Marco Licinio Craso fue un aristócrata y general romano, miembro del primer triunvirato, que gobernó entre los años 60 y 53 a. C. También fue uno de los hombres más ricos de Roma, y un primer candidato para cerrar nuestro “desfile de enanos (y algunos gigantes)”. Encontrar un rival digno requiere avanzar hasta el siglo XX, cuando el final de la Guerra Civil norteamericana dio paso a la “era dorada” y alumbró nuevos gigantes. Entre ellos, John D Rockefeller, el magnate petrolero que legaría 11 herederos a la primera edición de la Lista Forbes de las personas más ricas (1982). Las cosas cambiaron desde entonces, y los gigantes industriales vieron emerger gigantes tecnológicos, como Bill Gates y Jeff Bezos. Responder cuál de estos candidatos habría sido el hombre más alto de la historia es una tarea compleja: ¿cómo transformamos los sestercios romanos de Craso a los dólares contemporáneos de Gates? Actualizar las respectivas fortunas por la inflación correspondiente podría ser una opción, pero las cosas que cada gigante pudo haber comprado con su riqueza son incomparables desde nuestra ventana temporal milenaria.
Por suerte, al sentar las bases científicas de la economía, Adam Smith nos dejó una pista para abordar el problema. Como señala en La riqueza de las naciones (1776), “una persona es rica o pobre de acuerdo a la cantidad de trabajo que pueda comandar”. El poder de compra de cada gigante, entonces, debe medirse en relación al salario promedio de la época que habitó (de alguna manera, esto recogería los cambios de productividad y estándar de vida procesados en el tiempo). Problema adicional: la riqueza es stock (lo que acumulo) y el salario “flujo” (lo que genero). Por ende, no es directa la comparación. Solución: ¿cuánto salarios al año podría pagar cada uno con el rendimiento anual de su riqueza de acuerdo a la tasa de interés vigente en su época? Esto supone que la riqueza (stock) queda intacta y eliminamos el problema de la comparación.
Con una riqueza aproximada de 200 millones de sestercios, Craso podía emplear a 32.000 romanos al año; aproximadamente medio coliseo. Ese número aumenta a 116.000 norteamericanos en el caso de Rockefeller, y se ubica en torno a 75.000 para Bill Gates. Bajo esta lógica, el último personaje del desfile de Jan Pen, con una altura insondable, habría sido Rockefeller, que fue 3,6 veces más rico que Craso y 1,5 más rico que Gates.
Yendo un paso más adelante, podríamos pensar que no sólo importa relativizar la riqueza de acuerdo al tiempo, sino también al espacio. Con salarios promedios más bajos, la altura relativa de los gigantes varía entre países ricos y países pobres; con una fortuna más discreta, un millonario chino podría “comandar” muchas más unidades de trabajo que los otros tres. ¿Qué pasa si abrimos la puerta a esa posibilidad? Aparece el verdadero gigante de la historia, el mexicano Carlos Slim: con su fortuna, podría emplear a cerca de 440.000 mexicanos, lo que supone llenar cinco estadios Azteca.
Con base en el libro de Branko Milanovic The Haves and the Have-Nots: A Brief and Idiosyncratic History of Global Inequality (2010).