Procusto, Pen y el Príncipe Felipe
Dicen que Procusto, quien según diversas fuentes era hijo de Poseidón, tenía una pequeña posada no lejos de Atenas en la que brindaba alojamiento a los viajeros que por allí pasaban. Al caer la noche, les ofrecía una habitación con la siguiente particularidad: la cama disponible era siempre demasiado corta o demasiado larga. Una vez que el huésped estaba completamente dormido, Procusto entraba al dormitorio y, si la cama era corta, cercenaba las extremidades que sobresalían del pobre viajero. Si, por el contrario, era demasiado larga, la emprendía a martillazos hasta pulverizarle los huesos y así poder estirarlo. Al final de este terrible procedimiento, lo que quedaba del pobre viajero tenía las dimensiones exactas de la cama.
3.000 años después de que los griegos contaran esta historia, en 1971, el economista Jan Pen escribió un brevísimo artículo en el que describía la distribución del ingreso en Reino Unido. En lugar de usar números, tablas o gráficos, decidió explicar la distribución del ingreso describiendo un “desfile de una hora de duración” en el que, según nos cuenta, se valió de una versión suavizada de las habilidades de Procusto para acortar o estirar a las personas, de modo que “su estatura fuera exactamente proporcional a sus ingresos”. El artículo, que no es otra cosa que el comentario de este desfile imaginario y de las personas que por allí pasan, lleva por nombre “Un desfile de enanos (y algunos gigantes)”.
En el desfile se describe una interminable procesión de personas enanas. Luego de los primeros segundos, en los que básicamente se ven individuos de apenas algunos centímetros de altura, aparecen algunas jóvenes que trabajan en fábricas y asoman algunos jubilados. Miden menos de un metro de altura, y desfilan aproximadamente diez minutos. La altura de las personas que desfilan aumenta lenta, pasmosamente. En los eternos 15 minutos siguientes aparece un grupo de trabajadores enanos poco calificados, también liderado por mujeres. Conforme pasa el tiempo, más y más trabajadores calificados, técnicos, especialistas de diversas áreas caminan mirando a Pen desde abajo, pero en ningún caso le llegan ni a la clavícula. El desfile se hace tedioso, y recién cuando quedan 12 minutos para el final, aparecen las primeras personas de altura promedio. Son profesores, mandos medios, algunos agricultores. A sólo seis minutos de terminar, las personas son bastante más altas, pero no llegan aún a dos metros de altura. Se trata, en su mayoría, de profesionales jóvenes.
Cuando parece que todo está por terminar, y quedan apenas los minutos finales del monótono desfile, aparecen personas bastante más altas, de tres, cuatro y cinco metros. Son profesionales más maduros, algunos ni siquiera demasiado exitosos. El reloj ya marca que van 59 minutos y a los individuos de algunos pocos metros de altura, les siguen otros aun más impresionantes. Se suceden los formidables gigantes: ocho metros, diez metros, 30 metros de estatura. Son gerentes o profesionales de larga trayectoria. La diferencia entre cada individuo y el anterior se multiplica: no sólo son más altos, sino que ahora los primeros gigantes lucen pequeñísimos al lado de los siguientes. En los últimos 30 segundos, seres de 100, 200, 500 metros aparecen. Pen relata que logra identificar, desfilando orgulloso, al mismísimo príncipe Felipe. Sus torsos ya están sobre las nubes. Los herederos empiezan a ser las figuras predominantes en los instantes finales. Quienes desfilan en los últimos diez o 15 segundos llegan a varios kilómetros de altura. ¿Cinco kilómetros? ¿15? Tal vez más, es difícil saberlo. El fantástico desfile termina.
Este relato describe de una forma sorprendentemente precisa no sólo algunas de las características más salientes de la distribución del ingreso de Reino Unido en 1971, sino la de casi cualquier distribución del ingreso en una economía capitalista, y por supuesto también en la uruguaya. Cabe, sin embargo, preguntarse al respecto de su característica más impactante: ¿qué tan altos son los gigantes uruguayos?
