Jorge Valdano instaló a Uruguay en su biografía afectiva casi medio siglo antes de esparcir elogios para Federico Valverde o de rememorar sus conmociones mayores con Mario Benedetti y con Eduardo Galeano. Ahora lleva muy bien sus 68 calendarios, pero hace un tiempo, dos meses y medio antes de cumplir los 20, flaco, larguísimo y enrulado, estrenó en el césped del estadio Centenario su historia en la selección argentina adulta. El viernes 18 de julio de 1975, en la mitad de la segunda parte del duelo por la Copa Newton que sudaban celestes versus celestes y blancos, César Luis Menotti lo envió a la cancha en lugar –nada menos– de René Houseman y, una fugacidad después, en apenas cinco minutos, metió dos goles, uno luego de un pase –otra vez, nada menos– de Ricardo Bochini y otro gracias a un centro –siempre nada menos– de Norberto Alonso. Lo habían convocado de emergencia y le faltaba un año más que una década para ser el socio ofensivo de Diego Maradona en el título mundial de México de 1986. Con un recorrido que enlaza ser jugador de casi toda la carrera en el lado europeo del Atlántico, autor del segundo gol argentino en la final de aquella consagración mexicana, entrenador y director deportivo del Real Madrid, periodista, narrador poético y lector anchísimo, demuestra que el tiempo es bravo, pero no suprime ciertas cuestiones que importan: todavía sonríe desde el cariño cuando menciona a Uruguay.

Viene un pibe o una piba de Uruguay y te dice algo así como “Usted, que es campeón del mundo, ¿me podría contar rápido quiénes fueron los grandes jugadores uruguayos?”. ¿A quiénes nombrarías?

Es muy difícil elegir dentro de una historia tan rica. De todas maneras, diré unos nombres que ni siquiera vi jugar, nombres que me parecen legendarios. Aquellos héroes de 1950: Obdulio Varela, Pepe Schiaffino, Alcides Ghiggia. Recuerdo que en el Mundial de 1986, cuando salimos campeones, llevé un libro sobre esa gesta y ni siquiera me parecía real, entendía que estaba leyendo una ficción. La historia era tan atractiva, tan impresionante, que creía estar leyendo algo mitológico. Era un hecho que había ocurrido cinco años antes de que yo naciera y 36 años antes de que jugáramos ese campeonato. Lo que me impresiona ahora es que del 86 al presente pasaron más años aún, o sea que supongo que aquellos chicos que leen lo que se publica sobre ese Mundial, con nuestro gran héroe Diego al frente, lo entenderán como una historia casi mitológica, también. No real.

¿Quiénes más?

No puede faltar Francescoli. De la última ola, seguramente Cavani, algo más atrás Diego Forlán, quien es nuestro Batistuta. Como mis referencias están muy concentradas en el fútbol español, tengo que nombrar a Godín. Y, claro, a Recoba, aunque su historia esté más ligada al fútbol italiano. Pero es muy difícil contestar esta pregunta sin cometer alguna falta de respeto por omisión. Y, ni hablar, tiene que estar Suárez.

¿Y cómo abreviás el fútbol de Luis Suárez?

Suárez es el delantero con más oficio que vi en mi vida. Adivina, anticipa y tiene una convicción heroica. El único jugador que llegó al Barça sin interpretar el tiqui y taca y jugó sin ningún complejo. Un crack y un gran tipo.

Ahora, ese pibe o esa piba quieren que vos, que hace tanto respirás los aires del Real Madrid, les cuentes en detalle qué ves en Valverde y cómo juega. ¿Entonces?

Valverde es un jugador consistente, con un campo de acción muy muy grande, un tren inferior fuertísimo. Da la sensación de que cada paso que da hace ruido: paf, paf, paf. Son apoyos muy potentes que le permiten sacar ventaja física en cualquier minuto de los partidos, pero, sobre todo, en los últimos: cuando los rivales aflojan, esas piernas terminan creando diferencia. Jugador de ida y vuelta, aunque últimamente dobla la posición de mediocentro y lo hace con criterio. No es un estratega, es otro tipo de jugador, pero llena el centro del campo. Un jugador muy pero muy solvente que ha tenido una maduración tardía. No todos los jugadores maduran al mismo tiempo. Él llegó al Real Madrid muy joven. Todos los que veían los entrenamientos decían que estábamos ante un futbolista superior, pero no acababa de expresarlo en toda su dimensión. Hasta que explotó. Una carrera fantástica, un tiro mortal, buena visión de juego. Es un jugador muy completo.

¿Ubicás a Valverde como parte de una transformación de los mediocampistas uruguayos, en una línea que abarca, entre otros, a Rodrigo Bentancur, Manuel Ugarte, Nicolás De la Cruz?

