. “El Estado fue clave y recuperó casi la mitad de los gastos, porque se vendieron todas las entradas”, apuntó Quirici, y añadió: “Sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial y con el desarrollo del Estado, del capitalismo moderno y de los medios de comunicación masivos, el fútbol se convirtió en el espectáculo más popular del planeta”.

Otra de las ecuaciones entre la política y el fútbol es Maracaná. “En 1950 se ratifica el modelo batllista o el modelo de país colorado, y se reafirma esa identificación de ‘como el Uruguay no hay’”, aseguró Luzuriaga.

“Obdulio Varela fue un gran político del fútbol; sin hacer política partidaria, él junto con Ernesto Castro y la Mutual lograron el Estatuto Profesional del Jugador. En un país avanzado en derechos, con ley de ocho horas en el gobierno de Batlle y Consejos de Salarios desde la década del 40, recién reconocen sus derechos después de la huelga de 1948”, enfatizó el docente.

Para Quirici, al Negro Jefe hay que colgarle más medallas de las que ganó en la cancha: “No sólo es campeón del mundo siendo afrouruguayo, sino que tiene un comportamiento de dialogar políticamente, negocia con Luis Batlle, y se cuida mucho de todas la fake news que lo difamaban desde los medios”. A lo largo de la historia, los medios juegan un rol muy importante para la difusión del deporte y para que el negocio prospere, pero no siempre para el reclamo de los derechos de los trabajadores y jugadores.

1960 a 1979: crisis y gobiernos militares

La etapa de sinergia e interacción entre política, fútbol y políticas deportivas, cuando el deporte en general contó con mucho apoyo del Estado, sin quitarles la autonomía a los clubes, que funcionaban en el ámbito privado, culmina cuando el país entra en la crisis de los 60. “No hay políticas deportivas, hay un éxito parcial de buenos dirigentes, y en la época del autoritarismo hubo un pequeño reverdecer que dio mucha esperanza a la gente con los resultados de Nacional y Peñarol en las copas internacionales”, resaltó Quirici.

Luzuriaga destacó a Luis Tróccoli y Luis Franzini en la década del 60, colorados vinculados al fútbol como presidentes de Cerro y Defensor, respectivamente, que fue conflictiva y fue cuando muchos prefirieron soterrar sus preferencias político-partidarias.

En 1973, “el golpe de Estado se dio un miércoles, y el sábado estaban jugando un clásico”, rememora Luzuriaga, y argumenta que “el fútbol no exhibió esa contradicción al gobierno militar, más allá de que, en algún momento en la Copa de Oro, el himno se cantaba más fuerte y desde el anonimato muchos lo empleaban para manifestar su rechazo a la dictadura”.

Durante los regímenes autoritarios del país, el fútbol ha sido un lugar de reunión y de resistencia, contrastó Quirici: “Los militantes clandestinos se citaban para hablar en partidos en los que se podían encontrar en la tribuna”. El docente destacó también la historia de Defensor en el campeonato obtenido en 1976: “Era un cuadro alternativo y con un DT con filiación comunista; en una tradición democrática del propio club, que era un cuadro de batllistas, que salga campeón y que rompa la hegemonía de Nacional y Peñarol en la era profesional es una metáfora del fútbol relacionado con la historia popular de Uruguay”.

En la misma línea, Luzuriaga recuerda que en la década del 70 “mucha gente de izquierda era simpatizante de Defensor. Franzini era colorado también, no tenía mayores implicancias políticas y marcaba una tercera posición”. Para el investigador, es un ejemplo de cómo un tema político general se puede reflejar en un club deportivo, “un sentimiento de época que a mucha gente le quedó y que sigue siendo de Defensor”, concluyó.

1980 a 1999: dictadura y retorno a la democracia

A pesar de que en este período la selección gana dos copas América, en 1983 y 1995, hay un evento deportivo que rompe los ojos y es el Mundialito de 1980, o la Copa de Oro, mencionada anteriormente por Luzuriaga.

“No todos los militares del gobierno estaban de acuerdo con llevar a cabo el torneo, porque tenían miedo de la gente reunida”, contextualizó Quirici. Luego le vieron lo positivo a lo hecho en Argentina con el Mundial 78, porque fue televisado a color, lo mostraron al mundo, y era algo que podía ser positivo para el gobierno de facto, y trataron de utilizarlo de forma propagandística. “Tenían todo organizado para diciembre, pero el último fin de semana de noviembre fue el plebiscito y el 60% de la población votó No, y son los mismos que gritaron los goles de Uruguay; su apoyo deportivo no implicaba un apoyo a la dictadura y eso se vio en las urnas”, analizó el docente.