Los gigantes uruguayos
No es una pregunta sencilla, ya que las fuentes que habitualmente usamos para estudiar la distribución del ingreso no funcionan bien con nuestros gigantes. La Encuesta Continua de Hogares, a pesar de ser representativa del conjunto de los hogares uruguayos, tiene serios problemas para captar los ingresos de los individuos más acaudalados. Estos tienden a subdeclarar sus ingresos, o les es imposible establecer exactamente cuánto ganan, o aunque respondan con total precisión, son tan distintos entre sí y están tan dispersos que es imposible que la muestra de población que considera la encuesta los capte adecuadamente. Por la razón que sea, lo cierto es que las encuestas no dan cuenta de los ingresos de estos individuos, ni en Uruguay ni en ninguna parte del mundo, y por tanto es necesario recurrir a otras fuentes de información. Una forma es emplear las declaraciones de impuestos de las personas, modificadas de forma tal que puedan ser utilizadas con fines estadísticos sin nunca saber de quién se trata. Esta fuente de información tampoco es perfecta, en la medida en que los ingresos que las personas declaran para pagar sus impuestos pueden no reflejar sus ingresos verdaderos. Esto se debe a que no todos los ingresos están gravados, a que las personas pueden intentar reducir los impuestos pagados empleando distintas técnicas tributarias, o simplemente por problemas de evasión. De todos modos, aun con todos estos (grandes) problemas, sigue siendo una de las formas más precisas para medir los ingresos de los gigantes, o al menos para estimar una cota mínima.
Empleando este tipo de información, podemos concluir que nuestros gigantes son también de gran estatura. Dentro del 1% de personas de mayores ingresos, el promedio de salarios, jubilaciones e ingresos por capital que reciben supera los 15.000 dólares mensuales. Recordemos que para el conjunto de la población adulta, el ingreso promedio mensual es inferior 20.000 pesos, unos 450 dólares. En la metáfora del desfile, diríamos que si una persona de altura media mide aproximadamente 1,6 metros, el promedio de los gigantes superaría los cinco kilómetros de estatura. En el 0,1% superior, los últimos del desfile, encontraríamos fácilmente seres de 15 y 20 kilómetros de altura. Esto se traduce en una marcada concentración del ingreso: el 1% acumula en el entorno de 15% o 16% del ingreso total. Esto equivale a una suma de ingresos superior a la de todo el 50% de menores ingresos combinado. Si consideramos además todo el dinero que permanece en las empresas que ellos mismos manejan, este porcentaje puede ascender hasta más de 25%, pero esto requiere de más supuestos y es mejor ser conservadores. Es riesgoso especular desde el nivel del suelo sobre lo que sucede más allá de las nubes.
Los gigantes acumulan, además de ingresos altos, patrimonios elevadísimos que son, a su vez, parte de las causas por las que tienen tal cantidad de ingresos. Si es difícil estimar el ingreso de los gigantes, su patrimonio o riqueza es aun más complejo de dilucidar. Ahí las estimaciones son más imprecisas y los supuestos necesarios más heroicos, pero podemos decir con cierta seguridad lo siguiente: el 1% acumula (al menos) entre un cuarto y un tercio de la riqueza total de Uruguay. Para hacer una comparación análoga a la del ingreso, consideremos que el 50% de menor riqueza tiene poco más de 5% de la riqueza total. En este caso, por tanto, se necesitan al menos cinco de estas “mitades pobres” combinadas para acumular el patrimonio del 1% más rico.
El desfile nos ayuda a explicar la distribución del ingreso sin emplear demasiadas matemáticas, pero ahora va un pequeño bocadito para quienes sí las disfrutan, y que también ayuda a entender hasta qué punto los gigantes representan un grupo esencialmente distinto (el resto puede saltearse este párrafo, sin perderse de nada). Los ingresos de los gigantes son tan altos y están tan fuera de la escala, que se vuelve imposible visualizar nada al intentar graficar toda la distribución. Por ese motivo, no es extraño excluir de la gráfica al 1% superior, o aplicar el Procusto de las funciones –el logaritmo– para amplificar los ingresos bajos y comprimir los altos, en un intento por ser capaces de realizar análisis visuales. Por otro lado, la relativa homogeneidad del resto de la distribución contrasta con la desigualdad que existe incluso dentro del 1%. En los grupos de muy altos ingresos, la lógica de la distribución es fractal, esto es, la relación entre el ingreso del 1% y los grupos que le siguen es la misma que la del 0.1% superior y el resto del 1%, y que la del 0,01% superior y el resto del 0,1%, y así sucesivamente. Esta asombrosa regularidad empírica, descubierta por Vilfredo Pareto a principios del siglo XX, da cuenta del crecimiento explosivo de los ingresos una vez superados ciertos umbrales.