Sí. Son todos mediocampistas de muchísima categoría. Bentancur, con una enorme experiencia en el fútbol europeo. Ugarte, con un presente extraordinario en el PSG. De la Cruz, dando auténticas exhibiciones en los últimos años en River. Son un mediocampo de gran poderío, de gran solvencia. Y que, de algún modo, le permite a Uruguay cambiar su estilo histórico. El fútbol de Uruguay no tiene como rasgo más reconocible tomar la iniciativa y, con estos jugadores, como está demostrando la selección de Bielsa en estos momentos, creo que se lo puede permitir.

Con altura

El fútbol de este tiempo pone la mayoría de los focos en Europa. Sin embargo, Argentina salió campeón mundial de mayores y Uruguay es campeón mundial sub 20. ¿Cómo explicás ese fenómeno?

Efectivamente, era para preocuparse si Argentina no salía campeón en Qatar porque se cumplirían veinte años sin que Sudamérica no se impusiera en una Copa del Mundo. Y eso ayuda a cambiar la visión general. Incluso, la mía. Siempre he creído que Argentina, por ejemplo, había renunciado a un estilo que lo había caracterizado mucho tiempo y que reconocíamos como “la nuestra”. Sentía que eso lo estábamos pagando en términos formativos. Lo que no fui capaz de descubrir o de entender era que seguía estando viva la cultura del fútbol argentino. No sólo esa que está en los potreros, sino la que está en la esquina del barrio, en el bar. Esa manera tan especial y tan apasionada de comprender el fútbol que nos da una ventaja competitiva muy grande. Creo que hemos cometido el error de seguir las pautas del fútbol europeo, con entrenamientos a uno o dos toques, que me parecen muy útiles, pero que dejan atrás algunas de las enseñanzas de la calle, algunas de las enseñanzas del potrero. No dudo de que la academia hace mejores a los jugadores medianos. Sin embargo, creo que la calle cuidaba al jugador diferente y eso no podemos permitir que se pierda en este cambio de escenario, de la calle a la academia.

Vos conociste a Marcelo Bielsa muy temprano en la vida de los dos, cuando eran chicos en Newell’s, en Rosario. Y sostuviste la amistad en las décadas. ¿Qué creés que lo sedujo para dirigir a Uruguay? ¿Una tradición?, ¿una historia?, ¿una identidad?

Yo creo que Bielsa y Uruguay se parecen. Se trata de un entrenador con una obsesión ética, muy respetuoso con la historia, muy apasionado con el fútbol. Por otra parte, es un gran investigador. Creo que es muy difícil encontrar a alguien que haya pensado más profundamente en el fútbol. Me da la sensación de que va a sintonizar muy bien con la humildad, con la austeridad, del fútbol uruguayo. De momento, los resultados parecen demostrarlo.

Jorge Valdano, en el estadio Diego Armando Maradona, el 3 de octubre de 2023, en Nápoles, Italia.

Jorge Valdano, en el estadio Diego Armando Maradona, el 3 de octubre de 2023, en Nápoles, Italia.

Foto: Giuseppe Maffia AFP

¿Qué trazos muy de Bielsa observaste en la selección uruguaya desde que asumió como entrenador y en sus triunfos frente a Brasil y frente a Argentina?

En los equipos de Bielsa, uno siempre queda impactado por el ritmo competitivo. Son equipos que juegan con el acelerador a fondo, le pone acento siempre a ese ritmo altísimo. Frente a Argentina, me quedó patente que Uruguay era un auténtico equipo de Bielsa.

Cuando Bielsa empezó, en 1998, como entrenador de la selección argentina vos dijiste que le iba a hacer muy bien al fútbol de Argentina. Luego de la frustración del Mundial 2002, ensanchaste la caracterización y dijiste que Bielsa le iba a hacer muy bien a Argentina. ¿Trasladarías, en el fútbol o en el resto de las cosas, esa mirada a Uruguay?

Entiendo que el fútbol es un fenómeno también formativo. De la misma manera que los chicos llevan a sus vidas los peinados de los ídolos, tenemos que hacer algo para que lleven otras conductas a sus vidas. Y ser ejemplar termina transmitiendo un mensaje ético que me parece muy pero muy potente. Desde su aparente informalidad, el fútbol es muy eficaz para transmitir ese tipo de mensaje. Y Bielsa, en ese punto, ha sido siempre muy fuerte.

Un jugador clave en esta primera etapa de Bielsa en Uruguay es Darwin Núñez. ¿Cómo lo describirías y qué perspectivas le percibís?

