La covid-19 ha tenido un costo significativo en la educación. Para contener la propagación del virus, muchos gobiernos tuvieron que tomar la difícil decisión de cerrar escuelas presenciales. Esta fue una medida necesaria y que salvó vidas en muchos contextos. Sin embargo, no estuvo exenta de sus propios efectos adversos. Los cierres prolongados de escuelas trajeron una multitud de desafíos para los estudiantes, que van desde el acceso interrumpido a las comidas escolares hasta el deterioro de la salud mental, esto sumado a las pérdidas de aprendizaje relacionadas con la programación de educación a distancia.

Todos estos efectos tienen implicaciones críticas para los resultados del capital humano de los estudiantes. A medida que las escuelas están comenzando a reabrir en muchos países de la región de América Latina y el Caribe (ALC), es importante hacer un balance de lo que estos cierres de escuelas han significado para los estudiantes y lo que podrían significar para ellos en el futuro. Esta columna se centra específicamente en los resultados del aprendizaje de los estudiantes.

En comparación con otras regiones del mundo, ALC ha enfrentado algunos de los cierres de escuelas más largos durante la pandemia. Según datos de la Unesco, las escuelas en los países de ALC estuvieron cerradas total o parcialmente durante 48 semanas en promedio. Solo la región de Asia del Sur se enfrentó a cierres medios más prolongados. Sin embargo, dentro de la región de ALC, hay mucha heterogeneidad: desde 69 semanas de cierres en Bolivia hasta solo 13 semanas de cierres en Aruba. En general, las escuelas de los países de América Latina tendían a afrontar cierres más prolongados que las de los países del Caribe.

Foto del artículo 'Escuelas cerradas: grandes y desiguales pérdidas de aprendizaje en América Latina y el Caribe'

Como las escuelas presenciales permanecieron cerradas, los niños tuvieron que aprender desde casa mediante plataformas de aprendizaje a distancia, incluidas las aulas en línea, la televisión y la radio. Durante mucho tiempo hemos estado discutiendo los impactos potenciales de este cambio para los estudiantes, particularmente en el aumento de las desigualdades en los resultados educativos.

Como expliqué en una columna anterior1 esto tiene el potencial de profundizar la desigualdad intrageneracional (por ejemplo, ampliar la brecha entre los estudiantes que tienen acceso a las tecnologías digitales y los que no) y reproducir las desigualdades intergeneracionales (por ejemplo, por las diferencias en el apoyo al aprendizaje en el hogar que reciben los estudiantes en función del nivel de educación de sus padres). Pero ¿qué dicen los datos sobre los impactos reales en el aprendizaje? ¿Cuántos años de aprendizaje han perdido los estudiantes y cómo difiere esto entre los hogares?

En base a los resultados de un artículo que escribí recientemente en colaboración con Luis Monroy-Gómez-Franco (City University of New York; Centro de Estudios Espinosa Yglesias) y Roberto Vélez Grajales (Centro de Estudios Espinosa Yglesias) sobre “Los efectos potenciales de la pandemia covid-19 sobre el aprendizaje”, esta columna se centra en responder esta pregunta.

Si bien el documento se centra en México, dada la disponibilidad de datos, las preocupaciones planteadas por los resultados del documento se aplican de manera más general al resto de la región. Tenga en cuenta que en el artículo estimamos las pérdidas de aprendizaje tanto a corto plazo (dada la pérdida directa de escolaridad de los estudiantes) como a largo plazo (dados los efectos acumulativos de esta pérdida). Es importante recordar que muchos de los costos de la pandemia podrían quedarse con nosotros durante mucho tiempo, e incluso agravarse, si no ideamos suficientes soluciones políticas.

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El gráfico 2 muestra las pérdidas de aprendizaje estimadas a corto y largo plazo para un estudiante de sexto grado en tres “escenarios de casos de políticas” diferentes (dependiendo de qué tan efectivas se supone que son las políticas de educación a distancia). Incluso en el mejor de los casos (asumiendo que la instrucción remota es un sustituto perfecto de la instrucción presencial), encontramos que los estudiantes perdieron el equivalente a 0,3 años de aprendizaje a corto plazo, acumulándose en 1,3 años de aprendizaje a largo plazo.

En el peor de los casos (asumiendo que la instrucción remota era lo mismo que no asistir a la escuela), encontramos que perdieron el equivalente a 1 año en el corto plazo, acumulándose en 2,1 años en el largo plazo. Al explorar estos resultados para diferentes regiones subnacionales, observamos el impacto desigual de la pandemia, con algunos hogares que tienen más mecanismos para compensar el aprendizaje en línea, y encontramos que los estudiantes del sur (que es la región más pobre de México) enfrentan pérdidas de aprendizaje mucho peores que los estudiantes de otras regiones.

A medida que los estudiantes regresen a la educación presencial en ALC, debemos recordar que regresarán con diversos grados de pérdida de aprendizaje. No podemos simplemente volver a la normalidad, asumiendo que los estudiantes han aprendido como de costumbre. Porque no lo han hecho. Más allá de los desafíos de la educación a distancia, los estudiantes han sufrido muchos otros desafíos que pueden haber afectado su aprendizaje, incluida la posible pérdida de uno de sus padres o del cuidador.

Para recuperarse de la pérdida individual y social debido al cierre de escuelas por la covid-19, nuestra región necesita acciones compensatorias decisivas, inversiones y estrategias específicas para prevenir impactos regresivos a largo plazo. Esto incluye políticas como capacitar a los maestros sobre cómo acelerar el aprendizaje entre los estudiantes que se están quedando atrás, desarrollar la capacidad de las escuelas para apoyar las nuevas necesidades socioemocionales de los estudiantes y construir la infraestructura para prevenir interrupciones futuras. Estas políticas también deben ser sensibles a las grandes diferencias en la forma en que estos desafíos se manifiestan a nivel subnacional y de hogares.

Luis Felipe López-Calva. Subsecretario general adjunto de la ONU y director regional de América Latina y el Caribe.