“Ponete a pensar ahora, es un absurdo, algo ilógico”, dice el gigante Germán Haller sobre el sexto puesto del seleccionado uruguayo de básquetbol en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984, sentado en una cancha abierta del viejo deporte naranja.
En La otra pelota, el nuevo documental de Federico Lemos (Jorge Batlle, entre el cielo y el infierno; Gonchi: la película; Marama-Rombai: el viaje, 12 horas 2 minutos), el experto podrá revivir glorias pasadas con nitidez y detalle y el menos conocedor encontrará novedades en el registro de momentos prácticamente ocultos bajo capas de tiempo y descuido.
La película es una producción de Medio & Medio Films, la primera de nuestro cine dedicada a la historia del básquet local y tendrá su preestreno en una gira por balnearios de Rocha, Maldonado, Canelones, San José y Colonia, que arranca este 6 de enero, a las 21.00, en Santa Teresa, antes de su avant premièr en Montevideo.
En los primeros minutos, a través de valioso material de archivo, Oscar Moglia asombra como una potente figura en movimiento, vestido con los colores de Welcome o con la celeste, definido por sus compañeros Raúl Ebers Mera y Milton Scarón como el más increíble de los jugadores de básquetbol del mundo, en tiempos en los que la selección conseguía su segunda medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Melbourne, de 1956.
De pronto, el periodista Fernando Corchs nos baja de la nube para destacar a la que, entiende, fue la última gran generación de basquetbolistas uruguayos, y nos sube a la siguiente. Así ingresamos en el capítulo más intenso, no sólo del documental, sino de la historia del valorado como segundo deporte oriental en importancia: “Los dorados años ochenta”, dice Raúl Flaco Castro, quien se roba minutos en esta trama con su mirada lúcida, en su oficio de poeta y con las credenciales válidas de un lungo que jugó en Auriblanco y Tabaré.
Para retratar estos años, el documental persigue un afán completista y lo consigue con éxito, con las miradas de buena parte de las figuras de aquel básquet, campeón sudamericano en mayores (1981) y juveniles (1982) y coronado a metros de Michael Jordan en Los Ángeles.
Hablan Álvaro Tito, Horacio Gato Perdomo, Carlos Peinado, Luis Pierri y especialmente Wilfredo Fefo Ruiz: “Había enfermedad por ganar”, define el goleador, mientras las imágenes, pocas veces vistas, muestran el estadio Cilindro Municipal en colores, en tiempos de televisores en blanco y negro, y a Horacio Tato López, el mejor de su época, reconocido por el propio Ruiz o por Carlos Peinado: “era como jugar con uno más”.
Acá no está la palabra de Tato, pero entre las muchas imágenes con las que se lo incluye, brilla driblando rivales con la camiseta de Neptuno, y en otro fragmento audiovisual, espera para una nota de prensa, como figura de Bohemios, en joyas que tal vez sólo los amantes del básquet pueden apreciar en toda su magnitud.
Un nuevo salto temporal, mediado por los vacíos de la intrascendencia internacional, nos lleva hasta la obtención de los campeonatos sudamericanos de 1995 (en Montevideo) y 1997 (Maracaibo) por la selección dirigida por Víctor Hugo Berardi, cuando el básquet todavía era comidilla habitual de los comentarios del día después en cualquier boliche.
El relato avanza hasta nuestros días, en múltiples direcciones: la vivencia de los jugadores extranjeros que llegaron hasta acá, y se quedaron, como Jeff Granger, Adolfo Fito Medrick y Reque Newsome; el crecimiento del básquetbol femenino, con las miradas de Sabina Bello, Camila Kirschenbaum y Selena Medrick, o la vida después del retiro.
Las preguntas y las cuentas matemáticas surgen solas, cuando los logros se hacen cada vez más espaciados en el tiempo y pasan los años y no pasa nada.
Para Corchs, la respuesta está “en la falta de fundamentos” de las nuevas generaciones del básquet uruguayo; para Daniel Mahoma Wenzel, la llegada de dos extranjeros por equipo al campeonato federal aceleró los procesos de aprendizaje de los jugadores locales.
Todavía nadie puede explicar por qué aparecieron −y coincidieron− tantos fenómenos como Heber Núñez, Tato López y Fefo Ruiz, una sola vez, allá lejos.
De las fotos más nuevas surge un básquet pequeño a nivel mundial, pero que sigue cumpliendo una importante función social, a partir de un orgullo de credenciales y una fuerte pertenencia de los seguidores de instituciones muy populares.
La perspectiva de la película permite reparar en que los milagros desperdigados en un siglo: siempre fueron impulsados por raros talentos individuales y por el convencimiento repentino y casual de dos o tres voluntades.
La otra pelota Rescata papeles prácticamente desechados en el Día de la marmota del básquetbol uruguayo y las voces de actores laterales, no menos legendarios como los periodistas Alberto Sonsol, Ruben Vázquez y Óscar Avero. En el tacho de la basura revuelto aparece el intento de una liga nacional que incluyó, convenientemente, a equipos de distintos departamentos, como Salto Uruguay, ganador de la edición 2004-2005, o un equipazo con Esteban Batista, Leandro García Morales y Fernando Martínez, que se llevó el bronce en los Juegos Panamericanos de 2007.
Por último, la película también acierta cuando da en el corazón del básquetbol celeste en retratos de la intimidad de los protagonistas, atrapados en su pasión. “No recuerdo un día de mi vida sin pensar en básquet”, remata Capalbo.
Dónde ver la película
La otra pelota, de Federico Lemos. Lunes 6 de enero en explanada de El Chorro, Santa Teresa; martes 7 en Playa del Rivero, de Punta del diablo; miércoles 8 en plaza de deportes de Valizas; jueves 9 en avenida Uruguay (Frente a Casa de la Cultura) de Barra del Chuy. Información del resto de las siguientes funciones en la página de Instagram @medioymediofilms