En 1989 es importante la historia de Tabaré Vázquez y el campeonato uruguayo logrado con Progreso. “Es casi mágica su historia: joven, de clase media trabajadora en La Teja, parroquial, vinculado a su club de barrio, que logra hacer carrera desde abajo y se recibe de médico, pero a su vez es dirigente del club del barrio, y con esa militancia, con mucha obra social, sale campeón uruguayo”, resumió Quirici.

Quirici también resaltó la figura de Hugo Batalla, político batllista, fundador del Frente Amplio (FA), que después se retira del FA y funda el Nuevo Espacio, y luego, en el medio de esa separación del FA, lo eligen presidente de la AUF; siempre vinculado a Liverpool.

Como presidente de la AUF y vicepresidente de Conmebol (1990-1992), “Batalla coexistió con la época del enfrentamiento entre [Francisco] Casal, el fenómeno de los repatriados y el DT [Luis] Cubilla, y tuvo una experiencia muy negativa porque Uruguay no clasificó a los mundiales”, lamentó el docente. Luego fue candidato a la vicepresidencia con Sanguinetti: “Creo que, más allá de que también fue muy dolorosa su partida del FA para mucha gente de izquierda, su imagen como presidente de la AUF también lo perjudicó políticamente”, concluyó.

2000 y más allá: recuperar la identidad

Tras el sostenido conflicto de los repatriados, la irrupción de la empresa Tenfield y el primer gobierno progresista del FA, el maestro Óscar Tabárez asume en la selección por segunda vez. “La AUF de [Eduardo] Figueredo aceptó el proyecto de selecciones de Tabárez, fue aceptado por su afinidad al gobierno progresista, pero recuperó, más allá de la imagen de Uruguay, los valores democráticos de Uruguay, la esperanza”, aseguró Quirici, y añadió: “Tabárez termina siendo parte de un proceso político deportivo que va más allá del gobierno y de la política deportiva de la AUF”.

La propuesta de Tabárez volvía a concebir el deporte como el batllismo en otro momento, algo que representaba valores democráticos, no únicamente centrado en cómo se jugaba, sino que tenía exigencia y era actualizado. “Era cómo Uruguay quería verse en el mundo, con sus raíces, con su estilo”, explicó el docente, y sentenció: “En época de las barras bravas, con la selección vuelve la familia al estadio y viene la gente del interior a verla”. Incluso cuando intervienen la AUF en 2018, “Bordaberry decide mantener a Tabárez porque había dado sustento a la institución”.

Para Quirici, esta era Tabárez de 15 años es un fenómeno político “muy interesante”, porque luego, con algunos traspiés deportivos, “la imagen del maestro queda asociada a la izquierda” y empieza a haber opiniones en su contra, “asociadas a una política partidaria por lo que él representaba y no sólo por los malos resultados”. Sin embargo, el proceso Tabárez trascendió los gobiernos progresistas, culminando el 19 de noviembre de 2021. “El proceso Tabárez fue de lo más democratizador, de desarrollo y de cultura popular de la era progresista en el fútbol”, sintetizó el docente.

En conclusión, es claro que existe una imbricación de la política en el fútbol que, aunque no sea directa, es muy cercana y siempre está ahí, “ni que hablar a nivel mundial, con la FIFA y todas sus decisiones que la vinculan con grandes centros económicos, como los países árabes, por ejemplo”, sostuvo Luzuriaga.

“Me parece aristocrático y clasista considerar que si alguien viene del fútbol, es espurio. El fútbol es una expresión democrática, compleja y muy popular”, sentenció Quirici. En el presente se destacó “la movida de los jugadores [Más Unidos que Nunca] y el caso de clubes con compromiso social”, asegura que “viene desde abajo, ningún dirigente de la izquierda, ni una organización dieron la orden de manifestarse”, puesto que “el fútbol es una de las más importantes expresiones populares, y si hay democracia, se va a expresar”.

“En los clubes hay militancia, no político electoral, hay militancia barrial, deportiva, conseguir el predio para entrenar y jugar, armar los cuadros, quién es el delegado, llevar los papeles”, desarrolló el docente, y concluyó: “Toda esa militancia deportiva muchas veces es una buena experiencia para practicar la administración política, y al mismo tiempo, si vos sos miembro de algún partido político, tenés la experiencia social, de vínculos y contactos para ayudar a tu club”.

Lo que queda por delante ante el próximo gobierno que comandará Yamandú Orsi, pero que empezó con Tabaré Vázquez y que Luis Lacalle Pou le dio continuidad, es la implicancia del Estado en la organización del Mundial 2030, que al parecer tendrá un partido (inaugural) en Uruguay.