Mucho más que un problema de estatura
Además de ser ridículamente más altos, los gigantes son distintos en casi todo lo que por el momento podemos medir, empezando por lo esperable: son, en su amplia mayoría, varones. Aproximadamente 70% de quienes pertenecen al 1% son de sexo masculino, en tanto que esa proporción se incrementa a 80% dentro del 0,1% superior. A su vez, perciben ingresos que provienen de fuentes distintas a las del resto. Para 99% de la población, los ingresos provienen básicamente de salarios o jubilaciones, siendo el porcentaje de ingresos por capital cercano a cero, y sólo acercándose a 5% del total dentro de los grupos “más ricos” del 99% inferior. En los gigantes del 1% superior, la cosa cambia: más de 40% de los ingresos provienen del capital, en tanto que ese porcentaje asciende a casi 70% dentro del 0,1%. Esto no es sorprendente puesto que, como decíamos antes, el patrimonio está fuertemente concentrado en el 1% más rico. Son distintos además en otra cuestión clave: la probabilidad de perder ingresos y caer en la distribución o, en el lenguaje del desfile, ir hacia atrás en la fila, es cada vez más baja conforme nos movemos hacia ingresos más altos. Dicho de otra forma: cuantos más ingresos uno tiene, menor probabilidad de perderlos.
Hay muchas preguntas para las que aún no podemos dar respuestas ciertas para Uruguay, aunque tengamos intuiciones e información sobre lo que sucede en otras partes. ¿Nacieron en familias ricas? ¿A cuántas familias pertenecen? ¿Qué rol juega la herencia? ¿Cuánta riqueza acumulan fuera de fronteras? ¿Qué tipo de bienes y servicios consumen? ¿Cuál es su percepción sobre lo que los hizo ricos? ¿Y sobre por qué hay gente pobre? ¿Qué rol juegan en la política? ¿Y en los medios de comunicación? Es mucho lo que aún ignoramos sobre el extraño mundo de los gigantes.
De gigantes y enanos
Si bien es cierto que hay también grandes desigualdades dentro del 99%, el desfile nos recuerda que somos una sociedad de enanos y gigantes y que, visto con un poco de perspectiva, la amplia mayoría de la población tiene mucho más en común de lo que a priori parece. Conviene tenerlo presente, en particular en este momento en que la pobreza parece estarse incrementando a muchísima velocidad. En un país que a pesar de haber crecido sostenidamente por un largo período, aún tiene un ingreso per cápita que es la mitad que el de los países ricos, darse el lujo de tener el poco ingreso que generamos como sociedad tan dramáticamente concentrado trae como consecuencia inevitable que vastos conjuntos de personas deban sobrevivir con muy poco. Muchos se muestran hoy escandalizados por los niveles de vulnerabilidad de buena parte de la población, pero suelen son los mismos que oponen una negativa cerrada a cualquier agenda redistributiva. En todas partes hay discípulos de Procusto, empeñados en defender sociedades en que la mayoría ha sido encogida, y unos pocos estirados hasta la estratósfera.
Es cierto que la economía no es un juego de suma cero en el que para que unos ganen otros tienen que perder, pero no es menos cierto que pobreza y riqueza son dos caras de una misma moneda, y que analizarlos por separado es un ejercicio de evidentes limitaciones. Retomar la senda de crecimiento económico es una prioridad de primer orden en este contexto, pero no olvidemos que para que una persona que gana algo menos de 20.000 pesos llegue a ganar 40.000 deben pasar nada menos que 30 años consecutivos creciendo a tasas de 2,5%. Apostar al crecimiento sin redistribución es, por tanto, sinónimo de decirle a buena parte del 99% que sus condiciones de vida nos importan mucho, pero que van a tener que esperar al menos una generación entera más para tener una vida mínimamente razonable. Es inaceptable. Reducir la desigualdad es, tal vez, más importante en este contexto que en ningún momento de la última década. Hay otros desfiles posibles.
Esta columna se basa en estudios desarrollados a lo largo de los últimos años en el Instituto de Economía junto con Gabriel Burdín, Andrea Vigorito y Joan Vilá, como parte de una agenda de investigación aún en curso. El autor agradece los enriquecedores comentarios de Verónica Amarante y el grupo Jueves. Esta y otras notas del Grupo Jueves pueden encontrarse en grupojuevesuy.wordpress.com.