Me da la sensación de que Darwin Núñez está a mitad de camino de su evolución. Tiene todas las condiciones. Es un jugador que genera peligro con mucha facilidad. Le falta depurar un poco la definición. Es un buscador de espacios grandes realmente extraordinario. Le cuesta algo más moverse en espacios más pequeños. En la misma historia del fútbol uruguayo, tiene delanteros de los que nutrirse con su ejemplo. Estamos ante una aparición muy interesante.

Fútbol leído

Tu pasión por la literatura te puso en vínculo con algunos grandes escritores uruguayos. ¿Cómo fue tu relación con Mario Benedetti y qué te sucede al leerlo?

Tengo por Mario Benedetti una especie de debilidad, que también alcanza a mi familia. Un día, en Madrid, comimos juntos con mi hijo y con él. Al final de ese encuentro, mi hijo lo acercó a un hotel. Desde ese día, me resulta imposible convencer a mi hijo de que cambie el coche. ¿Su gran argumento? En ese coche viajó Mario Benedetti.

Y era alguien con una mirada sensible hacia la pelota.

Fue de los primeros que desacomplejó a los intelectuales publicando algunos cuentos brillantes de fútbol. O sea que, también con el fútbol, encontré una complicidad y una generosidad. Digo lo de generosidad porque contribuyó para que, en mi primera recopilación de cuentos de fútbol, publicáramos uno de los suyos. Hermoso: “El césped”. Hay escritores que interesan, hay escritores que fascinan, hay escritores que emocionan. En ese último apartado pongo a Mario Benedetti.

Eduardo Galeano confesó por todos lados que te admiraba como jugador y como narrador. ¿Cómo fue ese lazo?

Es otro de esos escritores que le hizo muy bien al fútbol. Galeano nos ayudó a pensarlo. Y a darle su auténtica dimensión como fenómeno sociológico y cultural. Mi relación con él fue muy cómplice, muy agradable, pero no muy estrecha porque ni siquiera tuvimos la posibilidad de coincidir personalmente. Me pasó lo mismo con Osvaldo Soriano, con quien intercambié cartas y llamadas telefónicas, pero no pudimos cruzar nunca un abrazo. Cuando escribió El fútbol a sol y sombra, Galeano me pidió ayuda para que le confirmara una historia. Creo recordar que era un gol extraordinario que había convertido Puskas. En un tiro libre, había clavado la pelota en un ángulo sensacional. El árbitro obligó a repetir la falta y Puskas la clavó en el mismo ángulo. La historia era verídica. Yo lo pude comprobar hurgando en el archivo del diario ABC, en una época en la que internet todavía no nos ayudaba.

¿Qué nos sigue diciendo Galeano hoy sobre el fútbol?

Bueno, Galeano continúa avisándonos que hay un fútbol visible y otro invisible. Lo que ocurre es que lo que hace veinte años era visible ahora empieza a ser invisible porque el dinero comienza a ocupar el lugar que antes ocupaba un sentido casi amateur del fútbol. Pero, sobre todo, Eduardo pone en valor la belleza. Da la sensación de que el resultado es Dios, da la sensación de que lo barre todo y, sin embargo, el fútbol se ha hecho grande porque jugadores como Pelé, Maradona, Francescoli o Messi le dan un salto de calidad, pero también un impacto emocional muy relacionado con la belleza. Y a eso Galeano estaba muy atento.

Palabras mayores

¿Quién es el maestro Tabárez en la historia del fútbol?

Fue siempre una gran referencia para mí. El maestro Tabárez es otro entrenador que le daba al fútbol una dimensión épica. Cada rueda de prensa era una lección de vida. Y por eso me produjo una invariable atracción todo lo que hacía y todo lo que decía. Pocas veces un apodo ha sido tan bien puesto: Tabárez, un maestro.

Una frase tuya sobre el fútbol de Uruguay: “Maravilla ver que el primer país que conoció la gloria mundial sea el último en perder la humildad”. ¿Por qué esa idea?

El fútbol uruguayo siempre fue austero. Me acuerdo de que, hace muchos años, fui a Uruguay para ver un partido. Mientras sacaba la entrada, medio escondido para que no me conocieran, al lado de la ventanilla calentaban los futbolistas que poco después iban a jugar. De hecho, me resultaba difícil analizar jugadores en ese escenario y representármelos en el escenario del fútbol de Europa dentro del que yo trabajaba en ese momento. Pero, cuando uno terminaba decidiéndose por la compra de uno de esos jugadores, nunca te defraudaban. Porque esa humildad era, precisamente, su fuerza. La humildad tiene una enorme virtud: nos cuenta la verdad. La vanidad, no. La vanidad nos complace tanto que terminamos por no saber cuáles son nuestras fortalezas y cuáles son nuestras debilidades. Eso el jugador uruguayo lo tiene muy claro y por eso su nivel competitivo alcanza cuotas que van mucho más allá de lo que uno se imaginaba.