“Toda la fe en tus muertos” Untonga

Hay personas que nacen y están un tiempo en este mundo tangible sólo para que aprendas a quererlas como estampitas. Pero claro, eso lo hacen sin saberlo. Lo hacen sólo por el hecho de ser como son, y quizás esa sea su mayor virtud. Hay personas que si supieran su destino, sudarían, y hay destinos que nos arrebatan la calma. Mena hace sonar en la cantina de Miramar Misiones un acorde. Caneo Arguinzones publica un libro de poesía y muere para que después de leerla no puedas hablar de poesía sin hablar de ella. Cada vez que un fuego prende, mi primo Luis Adrián sopla y todo se va poniendo dorado. Algo parecido me pasa con mi otro primo Matías, que boxeó con la falopa unos cuantos años y en esos tantos años hizo cagadas y derrochó ternura. En todas las infancias pobres vive un Diego. En todos los niños pobres de La Comercial veo a mi primo Matías correr de noche.

Hay personas que son estampitas mínimas para sueños mínimos. Las estampitas son también para pedir. O son una fuente de fuerza donde se conjugan la esperanza y el deseo. Las estampitas se alimentan de cebo. ¿En qué creés? ¿Dónde habitan los recuerdos? ¿En un lugar del alma o en un lugar del cerebro? ¿Los recuerdos y los muertos no son del mundo que nos queda? En las camisetas colgadas habita la ausencia.

En los recuerdos la persona no muere. Pero la biografía sigue siendo la misma, fue quien pudo ser y con eso alcanzó para que la recordemos. Los goles de los jugadores que ya no están suenan las veces que los recordamos. Cada vez, un gol, cada vez, un gol. Goles que nadie grita, pero que son como grititos que te retuercen el intestino y hacen un ruido a mate usado en medio del silencio, en medio del silencio. La vida es un poquito más embole cada vez que se va una querida, un querido. Los amigos y las amigas que se van temprano nos dejan una raya en el cuerpo que no teníamos, un tatuaje que se incorpora en ese gesto que te quedó pegado, en esa persona que se le parece en la calle, en eso que te dijo que te salvó la cabeza o en esa canción que seguís poniendo.

Cuando nadie nos ve somos como nunca. Los ídolos mínimos del cuadro mínimo sólo habitan en estampitas para el ascenso. Para no descender. Para trascender. ¿A quién le importa la historia mínima de mi cuadro y la historia mínima de mi ídolo, que es nada más y nada menos que la historia mínima de dos clubes de más de cien años que se funden en uno sin ánimos de grandeza? Sólo el ánimo de hacer persistir la emoción de un puñado. La tradición de cientos, que valen más que pájaro en mano. Sólo a ellos les importa. Sólo para ellos mi cuadro es grande como para mí. En todas las miserias, mi cuadro es grande. Y a un cuadro lo hacen grande sus estampitas. Estampitas del pasado a las que les prendemos velas en el presente cuando accionamos el recuerdo, sin ánimos de grandeza. Grandes para nosotros en la mesa de luz.

La poesía y el fútbol remiten en el recuerdo de cientos. Sí, también en el recuerdo de millones, como el corazón de Gilda. Carlitos De Castro se fue atrás de una comparsa en febrero. Le convidaron un rosado en el camino. Y mientras cerraba los ojos y arriba febrero, carnaval, Montevideo, Sur y Palermo, su vida se iba antes de tiempo. O en tiempo y forma. Carlitos Pelado de Castro, querido en el barrio y adorado en Miramar Misiones. Para miles serás una estampita, en Mérida, donde te viniste a morir, en Melipilla, en Grecia incluso, o en San José de Oruro, en Guatemala, o en tu querido Miramar Misiones, cientos en manos de cientos hacen miles de personas que te recuerdan. Miramar es Misiones porque se funden los colores anarcos con los colores de las cebras del zoológico. Pero Miramar también es Misiones con las historias contemporáneas del 80, año de la fusión, para acá. El Pelado nació en el 79, jugó en Miramar Misiones. Peleó el ascenso y se lo anotó para siempre a cientos, cuando el milenio ya era carne.

Pero en realidad el Pelado tan sólo fue como él mismo, y eso le da a su personalidad la personalidad del cuadro y viceversa. Miramar se te parece, Peladito querido, como se le parece la poesía a Caneo, los toques a Mena, el fuego a mi primo, los pibitos de los barrios a mi otro primo, el Mati. Imaginate un gordo tierno tatuado, el Mati, imaginate un zaguero recio llorando, el Pelado, imaginate un dorado saltando en el Paraná, mi primo Luis Adrián; imaginate una poesía que se llama “Jaula vespertina” y que dice: “Pocas aves nacen del mutismo”. Caneo. O imaginate una canción que diga: “Nos peleamos, nos aliamos, nos dijimos cualquier cosa. Lloramos juntos cuando precisamos, nos dijimos lo que pudimos. Les mostramos cómo había que ser, para ser un hombre digno y nos paramos con mucho orgullo, prometimos ser siempre los mismos. Pero, ¡ay qué suerte! ¡Que no lo fuimos!”.

Imaginate una canción así, como la que escribió Mena, y si te hace acordar a gente querida como el Pelado de Castro, que partió hace nueve años, salud, por el recuerdo de tu estampita.